Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 10 de enero de 2009

Dark City - Demonios Internos (capítulo 3)

Otra imagen de Atsushi modificada por mí


Demonios Internos. (continuación)

Dos semanas después empezó la cuenta atrás para la alcaldía de la ciudad, al final ganó el partido más corrupto que había en la ciudad, los demás partidos quedamos asombrados y cuando el agujero se hizo insoportable tras tres semanas después de las elecciones los expulsamos y mi grupo comenzó a gobernar la ciudad de forma provisional con el partido de centro. En esas fechas la relación con Phoenix seguía tirante, mi mujer creía que nuestro matrimonio iba mejor que en otras ocasiones y mis hijos me pedían atención constante. Creo que los niños tienen un sexto sentido y se dan cuenta de que hay problemas incluso antes que el propio matrimonio.

Dos meses, los dos meses habían pasado como un suspiro. Apenas había visto a Phoenix por culpa de mi trabajo y no habíamos tenido sexo porque él así lo había deseado en cada una de las ocasiones. Yo quería tenerlo en mis redes, entrar en él y sumergirme en gemidos mientras le besaba de forma ardiente.

-Se acabó Atsushi.-dijo mirándome a los ojos una noche en la que quedamos en el hotel, como siempre.-No me has dado mi lugar, no me has dado nada y tan sólo te pasas el día viendo la televisión o leyendo. El tiempo que tienes que estar conmigo, que ganarte mi afecto y mi deseo…el tiempo que es nuestro lo desaprovechas.-su mirada parecía gélida y alejada de lo que estaba acostumbrado.

-Phoenix.-no sabía qué hacer. Acababa de entrar y ya me estaba expulsando no sólo de la habitación, sino de su vida. Me alejaba de él de una forma fría y desagradable.-Te amo.-no lo sentía, no sabía si lo hacía, y simplemente surgió.

-¿Qué has dicho?-preguntó estupefacto, no se lo creía y no se lo niego. Yo mismo no creía mis palabras.

-No lo voy a repetir, ya lo has oído.-me tomó de una de las manos y quedó pensativo mientras acariciaba mi rostro con su mano libre.

-Por favor.-susurró abrazándome con fuerza comenzando a llorar. Yo únicamente acaricié sus cabellos rubios, aún no sé porqué se lo tintaba. Su madre era Francesa, bueno su bisabuela, y sus cabellos eran castaños pero él los tintaba de rubio. Era hermoso, seductor y al final caí.

-Te necesito, estos días en los cuales no me has dejado tocarte ni abrazarte no han sido una oportunidad sino una tortura.-besé su frente y nos miramos intentando interpretar nuestros pensamientos.

-Lo siento, estaba molesto.-besó mis labios y después sonrió.-Pero todo acaba, todo se ha ido ya. Ya no estoy enfadado, Atsu. Ahora que sé que me amas no estoy molesto.-aquellas palabras parecían tener peso para él, yo al menos ya sabía que era dependiente y que le necesitaba.

-Te he necesitado en las noches. Ya no lo era por el sexo, tu lejanía me dolía. No podía abrazarte, tus besos eran fríos, si te acariciaba tu mirada era una bala directa a mi sien y sobretodo tus palabras. Era imposible sobrevivir viéndote pasar como un fantasma y para colmo pedías que hiciera algo agradable para ti, sin embargo ni te has parado a pensar que te alejabas impedías que yo te amara.-sus manos se aferraron a mi solapa y sus ojos se llenaron de lágrimas.-Tranquilo, ya todo ha pasado.-susurré besando tenuemente sus labios.-Todo.-nuestras bocas se pegaron dejando que nuestras lenguas siguieran la conversación.

-¿Te has dado cuenta?-preguntó casi sin respiración.

-¿De qué?-respondí con una sonrisa victoriosa.

-Te has sincerado y me has dicho que me amas, que me quieres amar. Atsushi ya me había rendido.-lo agarré por la cintura y lo besé de forma más apasionada que la vez anterior, quería destrozar sus labios. Volví a ser su dueño, era de mi propiedad y lo iba a saber bien. Marcaría su cuerpo con bocados y besos, con caricias y golpes. Era mío y como tal sabría lo que es tenerme en sus piernas y galopar.

-Te deseo.-se despegó al decir aquello y comenzó a jugar con mi corbata.-¿A qué esperas? Quiero que me tomes entre tus manos y me hagas delirar, hoy sí te dejo.-me guiñó y se encaminó hacia la cama. Yo únicamente lo seguí, seguí su movimiento que alteraba mis hormonas y me hacía sentirme más joven.

