Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 15 de enero de 2009

Dark City - Demonios Internos (capítulo 3 continuación)


Imagen editada por mí para la ocasión. Amo a Atsushi cuando está pensativo.


In Heaven - Buck Tick



Al llegar al hotel a la hora acordada toqué a la puerta esperando que me abriera. Lo hizo tras ella y me agarró de las solapas tirando de mí. Era como sucedía usualmente, teníamos miedo a ser descubiertos.

-¿Te quedarás?-preguntó apoyado en la puerta cerrada. Me miraba con fragilidad y su tono de piel era más pálido de lo habitual.

-¿Estás enfermo?-le tomé del rostro y besé su frente en un modo cómplice.

-No, no es nada.-respondió con frialdad.

-Me quedaré contigo.-besé suavemente sus labios rodeándole por la cintura, sin embargo mi lengua se descontroló y terminé arrebatándole el aliento.-Tengo un regalo para ti.-susurré besando su cuello.

-¿Un regalo?-jamás le había comprado nada y su rostro se llenó de interrogantes.

-Cierra los ojos, confía en mí.-cerró sus ojos como dije y sonrió colocando sus manos abiertas y juntas, entonces saqué de los paquetes el anillo y después coloqué su colgante colgado de su garganta. Quedaba perfecto en su cuello y una de sus manos fue engalanada por el anillo. Abrió los ojos y sonrió abrazándome con fuerza.

-Atsu hace tiempo que fue nuestro aniversario, no me regalaste nada, ¿a qué viene este derroche?-se palpó el cuello y después miró sus manos.-Atsu.-dijo como si quisiera sacarme de mis cavilaciones.

-Te amo y tan sólo quería demostrarlo.-susurré besando sus manos, tomándolas entre las mías y acariciándolas con ternura.-No te vayas de mi lado por favor.-sus ojos se volvieron tan expresivos, tan llenos de vida, que me pasmó.

-Con regalos no me vas a comprar, lo sabes.-su mirada se opacó y parecía meditar todos mis movimientos.

No lo dudé más, le rodeé la cintura con uno de mis brazos y mi mano derecha comenzó a acariciar su cuello para aproximar su boca a la mía. Mis labios se fundieron en los suyos y mi lengua se inmiscuía entre ellos. Noté como temblaba y como sus manos se pegaban a mi pecho agarrándome de la ropa.

-¿Y con mis labios?-pregunté y él se sonrojó de una forma tan atractiva como peculiar.

-Con tus labios es posible.-se sacudió la cabeza y dejó que sus cabellos se movieran de forma cómica. Parecía negarse a si mismo lo que sentía.

Mis manos fueron a su cintura, más bien a sus caderas y se deslizaron bajo la ropa acariciando el borde de su pantalón. Sus brazos cayeron sobre mis hombros y nuestras miradas parecían conversar de forma amena. Unos segundos, únicamente unos segundos, no escrutamos para empezar la locura. Sin embargo, todo no podía ser perfecto y se tambaleó aferrándose con fuerza.

-¿Phoenix?-susurré con los ojos bien abiertos, no sabía que le pasaba. Parecía mareado, confuso o quizás ido. Lo tomé en brazos y lo recosté en la cama dándole pequeñas cachetadas en el rostro para despertarlo. Cuando iba a llamar a un médico sin importarme que me vieran con él, quizás porque pensaba poder irme antes de que llegara alguien a la habitación, se recuperó.

-Atsu.-balbuceó y sonrió acariciando una de mis mejillas.-No pasa nada, simplemente estoy cansado y he comido poco. Quizás se bajó la tensión, no es nada.-me recosté a su lado acariciando sus cabellos.-Estoy bien, de verdad.-creo que se hizo el fuerte porque se incorporó como si nada hubiera pasado.

-¿Seguro?-pregunté intentando no aparentar nerviosismo, pero internamente me ahogaba.

-Seguro.-respondió con una sonrisa y su móvil sonó.-Espera.-lo agarró de la mesilla de noche donde se encontraba y yo me quedé observándolo como si fuera una visión.

Hablaba algo sobre un trabajo, algo importante, y que debía de ir. Parecía estar en trance y que yo no existía. Pero no sonreía, parecía agotado hasta el límite y me miró colgando el teléfono.

-Tengo que irme-fueron sus palabras antes de levantarse pesadamente de la cama.-Mañana nos vemos.-añadió con cierto aire amargo.

