Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 26 de enero de 2009

Dark City - Revoluciones Internas (Capítulo 4)

El maldito Photobucket no puso la H en Phoenix, pero bueno el wallpaper lo he hecho yo con Iori y con Atsushi Sakurai... ambos tienen el fisico de mi Atsushi XD repito... esto no es un fic, simplemente tomé su nombre como le pude llamar Manolo Jimenez... e Iori que físicamente, salvo en estatura, es Phoenix.


Revoluciones Internas

Las tragedias jamás llegan solas, vienen todas de golpe. La enfermedad de Phoenix la obvié aquel día, pensé que podría curarse si tenía el tratamiento adecuado, y me sentía con fuerzas pero me arrancaron lo único bueno de una adolescencia de huesos molidos por los golpes de un viejo. Mi padre aún vive, el muy desgraciado tiene una salud de hierro y no digo que celebre su funeral, si algún día tengo ese placer, pero descansaré y sé que mi madre lo hará esté donde esté. Se añadió la asfixiante relación en la que me encontraba, los planes de Clarissa y sus malas artes femeninas. ¿Por qué nunca pude decirle no? Era imposible alejarse uno de ella, era hermosa y atractiva, pero lo que te hacía hundirte en sus senos era el poder que emanaba. Ahora no me iba bajo las sábanas con ella, si bien seguía llevándome por el camino que ella quería y no el que yo debía seguir. Empiezo este fragmento en un punto donde me encontraba en una encrucijada y en un momento exasperante, otros en mi lugar hubieran tomado un revolver y hubiera hecho saltar la tapa de sus sesos.

Phoenix y yo habíamos discutido días antes tras su salida del hospital. Se negaba a realizar ningún tratamiento y sobretodo me escupía a la cara que mi mujer decía que pronto tendríamos el tercer hijo, tercero tras una larga e infructuosa espera. Yo simplemente le dije adiós, él no entendía nada o no quería entender. No iba a rogar, no era de ese tipo de personas, los ruegos eran más bien de hipócritas que quieren ocultar la verdad de sus actos.

Fui a uno de los numerosos mítines de campaña, mi aspecto había rejuvenecido unos años gracias a un retiro de una semana lejos de todo. No me llevé ni el portátil, ni el móvil, ni nada que me pudiera localizar. Estar en contacto con la naturaleza, deambular descalzo sobre los prados y tumbarme en medio de matorrales mientras cae una lluvia intensa. Corrí durante horas un día, no recuerdo cuantas, y al volver al refugio me calenté en una tina vieja que me pareció de autentico lujo.

Disfrutaba sentir el campo, la naturaleza en su mayor esplendor. No estaba si quiera en las lindes de la ciudad, me había marchado a la zona norte del país. Me hacía mi propia comida, cortaba mi leña, preparaba yo mismo el fuego, cazaba conejos y pescaba. Volvía a ser yo, el que jamás debió de dejar de existir. Estuve horas una noche de tormenta escribiendo poemas, textos sobre mi pasado y ensayos sobre mil temas, pero terminé desnudo aullando frente a la choza. Sin duda, fui libre y la libertad es lo que más valoro.

Al regresar tenía una cadena de conferencias y mis energías se notaban, aplastaba ideas económicas de los otros partidos y también sobre la salud. Sin embargo, mis supuestas opiniones sobre la homosexualidad me lapidaban. Era visto como el monstruo del saco, a pesar de que muchos homosexuales en la gran red de redes, Internet, me tachaban como el más atractivo de los tres candidatos y muchos se proponían como remedio a mi homofobia.

Cuando llevaba horas de arduo discurso, discurso que preparé durante esa semana que no vi a mi amante y que me mantuve alejado de mi mujer. Iba a volver con ella, a volver a ser su marido incondicional, eso es lo que saqué en claro, pero esta vez tomaría las riendas y haría las cosas a mi manera.