No me controlé, lo admito. Hacía demasiado tiempo y estaba cansado del sexo que me daba mi mujer. Le destrocé la camisa, arranqué sus pantalones y tiré bien lejos sus deportivas. Lo dejé desnudo ante su fascinación, era un animal en celo y él lo sabía. Me tenía donde quería, a sus pies, y yo lo desconocía.

-Atsu.-susurró abriendo sus piernas mostrándome su entrada.

-Me estoy descontrolando.-respondí acariciándolas y dándole un azote. Mi miembro estaba tras varias capas de ropa que empecé a ver innecesaria. Me quité la chaqueta, desanudé la corbata, quité mi camisa, mis zapatos y mis pantalones en unos extenuantes minutos. Él únicamente movía sus caderas y rozaba su sexo con las sábanas.

-Quiero sentirte.-llevaba aún los boxer y los calcetines, pero no duraron mucho.

-No me puedo resistir a observarte y necesitar entrar en ti.-él había enterrado dos de sus dedos amoldándose para mi llegada, me iba a recibir con toda la pasión que siempre le regalaba.

-Hazlo Atsu, hazlo mi amor.-pegó su pecho a las sábanas y puso mejor el trasero para que entrara apartando los dedos.

-Antes quiero algo.-le giré para que me mirara y dejé su boca pegada a mi vientre.-Lubrica.-le mandé y él empezó a hacerlo recorriendo mi sexo, pero pronto lo aparté para entrar de una vez y de forma salvaje.-Phoenix, eres mío y si te veo con otro morirás molido a golpes.-él asintió y comenzó a moverse junto a mí.

Era hermoso, al fin lo comprendí. No parecía una mujer, sino un ángel. Me estaba enamorando perdidamente de él y lo seguía negando. Mi boca se pegaba a la suya, mi aliento se perdía y las caricias salvajes no paraban. Sus brazos comenzaron a llenarse de mordidas y pequeñas cicatrices por mi brusquedad. No me importaba, eso le hacía decir a cualquiera que era mío y por lo tanto que no podía tocarlo.

-Soy tuyo.-susurró entre gemidos llegando al máximo del placer. La lujuria que desataba en mí me hacía arremeter con fuerza clavando mis garras en su cintura y en su trasero, parecía un cristo crucificado cuando terminábamos. Le llené de mí susurrando su nombre y él gritaba en mío sin importarle nada.-Te amo.-susurró ajetreado.

-Tú ya sabes lo que siento.-besé su frente y sus labios apartándome de él para poder marcharme. Tenía que volver a casa, pero antes una ducha.

-¿Te vas?-preguntó confuso.-Yo creí que hoy te quedarías.-susurró confuso levantándose para abrazarme como antes, noches antes, lo hacía ella.

-Sí, me espera mi mujer.-me levanté y fui directo al baño.

-¡Te estás acostando con ella! ¡Dices que me amas pero tienes marcas de sus uñas! ¡Me amas a mí! ¡A mí! ¡Debes quedarte conmigo! ¡Conmigo! ¡Tú me quieres a mí!-gritaba y lloraba, era un escándalo y salí del aseo para golpear su rostro.

-Iré donde quiera, no eres mi dueño. Que sienta algo por ti no te da derecho a cortar mis alas y a gritarme. La próxima vez no seré tan delicado.-dije ante sus ojos incrédulos. Empezó a llorar sin sonido alguno. Eran esas lágrimas gruesas que recorrían sus mejillas y se perdían bajo su mentón, gotas de dolor.

-Me has golpeado.-susurró tiritando.

-Lo que habías conseguido en dos meses por un arrebato lo has perdido.-era quien lo castigaba en ese momento, yo y no él.

-Pero…-tartamudeó y se abrazó a mí.-Lo siento Atsu.-no sé como lo hacía, pero lo conseguía. Hacía con Phoenix lo que quería y cuando lo creía oportuno.

-No importa.-besé su frente y me aparté.-Voy a la ducha.-él se quedó en la cama acariciando su mejilla con una sonrisa estúpida. ¿A caso estaba obsesionado conmigo? ¿Era una obsesión mutua? ¿A eso se le podía llamar amor?