-Pero…-rozó mis labios con los suyos.

-Sé que esta vez lo ibas a cumplir, lo sé.-¿creía en mí? Eso era algo nuevo.

-Quería demostrarte que…-me cortó lo que dije con otro roce de sus labios.

-Ya lo has hecho.-se apartó y agarró su abrigó saliendo de la habitación con prisas. Esta vez era yo el que se quedaba, el que terminaba abandonado.

¿Ya lo había hecho? ¿Qué había hecho? En realidad no le había comprobado nada, tan sólo me había gastado un dineral en unas joyas que quizás ni usaría por pudor. No era ese tipo de hombres que le gustaba adornarse con anillos caros, tampoco de ese tipo de personas que llevaban colgantes excepto esa cruz que a veces le había visto. Pero hice el regalo pensando en él y sí, esta vez quería quedarme a su lado sintiendo calor de su cuerpo.

Encendí el televisor de la habitación, de todas formas había dicho en casa que me quedaría. Estuve más de una hora jugueteando con el mando. Iba de un canal a otro, de una película a una serie y de una serie a un tonto concurso. Al final puse la cadena de televisión donde a veces trabajaba como reportero y ahí estaba él. Parecía fatigado mientras hablaba de la noticia de un derrumbe en la zona marginal. Cuando daba los datos se llevó la mano a la cabeza y yo me alerté. No sé porqué me moví rápido hasta los pies de la cama como si fuera un resorte, un impulso, y entonces lo vi caer desplomado al suelo. Uno de sus compañeros lo tomó en brazos y llamó a un médico, tras eso la cámara dejó de grabar.

No sabía qué hacer, tampoco me había dicho que estaba enfermo y me sentí patéticamente estúpido por no darme cuenta. Apreté los puños y apagué el televisor para ir al aparcamiento sin más. Dejé la habitación del hotel con nerviosismo y al subirme al coche no era capaz de arrancar. Tuve que descolgar mi teléfono y llamar a Lexter. Se personó a los diez minutos como le dije, en un taxi y yo esperaba en el asiento del copiloto.

-¿Qué sucede Mr. Sakurai?-preguntó seco con los ojos vidriosos, quizás lo había agarrado en un momento de descanso y eso le haría odiarme más de lo que ya lo hacía. Sabía que si era fiel a mí, que si estaba en mi servicio, era por las prestaciones y recompensas que le otorgaba ser mi chofer y guardaespaldas. Aunque no era el único, teníamos contratado un segundo cuando íbamos a actos importantes. Si bien, no era como en otros países. No había atentados, ni nadie que intentara hacer peligrar mi vida. Sin embargo había revueltas por culpa de mis manifestaciones públicas en contra del aborto, homosexualidad y las bandas armadas de la mafia.

-Lléveme al Hospital San Benito.-encendí un cigarrillo y mis manos temblaban. Yo, un hombre de hielo temblando como un niño asustado.

-¿Se encuentra bien?-preguntó sin cambiar su tono de voz.

-Sí, lléveme y no haga más preguntas.-di una buena calada y eché mi cabeza hacia atrás. No sabía qué sucedía, pero tenía que averiguarlo y rápido.

Se me hicieron interminables esos diez minutos, diez minutos de edificios iluminados con colores nocivos y tráfico poco denso. Minutos que sentí como horas y que hacían que mi corazón botara. No sé cuantos cigarrillos me fumé, creo que unos cinco, y todos apurándolos hasta el límite. Lexter ni me miraba, tan sólo guardaba silencio.

-Llegamos.-indicó aparcando el coche y yo bajé sin decir nada más.-Mr. Sakurai ¿desea que me quede hasta que termine su visita al hospital?-preguntó con sus manos toscas sobre el volante, sus ojos me escrutaban sintiendo que estaban arañando mi alma.-¿Mr. Sakurai?-interrogó de nuevo con una voz lineal, seguramente no le importaba mi aspecto desaliñado y mis ojos perdidos en mil preguntas. No estaba en ese momento en el mundo, estaba luchando con mis propios miedos.

-Sí.-respondí apagando el último cigarrillo para luego echar hacia atrás varios mechones de mis cabellos, tocarme así el flequillo era un gesto muy mío cuando los nervios podían conmigo.