-Tenemos una policía débil por culpa de los pocos impuestos destinados a reinvertirse en la seguridad.-dije bastante serio apoyando mis manos en el atril.-Si queremos una ciudad fuerte necesitamos mejores coches patrulla, más y mejor formación para los agentes ya incorporados, limpieza de corruptos en el cuerpo y sobretodo incrementar entre los jóvenes el respeto hacia el uniforme. Esta ciudad es una gran familia y yo seré su patriarca si me lo permiten.-comenté amontonando mis papeles, papeles de mi puño y letra.-Porque el futuro es hoy, porque el mundo del mañana es el presente y nuestros hijos deberían poder caminar por la calle sin miedo a que les apuñalen.-todos los que estaban allí aplaudieron.-No sólo ayudaré al paro ayudando a los desempleados a incorporarse en puestos industriales reactivando la economía e invirtiendo en nuevas tecnologías y energías más limpias, ayudando a empresas a instalarse en la zona con medidas económicas el primer año y años posteriores para las menos contaminantes ¡No! sino que también les ayudaré en los estudios para que no queden anticuados y apoyaré a los que quieran entrar en las fuerzas armadas o en las academias de policía. Puedo prometer y prometo que no consentiré que mi ciudad, la ciudad de todos nosotros, se arruine como lo está haciendo. Los impuestos llenaran las arcas para ser vaciadas en ayuda a la economía, sanidad y seguridad además de una educación digna.-mi mirada fuerte, igual que mi voz que no temblaba ni un instante y mis movimientos sutiles con las manos marcando ciertas palabras engatusaban a cualquiera, pero lo que decía era cierto. Yo no podía ser corrupto, no necesitaba el dinero ya que tenía negocios y era rico.

Lo vi entre el público que había acudido a escucharme, cuestionarme o simplemente idolatrarme. Estaba en las gradas cercanas habilitadas para los medios de comunicación. Su aspecto era enfermizo, tenía ojeras y estaba bastante pálido. Tras el mitin di una rueda de prensa con unos aperitivos para los medio allí reunidos y en cuanto empezó la ronda de preguntas se levantó. Yo me mantenía firme, distante y frío, pero con una sonrisa que me hacía parecer un ángel y no un demonio.

-Sakurai-sama, que opina usted de que sus rivales y la opinión publica que cuestionan sus palabras vertidas sobre la seguridad que usted desea crear. Personas que sienten miedo a los policías, mucho más que a la propia mafia y narcos que están asentados en nuestra ciudad. Aseguran que la corrupción esta infectando no sólo a las fuerzas de gobiernos si no a la policía también y que son un peligro más que una ayuda, una solución. Han perdido la fe, tanto en la política como en usted o en cualquiera que piense que va a ser sencillo. ¿Qué les diría?-sus ojos brillaban e intentaba mantenerse firme, lo veía, además el cansancio hacía mella en su voz

-Simplemente que si no lo creen que me voten, cuando me tengan en el Ayuntamiento y vean los despidos y detenidos en prisión por malversación pública y corrupción, entonces me darán la razón. Lanzaré leyes para tener previo aviso a estas personas, los corruptos quedaran fuera del cuerpo y también con condenas serias. No voy a permitir que ningún ciudadano sea maltratado o amenazado por ellos.-mis manos estaban sobre la mesa, separadas un poco unas de otras y en el centro el micrófono.-¿Algo más?

-También dicen que sus rivales llevan el apoyo de las minorías por que su estilo de gobierno se ve demasiado rígido para ellos y no aporta nada como por ejemplo, negros, judíos, homosexuales y personas con problemas motores y psicológicos. ¿Qué puede responder a esto?-sus ojos intentaban conectar con los míos, pero no lo consiguió y si lo hizo vio frialdad.