-Me gustaría que algún día te quedaras conmigo.-dijo en la puerta del baño mientras quitaba los restos del sexo.-Me quedo a dormir siempre en el hotel, me gusta oler las sábanas y sentirte a mi lado. Sé que no estás, pero tu aroma se pega a mi piel y me embriaga. En casa tengo colonia parecida a la tuya, la esparzo y me siento como si estuvieras conmigo.-aquello me conmovió algo, algo que me hizo recordar al sueño y lo miré. No era una mirada fría o contundente, sino que tenía rasgos de lo que puede llamarse amor.

-Te prometo que algún día dormiremos cada noche juntos.-sonrió como un niño y me abrazó sintiéndose reconfortado quizás. Cuando lo aparté de mí terminé de vestirme y él se quedó recostado en la cama observando como me iba.

Cuando llegué al parking del hotel y me monté en mi vehículo me quedé pensativo. Estaba solo agarrando el volante, mi mirada fija en la nada y mi mente empezó a dar vueltas. Hacía frío y mi piel se fue helando mientras el trozo de hielo de mi corazón se licuaba.

-Mierda, no te enamores de él. Es sexo, Atsu, es sexo.-susurré colocando bien el retrovisor para salir del aparcamiento y no podía.-No, ya no es sexo ¿Verdad?-dije clavando mis ojos en los míos propios en ese pequeño espejo.-¿Y ahora qué?-pregunté en voz alta para golpear el volante.-¡Ahora qué!-grité enfurecido conmigo mismo, salí de allí y di varias vueltas a la ciudad. Tuve incluso que echar gasolina y parar para tomar un café caliente en una de las cafeterías. Al haber tanto asiático pasaba desapercibido a pesar de los numerosos carteles con mi imagen en las vallas publicitarias de la nueva campaña.

Como dije todo volvía otra vez. Habíamos destituido al antiguo gobierno porque derrocharon el dinero que teníamos en el ayuntamiento para varios años, todos los recursos fueron explotados por empresas extranjeras y se cometieron varios fraudes. Los tres partidos que quedábamos en la oposición terminamos acordando que se volvería a realizar una nueva votación y campaña, que de nuevo se llevaría todo a las urnas como algo excepcional. El propio Gobierno de la Nación se mostró preocupado por lo sucedido y las destituciones. Jamás había pasado algo así en una democracia, algo tan alarmante y descarado. Así que era normal que la ciudad entera estuviera llena de mi imagen y de la de mis compañeros.

Nada más entrar en casa Clarissa me atacó con una de sus miradas fulminantes. Olía a expresos y tabaco, sabía que me había entretenido más de lo normal y llegué al filo de la media noche.

-¿¡Se puede saber donde diablos andas Sakurai!?-que dijera mi apellido me heló la sangre, únicamente lo usaba con el tono de desprecio cuando sus hormonas femeninas se alteraban a límites insospechados.

-Estaba preocupado, necesitaba pensar y di vueltas durante horas con el coche. Acabé en una cafetería y me fue unos cigarrillos, eso es todo. Ya sabes que si no estoy en casa es porque surge algo importante o estoy agobiado. Por favor, no grites más.-lo dije con un tono neutro y bastante pausado, ella me miró clavándome mil dagas. Sus tacones resonaron por la habitación hacia las escaleras y no dijo nada más.

Esa noche supe que no era bueno dormir con ella, que era mejor descansar en la habitación para invitados. Subí tras unos largos minutos sentado en el sofá del salón con la televisión apagada y también la luz. No se escuchaba a nadie en todo el departamento, terminé por levantarme e irme a aquel insípido cuarto. Al llegar encendí un cigarrillo y abrí la ventana para poder fumar tranquilo.

Vivía en el centro de la ciudad y los edificios colindantes tenían más de cien años, como el mío. Eran casas de un estilo tan europeo que me hacía sentir más extranjero que en cualquier lugar de la ciudad. En ellas vivían personas destacadas de la sociedad en otras épocas, ahora eran políticos miserables como yo o eran tan pequeñas que vivían jóvenes intentando soportar vivir solos en un cuarto minúsculo. Las calles estaban vacías y parecía que era el único que no podía dormir. Tras varios cigarrillos lo logré, sin embargo mientras me apoyaba en la ventana soportando el frío.