-Aquí estaré esperando.-eso creí oír al despegarme del vehículo con pasos rápidos.

Odiaba los hospitales, siempre intentaba no aproximarme demasiado a ellos. El médico solía visitarme en casa, en realidad eran varios y amigos de la familia. No eran de mi agrado esos lugares porque me producían escalofríos. Recordaba la habitación impecable de Tokio, mi madre arrojada sobre el colchón y sus ojos vidriosos olvidando la lucha contra aquella enfermedad. No tuve valor de ir a verla durante su ingreso y cuando fui pude verla en sus últimos minutos. Nuestras manos se entrelazaron y comencé a llorar, sabía que perdía a mi madre y era derrotado junto a ella en un día negro. El luto desde entonces me acompañó, amaba el color negro pero creo que le cogí cierto resentimiento durante años. Esas imágenes iban y venían a mi mente, rogaba que Phoenix estuviera bien y me quedé inmóvil en el mostrador de información.

-Señor.-dijo una de las enfermeras.-¿Señor?-repitió algo preocupada, quizás mi aspecto era el de un enfermo y no el de un visitante.

-Sí.-dije con seriedad aunque la voz a penas salía de mi garganta.-Querría saber cual es la habitación de Phoenix Noire.-seguramente si alguien de mi partido me encontraba en el hospital preguntando por él, o inclusive alguien no allegado a mí lo supiera, parte de mi reputación se iría por el sumidero. En ese momento me di cuenta que Phoenix rehusaba utilizar el apellido de su padre, quizás porque le producía cierto rechazo el usurparlo y usaba el de su madre. Pensé que era pudor o rechazo, no algo del estrellato o porque sonaba mejor que el paterno. Su padre murió como mi madre, pero de otra enfermedad tan destructiva como el cáncer.

-Lo lamento, no puedo darle esa información si no es usted familiar.-miró entonces mis escasos rasgos nipones, mis ojos eran grandes y profundos aunque algo rasgados.

-Soy su tío por parte de padre.-dije apoyando mis manos en el blanco mostrador.

-Eso cambia algo las cosas.-sonrió amable y comenzó a teclear buscándolo en las habitaciones.-Es que verá, ha sido algo sonado su desmayo y muchos admiradores, además de admiradoras, se han aproximado hasta el hospital intentando averiguar su estado o entrar en su habitación.-me miró fijamente mientras por el nerviosismo volvía a echar hacia atrás el flequillo, para luego juguetear con mi anillo de casado.

-Me imagino, tiene muchos simpatizantes.-intenté decir algo coherente, pero creo que fue un balbuceo. Se escurrió alguna lágrima mientras ella me observaba fijamente.

-No parece asiático, no del todo.-eso era obra y milagro de mi mujer, incluso había perdido mi acento.

-¿Y bien?-no sabía porqué sus ojos se deslizaban por mis ropas y mi rostro una y otra vez.

-Es en la habitación trescientos seis, en la segunda planta, pero si lo desea puedo darle algo para los nervios. Debería tomarse alguna tila, yo gustosamente le…-mientras hablaba comencé a correr por la galería. No quería saber nada de conversaciones en una cafetería de aquel horrible lugar, mucho menos con una jovencita que no entendía de algo que eran prisas y las prisas me envenenaban. Quería saber cómo estaba él, no quería saber nada más.

No tomé el ascensor, no podía esperar más. Corría por las escaleras y subía sin detenerme a mirar con quien me topaba. La espera me estaba destruyendo lentamente. Al llegar al pasillo de las habitaciones de la segunda planta fui buscando la suya, estaba al fondo junto a una gran ventana. No llamé, entré como si nada. Era una habitación individual como la de mi madre, di gracias a que así fuera.

-¿Sakurai?-aquel tipejo, no podía ser. Taylor, ese maldito Taylor, era Taylor Sawn. Su familia y la mía se destrozaban mutuamente por compañías de nanotecnología en nuestro país de origen, también en numerosas empresas en la ciudad y en otros puntos de Europa y en América nuestras cadenas de comida rápida japonesa eran competidoras indiscutibles. Él había venido de la nada, más bien su familia se arruinó por malos negocios hacía unos treinta años pero él logró remontar el imperio y allí estaba.

-Tú.-logré decir y Phoenix estaba entre nosotros, uno a cada lado de la cama.