-Ellos son blancos, europeos, yo soy Japonés ¿crees que no pertenezco a esa minoría?-lancé la pregunta mirándole con indiferencia y un destello helado, si él hablaba mal de mí que se suponía me amaba no quería saber que haría alguien que me odiara. Tomé aire y miré al frente.-Como he dicho soy japonés y he vivido la discriminación muchos años, también mis hijos y mis conciudadanos. Se nos tacha de mafiosos cuando yo vengo de una familia que hemos luchado por tener un emporio gastronómico y tecnológico, ya lo conocen, y me lastima saber que hay personas de mi ciudadanía que coaccionan a los demás. También sé de la inmigración de otros países, uno de mis futuros ministros es del Cairo y otro de México. Sé lo que sucede, créame, mejor que ellos dos...porque vivo el problema, porque soy cercano a esa situación y prefiero la mano dura con los temas de seguridad antes que ser demasiado blando y todo siga igual. También tengo mis ideas de familia, simplemente soy alguien que aspira a un modelo tradicional, no permito que se llame matrimonio a algo que no lo es. Añado que aunque soy de religión cristiana para nada aparto mi mano de judíos, musulmanes, ateos y demás religiones.-volví a regresar una mirada dura e implacable para él y luego mirar a la sala.-¿Alguna pregunta más?- comenzaron a sacarme fotografías, a cuestionar cada línea de mi discurso y parecían satisfechos con mis respuestas.

Mi aspecto era relajado y a la vez desafiante. Calaba mi mirada en cada uno de ellos, los taladraba y me inmiscuía en sus almas haciéndoles temblar. Mis cabellos caían sobre mi frente, hebras oscuras que disimulaban la frialdad de un asesino cuando lo observaba a Phoenix. Seguí la rueda de prensa durante más de media hora tras su intervención. Tras ello pedí a los míos que me dejaran solo, estaba agotado. Me quedé en una de las salas, pequeñas habitaciones, mirando el correo en mi portátil y entonces miré el móvil.

“Quiero verte para devolverte las joyas, me queman la piel como me quema tu frialdad. No puedo seguir llevándolas, creo que es lo mejor. Si quieres acércate a mí, estaré tras los setos. Ai shitteru”

-Entiendo.-susurré cuando leí el mensaje y fui a donde siempre quedábamos en estos eventos para contrastar sensaciones, para saber qué se rumoreaba.

Al llegar seguí con mi rostro frío y gélido quedándome apoyado en la pared encendiendo un cigarrillo. Extendí la mano con disimulo, sin mirarle y sin pronunciar ni una sola palabra. Él me miró con aquellos ojos enormes de cachorrillo abandonado. Me dolía hacerle todo aquello, en parte me dolía, sin embargo tenía que ser consciente de que alguien como él no era lo que necesitaba. Mi hermano había fallecido, mi vida era un desastre y necesitaba estabilidad. Sin embargo, no sería feliz.

-Creí, creí que las cosas serían distintas.-murmuró conteniendo sus lágrimas, lo notaba, y al final no pudo evitar llorar al forcejear con el anillo.

-Todos pensamos que las cosas serán distintas a como terminan en realidad, para bien o para mal.-dije llevándome a los labios un cigarrillo para luego prenderlo, eché una calada y él se fue sin despedirse.

No era sano para ninguno de los dos una relación basada en mentiras, secretos, gritos y dolor. Di media vuelta y me fui a terminar de mandar unos mails, mirar unas noticias y guardarlo todo en archivos de Word. Pero al sentarme me quedé mirando fijamente el anillo y el collar, lo compré cuando me empecé a dar cuenta de lo importante que era para mí tenerlo a mi lado. En ese momento me juré no volver a caer en el engaño de una pareja más joven y hombre, debía volver con mi mujer y dejarme de sueños de bragueta calenturienta.

Comenzó a tronar fuerte y las luces de los tubos de los fluorescentes parpadearon, la lluvia se veía intensa allá fuera y decidí quedarme aún más en esas instalaciones. Sonreí un instante, amaba la lluvia y cuando joven solía correr bajo ella con el walkman a todo volumen. Entonces sentí como la puerta de la sala se abría de un portazo y otro le siguió, miré y lo vi empapado llorando pegado a la puerta.

-¿Qué quieres?-pregunté siendo indiferente, más bien rogando por aparentar serlo.

-¡No me puedes dejar!-gritó y me alarmé corriendo para taparle la boca.