Al cerrar la ventana me quité la ropa y me quedé en boxer recostado bajo el edredón de plumas. La calefacción me hizo entrar en calor y terminé relajándome. Si bien él vino a mí en mitad de la madrugada, él y sus palabras. Creo que fue una de las peores noches de mi vida, terminé abrazándome a una de las almohadas meditando. Necesitaba tenerlo entre mis brazos, besar sus labios y hacer el sexo durante horas. No descansé demasiado para poder ir al trabajo, durante horas tuve reunión en la alcaldía y después con mi partido. Si no recuerdo mal incluso comí con ellos, terminé casi en la noche y al llegar a casa me encerré en mi despacho. Los sueños de la noche seguían en mi cabeza, la excitación que me producía y la necesidad vital de acariciar su piel me hacía arrojarme al teléfono.

-Phoenix.-susurré nada más escuchar que aceptaba la llamada.

-Hola amor.-respondió de una forma cantarina, parecía que esperaba mi llamada.-Discúlpame por ser tan infantil estos días.-se disculpaba por algo que era culpa mía.-Quiero verte, te eché de menos esta noche.-de fondo se escuchaba una cafetera.-Taylor voy a mi cuarto para poder hablar a solas, ¿te importa?-los celos me carcomieron el alma.

-¿Quién es Taylor?-sus pasos resonaban por lo que parecía una escalera.

-Un viejo amigo, de la facultad, es alguien del que no te he hablado.-comentó sin más.-No quería que te encelaras por algo sin importancia. Es un viejo amigo al que le tengo bastante cariño, pero nada más.-¿Qué no me encelara? ¿Qué no sintiera ganas de agarrar a ese tipejo por la garganta y apretar fuerte? No, no lo hacía, simplemente lo quería lejos de él y ya no estaría celoso. Estaban en su casa, podía jurarlo, a pesar de no haber estado jamás.-¿Cariño?-interrogó para llamar mi atención.

-Sí, estoy aquí.-respondí seco, aunque tenía en la mano libre una pelota antiestrés que estaba siendo apretujada con fuerza entre mis dedos.

-Creí que se había cortado.-parecía feliz, estaba feliz y yo no estaba ahí. Seguramente mi rostro sería todo un poema, pero él no podía verlo.

-Para nada, escucho alto y claro.-el rió un instante y yo me relajé.-Te llamaba para saber si estás bien.-era algo increíble que yo hiciera ese tipo de llamadas.

-No te creo, ¿tienes ganas?-no me creía, eso era una muestra.

-No, no tengo ganas de sexo sino de ti.-una risa nerviosa se pudo escuchar tras el auricular, parecíamos un par de adolescentes.

-Idiota, no digas eso que me lo voy a creer.-susurró y noté un pequeño gemido.-¿Sabes? He comprado un colchón nuevo y no dejo de tumbarme en él, cuando lo hago no paro de pensar que estas conmigo abrazándome. Anoche no paraba de desear que me tocaras, únicamente que lo hicieras con ese salvajismo que…-corté lo que decía porque estaba torturándome.

-Siento lo mismo, pero por favor no me tortures.-aquello convirtió a nuestra conversación en un silencio gélido.

-¿Estás seguro de que me amas? Lo dijiste y no lo creo. Yo si te amo, no voy a dejarte porque tú no lo hagas.-esa inseguridad la había creado yo, yo con mis mentiras y mis desprecios.

-Sí.-respondí y mi mujer abrió la puerta entrando agitada.

-Atsushi-su voz era de amargada.-¡Vuelves a casa y ni me dices nada!-gritó agitada y colgué el teléfono sin saber si él la había escuchado.-¡Para colmo te encierras! Tengo mucha paciencia, demasiada, y tú la estas agotando.-no sabía porqué estaba tan alterada, las pocas ocasiones en la que la vi de esa forma era cuando estaba a punto del parto.

-Son casi veinte años de matrimonio, más dos años de relación.-comenté mirándola fijamente.-Jamás te he fallado, todo lo que has necesitado te lo he dado. ¿Soy un asesino en serie por trabajar en exceso y agobiarme? Te recuerdo que la idea de que sea político es tuya, yo quería ser novelista y alcanzar el éxito como tal. También quería ser empresario del año, pero me metiste en este proyecto.-mi rostro estaba sereno y ella hizo lo mismo, seguramente no quería perder su estilo.

-¿Pretendes decirme que la culpa la tengo yo?-dijo seria frunciendo su entrecejo para luego mirarme con aires de diosa.-Yo únicamente quiero que prosperes, que dejes de ser un extranjero en esta ciudad y consigas un puesto meritorio. No me gustan los cobardes Atsushi, parece que lo has olvidado. Quiero a alguien dispuesto a todo, que tenga ansias de triunfo.-apoyó sus manos en mi escritorio y me miró directamente a los ojos.-Y tú lo eres, lo sé.