-Llamaré a seguridad, no sé como tienes la cara de aparecer aquí. ¿Vienes a ver qué queda del que llamas víbora?-era cierto, así lo llamaba despectivamente hacía mucho tiempo.

-Mira Taylor no me hagas romperte la cara, hace mucho tiempo que deseo hacerlo.-dije mirándolo fijamente con odio.

Aquel hombre era joven, mucho más joven que yo, de unos veintiocho años y su aspecto además de su personalidad era los de un excéntrico. Había oído que iba a museos y compraba piezas de arte sin importarle el valor, sí robaba el arte que era de todos por puro capricho. Tenía una casa enorme enclavada junto a una cascada que tenía llena de salas de maravillas, de colecciones que uno no podía imaginar. Le gustaba ser ostentoso en todo y sabía bien que hacía tratos con la mafia de nuestro país. Su físico era delgado, aunque no excesivamente, sus cabellos eran algo largos y caían algunos mechones sobre sus ojos mucho más rasgados que los míos. Su rostro podía considerarse el de un ángel, pero a la vez sabías al mirarle minuciosamente que era el mismísimo demonio. No entendía porqué mi Phoenix hacía tratos con esa clase de seres.

-No sabes con quién te la estás jugando.-respondió secamente apretando sus puños.

-Phoenix.-no le hice caso, no quería oír sus estúpidas palabras.-Mi amor.-murmuré acariciando su rostro con el dorso de una de mis manos.

-¿Mi amor? ¡Qué sucede!-gritó y él despertó aturdido sin entender bien la escena.

-Atsushi.-susurró alarmado, confuso y sobretodo con ese brillo de felicidad tan característico de él.

-¿Qué sucedió? Me dejaste en el hotel, sabía que estabas fatigado y al final fuiste a exponerte. No vuelvas a hacerme eso, no vuelvas a hacerme sentir que te perdía.-Taylor nos miraba incrédulo sin intervenir.

-Pero…Atsu…él, él no sabe…tu…tu posición.-balbuceó y yo me incliné a besar suavemente sus labios, sus mejillas estaban cenicientas como el resto de su piel, se veía tan frágil que me daba miedo tocarlo.

-Así que tú eres el hijo de puta indeseable que le hace llorar, que le llena el cuerpo de golpes y…¿qué dirá tu mujercita si le digo lo que aquí sucede?-seguro que si se mordía la lengua se envenenaba. Ese maldito desgraciado intentaba hacerme sentir aún peor de lo que ya de por sí estaba.

-Taylor por favor.-susurró mirándolo fijamente.-No es como crees.-

-¿No es como crees? Me dijiste que estaba casado, te dije que no lo toleraba y no veía bien que jugara con tus sentimientos, y para colmo es este pedazo de mierda que tengo frente a mí.-nos lanzamos una mirada asesina y cuando iba a intervenir lo hizo mi amante.

-Ya basta.-susurró incorporándose.-Tú sal fuera, quiero hablar con Atsu.-nuestras manos se entrelazaron y al cerrar él la puerta me derrumbé.

-Pensé que te perdía, pensé que te había pasado algo grabe.-me arrodillé en la orilla de la cama como si fuera a rezar.

-Atsu únicamente es cansancio, solo eso.-antes de entrar en su habitación mis ojos se fueron posando en los demás pacientes, no era normal habitaciones individuales y tan pulcras. La segunda planta era para pacientes que necesitaban quimioterapia, era para personas que tenían cáncer y leucemia.

-¿Por qué estás en este ala del hospital? ¿Crees que porque no lo visite no sé qué significa? Dime la verdad Phoenix, dime la verdad.-sus ojos se entrecerraron algo molesto y se recostó quizás meditando otra excusa.

-Sé que conoces los hospitales, sé que hace poco uno de los miembros de tu partido murió de cáncer y tuviste que pisar esta misma planta.-sus labios estaban cuarteados, quizás porque le habían puesto oxígeno y eso resecaba la boca.

-Lo hice porque era un buen amigo, aunque no fue agradable.-respondí cortando su argumento.

-Inclusive conoces este hospital bastante bien, tú estuviste presente cuando se mandó a urbanismo y fomento el proyecto de un nuevo centro de salud y cómo debía estar dividido.-intentaba quizás hacer pequeños rodeos.

-Deja de recordarme eso, quiero saber qué sucede.-dije y él sonrió acariciando mi rostro, sus dedos estaban algo fríos.