-¿Estás loco?-pregunté hablando en su oído.-Cerca están aún los de mi partido, mis guardaespaldas y amigos de mi mujer. Definitivamente estás loco. No vuelvas a gritar y no voy a volver contigo.-sus lágrimas no cesaban cuando me aparté y le miré fríamente, para luego sentarme en la silla como si nada.

-Pero.-susurró corriendo hacia donde estaba cayendo sobre mis piernas, sus brazos se cruzaron sobre mis muslos y su cabeza se apoyó en estos. Lloraba como un desgraciado.

-Pero nada, estoy cansado. Cansado de que veas lo poco que hago por ti como una amenaza, no quieres curarte y por lo tanto no voy a estar contigo viendo como te mueres. Si deseo un amante lo deseo para que siga a mi lado, no para que me abandone o se marchite.-estaba rechazándolo por su enfermedad, pero en realidad lo hacía por mi cobardía.

-Atsu, por favor haré lo que quieras.-a penas podía hablar, su voz se entrecortaba y se empezó a aferrarse con fuerza a mi chaqueta.

-No vas a hacerlo, además amo a Clarissa.-mentí causando quizás en él un daño peor que una puñalada.

-¡Mentira!-gritó y le abofeteé callando luego sus labios con un beso desesperado.

-Cállate.-respondí mirándole a los ojos para subirlo a mis rodillas y abrazarlo como si fuera un niño pequeño.-¿Harás lo que yo diga si volvemos?-pregunté acariciando sus cabellos, jugando con ellos y enredándolos entre mis dedos.

-Sí.-susurró compungido pero había dejado de llorar, su rostro se amorataba y se empezaba a notar el golpe.

-Entonces irás a tratamiento.-besé su frente y lo bajé de mis piernas para quedar de pie cerrando el portátil.

-Atsu.-susurró abrazándome por la espalda, arruinando más el traje.

-Al hotel no podemos ir.-quería tenerlo de nuevo conmigo y él también, su mano se coló rápida en mi entrepierna bajando la cremallera con habilidad.

-A mi casa, déjate de hoteles.-susurró aún con la voz tomada.

-Nunca fui.-dije acordándome de que no sabía su dirección, mi automóvil no podíamos tomar y tendría que decirle a mi seguridad que por motivos “x” me iría en un taxi, y que ellos salieran como si yo estuviera dentro.-La prensa está ahí fuera aún.-añadí alejándome de él para quedar apoyado en el marco de la ventana observándoles con indiferencia.

-Vayamos en mi coche, lo tengo aparcado en la puerta trasera, la que está cerrada a los medios. Así que, bueno, podemos hacerlo si te ocultas bien en los asientos de detrás con una manta de las que uso cuando espero en el coche.

-Está bien.-respondí buscando un cigarrillo y mi encendedor, prendí uno de mis cigarros y comencé a fumar con pequeñas caladas pensando en la estratagema que se me ocurriría para todos. Saqué el teléfono móvil de mi chaqueta y llamé al jefe de mi seguridad, uno de mis guardaespaldas para eventos tan comprometidos como este.-Eduard.-al otro lado se escuchó su voz tras un tono, siempre tan diligente en mis peticiones y llamadas.-Me iré solo, haz pensar que me he ido con ustedes en mi vehículo. Necesito trabajar y no voy a poder llegar a casa a tiempo en la noche. Dígale a mi mujer que necesito terminar un discurso, que necesito paz.-él simplemente asintió a mi orden y colgué.-¿Y bien?-dije girándome hacia Phoenix que seguía calado hasta los huesos.

-Voy a por mi vehículo, en cinco minutos te espero.-besó mis labios suavemente y salió corriendo hacia la puerta, estaba enérgico y parecía que volvía a ser el de siempre.

En cinco minutos bajé hacia la puerta por los pasillos poco iluminados, era un polideportivo bastante nuevo, pero aún así se escuchaba como goteaban varios grifos y la lluvia de allí fuera tintineando, haciendo que el terreno no asfaltado de la zona fuera una piscina de fango. A la salida el aroma a tierra mojada llenó mis pulmones y sonreí al verlo corretear hasta mí con un paraguas, no sé porqué lo hizo ya que estaba empapado por su culpa. Corrimos hasta el coche y me metí detrás arropándome con la manta y riendo internamente, todo aquello me parecía emocionante y divertido.