-Yo lo era. Pero tus proyectos me han apagado, no hago nada de lo que quiero.-respondí con franqueza por primera vez en años.

-Tus ideas de grandeza es que lean tus estúpidas poesías en todo el mundo, entérate esas poesías que me escribías eran sosas y no tenías ningún talento. Atsushi, no servías para la música, ni para la literatura y tampoco servías para político hasta que yo te moldeé.-ese era el problema, ni ella misma se daba cuenta.

-Está bien, lo que tú digas es lo correcto. No tengo ánimos ni ganas de discutir, no quiero hacerlo. Hoy me tomo el día libre para las broncas nocturnas.-ella sonrió y se quedó de pié observándome para luego dar la vuelta y sentarse en mis piernas.

-Atsushi yo quiero que enamores a tus votantes como lo hiciste conmigo hace años, quiero que te centres y no te veas débil. Recuérdalo, si te muestras débil podrán atacar y golpear duro.-la entendía pero ella no entendía lo que pasaba conmigo. Ese gesto cómplice no lo deseaba, si bien la tomé por la cintura y me quedé con la mirada clavada en la puerta. Sus manos acariciaban mis cabellos y su aroma de mujer se pegaba a mi piel.-Hoy no viniste a dormir conmigo, te eché de menos.-no la entendía, para mí que las mujeres estaban todas locas o nos querían volver locos a los hombres.

-Me dijiste palabras duras como para ir a la cama junto a ti.-no le reprochaba nada, simplemente se lo recordaba.

-Estaba molesta.-respondió sin apartar sus labios de mi cuello, comenzó a besarme y a deleitarse como si fuera una jovencita.

-Clarissa no estoy de humor, hoy no.-respondí seco y ella se apartó mirándome con esa expresión fría de muñeca de porcelana.

-¿Y cuándo lo estás? Avísame cuando vuelvas a estar disponible.-se giró y se marchó cerrando la puerta sin hacer ruido.

Marqué inmediatamente el teléfono de Phoenix y este no lo descolgó, pensé que estaría enfadado conmigo pero al recordar que había un hombre en su casa la sangre me hervía. Lo intenté varias veces y nada hasta llegar a la que pensé que sería la última, como así fue, pero no porque dejé de insistir sino porque él lo descolgó.

-¡Qué!-gritó notando que lloraba.-¡Estás con ella! ¡No lo soporto! ¡Lo has hecho a propósito!-parecía nervioso y contrariado, una voz en un murmullo parecía querer consolarlo.

-Dile a ese que se marche.-respondí a sus reclamos y él me miró ofuscado.

-Ese no se va, es mi amigo.-gruñó sin alzar la voz, aunque se notaba que no era el mejor momento.

-No lo hice a propósito, ella entró.-susurré deseando que me creyera.

-No te creo.-sucedió lo que esperaba y nada más.

Percibía que nos alejábamos en vez de aproximarnos, yo estaba vislumbrando mis verdaderos sentimientos y él se iba de mi lado poco a poco. ¿Pero cuales eran? Estaban sumergido en mi ensimismamiento y se hizo un lóbrego silencio.

-Atsushi.-él lo rompió con su voz entrecortada.-Creo que deberíamos dejar de vernos.-eso fue el golpe final.-No llegamos a nada, estoy cansado de ser el otro y quiero encontrar a alguien que me de apoyo.-lo entendía muy bien, yo también necesitaba ese refugio que no encontraba en mi mujer.

-Phoenix.-dije intentando poner mis pensamientos en orden en un segundo, aunque fue imposible.-Tenemos que afrontar esta batalla dominando la distancia y las barreras.-quería prometerle que un día sería dueño de mi mundo, de mi alma y de mis posesiones más precisadas, pero no quería olvidar de que las promesas se hacen para cumplirlas.

-¿Me vas a jurar regalarme de nuevo el sol, la luna y las estrellas?-parecía realmente cansado, harto, de la situación.

-Dame unos meses, deja que esta campaña termine y dejo a mi esposa.-ya había hablado más de la cuenta.

-Llevamos tan sólo unas semanas, quedan casi seis meses y créeme estoy harto.-tenía que actuar, tenía que ceder porque sino me tendría que olvidar de él.

-Mañana podemos quedar, me quedaré contigo toda la noche.-eso hizo que se callara y durante unos segundos estuve con la respiración entrecortada. Yo que era alguien frío, que tenía todo controlado, sufría como un jovenzuelo quedando para la primera cita y con el miedo de que te dijeran que no.