-Eras amigo de mi familia, más bien nuestras familias han hecho negocios juntos y conociste a mi padre.-recordé a aquel hombre de aspecto entrañable, de ojos pequeños y cabello a betas grises y negras.

-Sí.-respondí.-¿Qué tiene que ver eso?-dije aún más alarmado.

-¿Recuerdas la enfermedad de mi padre?-su padre murió hacía unos diez años, fui al entierro y le di mi pésame al que en esos momentos era el proyecto de un adolescente.

-¿Tienes leucemia?-pregunté perdiendo el aliento por un instante.

-Desde hace un año, me la diagnosticaron hace algunos años.-eso hacía entender todo. Su piel amoratada por sujetarlo un poco más fuerte, los mareos que a veces decía tener tras el sexo y el agotamiento del que me hablaba cuando conversábamos por la mensajería.

-¿Te estás tratando?-quería saber si lo estaba haciendo o era tan testarudo como su padre, él no se trató hasta que ya no había marcha atrás.

-No, ¿quieres verme como una bola de billar? No quiero, no insistas. Taylor lleva mucho tiempo haciéndolo.-el nombre de ese estúpido me hizo tensarme.

-Quiero verte sano, quiero que estés a mi lado y te prometo.-sonrió y me interrumpió mi diatriba.

-¿La luna? ¿el sol? ¿Qué me prometes? Llevas diciendo que la dejarás desde que empezamos, aunque no me decías te amo simplemente te deseo.-la mano que sostenía la llevó junto a la otra tomándome de mi rostro.-Atsushi jamás la vas a dejar por tus hijos, por el qué dirán, por tus amigos y por el miedo que tienes a ser homosexual.-no era homosexual, quizás bisexual, pero no me atraía ningún otro hombre que no fuera él.

-Ahora sí quiero hacerlo.-rió bajo al oír aquello.

-¿Ahora? ¿Entonces mentías? Has cambiado. Antes jamás hubieras venido a verme por miedo, hoy lo has hecho y eso me da seguridad. Sin embargo, tengo miedo. Tengo miedo a que me veas débil, a que cambies tu forma de ser por pena.-murmuró y en ese instante comenzó a llorar, yo me abracé a él temblando y rogando internamente porque se dejara tratar de una maldita vez.-Debes irte, no deberían saber qué has estado aquí simplemente porque ya no deseo hundirte.-me aparté de él y asentí, pero antes me fundí con él en un beso. Su lengua parecía más viva y necesitada que nunca, yo estaba perdiendo la cabeza mientras acariciaba sus costados.

-Te amo.-dije sin pensar ni un minuto si parecía cursi o no.

-Y yo Atsu.-me alejé de la cama y él se arropó mejor bajando sus párpados e intentando descansar.

Al salir me topé con aquel yacuza envenenado por el odio, además por evidentes celos.

-Esto a Clarissa le encantará.-dijo con una sonrisa felina.

-Eres un pedazo de mierda.-mis modales se iban por la borda.

La pelea de machitos empezaba, aquí el ganador era el que más golpes bajos se dieran y al final llegamos a las manos. Me pegó un puñetazo en el abdomen, pero al final me repuse y golpeé su cara de muñequito de porcelana fina. Su labio inferior se rompió y comenzó a echar sangre. Varios de sus guardaespaldas aparecieron y él los detuvo con un movimiento seco de una de sus manos.

-No me amenaces, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir. Phoenix jamás te lo perdonaría.-sabía que yo estaba por encima de él y eso le hizo encender su mirada con una llamarada asesina.

-Él es mío, deberías desaparecer antes de que tú te arrepientas.-respondió limpiándose con un pañuelo la sangre abundante que fluía por su boca.

-Señores debo de pedirles que se marchen, están alterando la calma de los enfermos y familiares que se encuentran en el hospital.-era una enfermera y ambos nos miramos con frialdad.

Yo únicamente desaparecí y volví al aparcamiento donde se encontraba Lexter. Había entrado seguramente en la cafetería, estaba bebiendo un café en esos vasos de plástico y mordisqueaba un donut.

-Vámonos al hotel.-dije entrando y sentándome con una furia incontenible en mis palabras.


Continuará

p.d Gracias por los comentarios tanto en las entradas como en la mensajería

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Lestat de Lioncourt