Pasé treinta minutos en una postura fetal mientras reía a carcajadas, él hacía lo mismo, parecía contagioso. Fuera diluviaba y el coche iba lento por las calles notando como los cristales se empapaban por el calor que desprendíamos. Deseaba poder sentarme a su lado y ver su rostro marcado por esas líneas de expresión tan festivas, pero me conformaba con recordar como eran mientras lo escuchaba. Decirle que amaba a mi esposa fue una completa estupidez pues se notaba demasiado bien lo que sentía, lo que deseaba y a quien pertenecía mi corazón, que no mi alma. Esta vez mi alma, mi forma de ser y de sentir, lo iba a dejar al aire libre para quitarle las polillas de veinte años encerrada en las manos de mi dulce esposa.

Era una gran ciudad y él vivía en las afueras, en un barrio residencial muy popular porque había viarios famosos viviendo en la zona. Famosos escritores que se dirigían allí por el silencio, la paz, y que muchos de los demás vecinos trabajaban casi las veinticuatro horas del día. Lo de trabajar tanto era porque las oficinas quedaban lejos y debían levantarse temprano, dejar la casa pronto y llegaban tras horas de angustiosos informes quedando dormidos al instante, al despertar arreglaban un poco la casa y seguían con el trabajo en el portátil hasta altas horas de la madrugada. Era un círculo vicioso, vivir en una zona de este tipo era silencio asegurado ya que los jóvenes estudiantes vivían en el campus universitario, o en el obrero, aunque también había pequeños pisos estudiantiles en el centro.

-Llegamos.-dijo nervioso bajando y empapándose de nuevo, salí bajo la lluvia sin importarme y lo abracé besándole.

No había nadie en la calle, las casas de la zona tan sólo tenía el resplandor de algún televisor y las farolas iluminaban tenuemente las calles. Sin duda no nos verían, no me importaba cómo llovía y mancharme el traje. Se arruinaría, lo sabía, pero tenía dinero de sobra para comprar mil más como aquel. Le agarré de las caderas y él me rodeó por encima de los hombros, la lluvia seguía cayendo con mayor intensidad y terminamos empapados en aquel fogoso despertar. Mis dedos viajaban ya bajo su sudadera, su camisa ajustada y cualquier impedimento textil. Terminó tirando de mi corbata usándola como si fuera una correa y yo su dóberman. Sonreímos al dejar de besarnos y entonces sus nervios afloraron.

-Pasemos dentro, nos van a ver.-tiró de las solapas de mi traje y luego me tomó de una de mis manos para meterme a prisa como si fuéramos dos fugitivos.

-Tranquilízate.-susurré acariciando su rostro con las yemas de mis dedos, un rostro que había echado en falta cada día.

-No me puedo tranquilizar, llevo mal días al no saber de ti.-se abrazó a mí llorando de nuevo.

Su casa era acogedora, tenía un salón y una barra americana que daba a la cocina, junto a esta una escalera que seguramente daría al dormitorio y baño. No estaba mal. Era de madera revestida, el parquet se veía impecable y tenía parte cubierto por alfombras de colores similares a los sofás y telas de las cortinas. Había una chimenea en un lado de la habitación próxima a la ventana que daba a la acera. Sin duda tan acogedora como sus brazos cuando se anclaba a mí, aunque con un espíritu colorista y vanguardista muy propio de Phoenix.

-Pues deja de llorar, de estar nervioso, no deberías estarlo cuando ya estoy a tu lado.-besé su frente y aparté algunos de sus cabellos, para luego secar sus lágrimas con mis dedos observándole.

-¿Cuánto tiempo?-preguntó algo resentido.-Te irás con ella, volverás a su lado y otra vez estaré esperándote.-lo abracé con rabia, porque lo que decía era cierto. Tenía rabia porque sabía que no podía darle lo que quería y quizás un día se marcharía.

continuará

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Lestat de Lioncourt