-¿Juras que eso será cierto?-me iba a ganar una buena bronca con mi mujer pero poniendo todo en la balanza me lancé al precipicio.

-Te doy mi palabra de honor.-algo en mi me decía que debía tranquilizarme, que todo iba bien.

-Entonces mañana quedamos a la misma hora y no te irás hasta la mañana.-parecía darme un ultimátum en sus palabras.

-Sí.-respondí afrontando mi responsabilidad.

-Entonces hasta mañana.-dijo colgando con frialdad.

Creo, bueno más bien sé, que no le dio crédito jamás. Sin embargo a la mañana siguiente dije a mi mujer que deseaba evadirme por completo del mundo, encerrarme en un hotel y dormir durante horas. Necesitaba descansar y ella lo creyó oportuno. Mentí una vez más, por una no iba a condenarme más tiempo al infierno. Yo vivía en el infierno y era mi propio hogar. Me sentía de esa forma porque era una prisión, una prisión hermosa con los frutos de una vida consagrada a mi trabajo. Amaba a mis hijos, adoraba mi despacho pero mi esposa se estaba convirtiendo en un yugo. La quería, sin embargo ya no sentía amor.

Me pasé el día entero en la calle dando vueltas con el automóvil y terminé parando en una de las joyerías de la ciudad condal. Allí me bajé de mi vehículo estacionándolo en la acera contigua y entré. El joyero era un hombre de unos sesenta años de pelo canoso y manos finas aunque algo arrugadas, tenía cierto buen gusto vistiendo y decorando su negocio.

-¿Qué desea señor?-dijo con una voz cantarina desde detrás del mostrador.

-Algo de firma, caro, y que a la vez sea sencillo.-apoyé mis manos en el mostrador que era de un cristal que parecía no estar, estaba demasiado pulcro y parecían buenas piezas.

-¿Para su señora? ¿O para usted?-pregunto sacando varias cajas oscuras de un tamaño similar a una carpeta.

-Es para mi señora, pero quiero algo simple y a la vez que se vea de prestigio.-el hombre asintió y sacó varios anillos.

Eran sin duda espectaculares. El que más me gustó fue uno bastante extraño en su forma, de oro blanco y sin ningún grabado. Al ser de una marca prestigiosa y por su diseño pagué una cantidad desorbitada por la pieza. Si bien no compré uno, sino dos. Argumenté que mi esposa solía perder las joyas y no quería que se sintiera mal si así sucedía. Además añadí a todo aquello un colgante del mismo material que era un hermoso Kanji que era la belleza, el hombre no lo sabía pero yo sí.

-La belleza.-susurré palpándolo con suavidad.

-No sé cual es el significado, lo tenía anotado pero lo perdí.-entonces reparó en mis rasgos y sonrió.-Entiendo, entiendo.-murmuró.-¿Se lo lleva?-interrogó colocando bien sus pequeñas monturas, eran unas lentes finas con unos bordes inexistentes y unas patillas de color plateado.

-Sí.-asentí y sacó una cadena.

-Es la mejor opción, simple y perfecta.-era lo que se llama cola de ratón. Se puede decir que parecía un cordón con el tacto de una serpiente, de las escamas de una serpiente. Sin embargo era fina y no pesaba.

-Sí, con esa cadena irá bien.-sonreí y me hizo la cuenta, no pregunté precio pues para mí el dinero era una estupidez.

-Son mil doscientos euros.-sus ojos se clavaron en mí y reí bajo.

-Barato.-el hombre me miró ingenuo.

-¿Es rico? Si tiene dinero para algo más caro podría…-negué con la cabeza tomando entre mis dedos el colgante con la cadena.

-No quiero algo ostentoso.-miré las bolsas para regalar y le pedí que fueran en paquetes distintos.

El colgante fue en una caja pequeña e iba extendido con su cadena, los anillos fueron en dos bolsas de terciopelo de distintos colores. La bolsa negra sería para Phoenix y la roja para mi esposa. A ella le compraba la joya simplemente para disculparme por mis mentiras, una disculpa que no entendería ahora pero quizás sí a la larga. Cada anillo había costado alrededor de dos mil euros. Claro que no había dicho que llevaba un pequeño brillante que en realidad era diamante y de gran calidad. Estaba incrustado y parecía un adorno atrayente pero no demasiado caro.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt