Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 5 de febrero de 2009

Dark City - Revoluciones Internas (Capítulo 4 parte Ia III)


-Sí, si quieres todas las noches de tu vida.-puso su mano izquierda sobre mi entrepierna mientras con su otro brazo me tenía enganchado del cuello. Seguía mordisqueando mi lóbulo, parecía degustarlo.

-Busca provocarme, sin embargo no hay necesidad para ello.-lo aparté girándolo y empujándolo a un sillón introduciendo uno de mis dedos, se estremeció y yo reí bajo al ver lo fácil que era tenerlo comiendo de mi mano.-Siempre tan sensible.

-Atsu.-susurró con un gemido leve en sus labios, seguramente conteniéndose.

-Mírate, como si fueras una puta esperando un cliente. Pero eso es lo que más me gusta de ti.-dije inclinándome tras él, mordisqueando la cruz de su espalda.-Que puedes ser suculento, desquiciante, erótico y bajo para conseguir que yo me excite.-dejé su trasero tranquilo tras torturarlo con caricias certeras. Él no dijo nada, tan sólo gemía necesitado. Aquella pequeña protuberancia era el punto exacto de placer, le conocía tan bien que a veces me asustaba.-Vamos arriba.-le di una fuerte cachetada y él me miró con los ojos iluminados.

-Atsu.-dijo incorporándose para abrazarse a mí, besarme el cuello y mis dedos volvieron a entrar en él.-Para, aquí…-un gemido rotundo lo hizo callar y suplicar con la mirada más, sus labios estaban entreabiertos y mi mano libre estaba garrándolo bien por la cintura.

-¿Aquí? ¿Aquí no?-asintió a mis palabras trémulo y lo tomé en brazos.

Sus labios se pasaban por el lado derecho de mi cuello, lo mordían y se quedaba pegado a mí dejando que su aliento me acariciara. Eso me hacía excitarme aún más, él me guió hasta su dormitorio sin dejar de mordisquear mi lóbulo.

-Gatito.-susurré intentando controlarme pero no pude. Lancé su cuerpo a la cama y él me miró confuso, estaba siendo brusco desde el minuto cero.

-Atsushi.-murmuró abriéndose de piernas esperándome. Creo que se volvió sumiso al ver que podía alejarme de él sin problemas, quizás tan sólo para complacerme.

Me quité el cinturón y lo dejé caer haciéndolo sonar en el parquet. Me quité la chaqueta, la corbata tirándosela al lado de su cuerpo y después mi camiseta. Pasé una de mis manos por mi entrepierna aún con los pantalones puestos, se notaban las ganas de poseerlo. Terminé quitándomelos ante su atenta mirada, se tocaba jadeando y yo sonreí.

-Atsu.-rogó recostándose completamente en la cama mostrándome su entrada y pecho se movía agitado.

-Ya voy.-me desnudé por completo, me liberé.-¿Hace falta que te prepare?-él negó y yo sonreí ante aquel gesto tan aniñado.-Veinticinco años.-dije abriendo más sus piernas y lo atraje más a mí.-Casi podría ser tu padre.-me incliné y besé sus labios fundiéndome en ellos.-Es más, podría serlo.-entré en él y jadeé mordiendo su cuello, entrando de una vez. No podía esperar.

-Atsu.-sus uñas se clavaron en mi espalda desgarrándola, sus ojos se cerraron y sus gemidos aumentaban en cada envite. Sus labios eran carnosos, los de siempre, pero me parecían más apetecible que de costumbre.

La habitación era amplia, la cama de matrimonio y el cabezal chocaba tronando con los muelles. Los colchones de latex eran mejores, hacían menos ruido. Los cristales se empezaron a manchar con vaho, la puerta cerrada, sus pulmones desgarrándose en cada alarido. Le hacía daño y a la vez le daba placer. Mordía su cuello, destrozaba su boca, lamía su mejilla, arañaba sus muslos y él, él me hacía trizas la espalda y envolvía con su esfínter cálido mi entrepierna.

-Phoenix.-susurré entre jadeos fundiéndome en su boca, agarraba su sexo y lo masturbaba deseando a la desesperada que la tortura le fuera placentera.

-Te amo.-gimió bajo en un balbuceo, para volver a decirlo a gritos.

Me dolían los arañazos, pero él se llevaba otros tantos. Sexo a lo bestia, eso es lo que más nos gustaba a ambos. Nos compenetrábamos de una forma increíble y el orgasmo vino llenándome de espasmos. Él lo hizo segundos más tarde mientras aún lo ensartaba con violencia.

Uno no fue suficiente y le siguieron dos más. Algo de lo que no hubiera dado crédito mi mujer, ya que con ella únicamente íbamos de uno en uno o quizás un segundo, pero de eso hacía meses. Su cuerpo se enredaba en el mío, sus cabellos me acariciaban la piel y verlo trotar sobre mi vientre fue demasiado, al igual que atarlo con la corbata. No podía parar de azotar su trasero y sentirme su dueño.

Caímos agotados en la cama y mis labios no se contuvieron en besar sus hombros, mis manos acariciaban su espalda y mi nariz olfateaba sus cabellos. Amaba ese aroma. No era como el de las mujeres, tampoco como el de los hombres. Él tenía un perfume especial, un perfume corporal que apasionaría a cualquier lánguido. No sé porqué me acomodé en el colchón y lo puse sobre mi pecho, no lo sé, porque el contacto después del sexo con él era alejarme. Sin embargo, no quería irme y me quedé dormido aferrándome a él.

Al despertar seguía dormido y yo tenía hambre, el sexo siempre me dio un apetito voraz. Supongo que todos somos así, que el sexo nos agota y nos hace asaltar la nevera. Fui a la cocina y sin saber bien donde estaban los platos cociné algo. Llevaba una yukata suya, me quedaba pequeña, pero era lo que había en esos momentos.

Preparé algunas tostadas con mermelada de fresa que había en la nevera, exprimí unas naranjas y me hice un buen café. Me desenvolvía bien en la cocina, en mi soltería tuve que aprender y lo hice incendiando casi la cocina. Más tarde le cogí el gusto, terminé tomándole aprecio a cocinar y a comer lo que me hacía. Es más gratificante ver como algo se hornea, cuece o fríe hecho por ti que por un gran chef. El sushi se hizo base de mi alimentación, aprendí a hacerlo y a disfrutarlo. Sin embargo, Clarissa decía que era una perdida de tiempo, que mejor que contratáramos a alguien para hacer las cosas de la casa y me alejó de un oficio poco masculino, según ella y su padre. Además de todo eso salí fuera por un par de rosas y vi a un enorme perro que saltaba sobre mí lamiéndome la cara. Supuse que era su perro, ese mastodonte.

-Para.-me lamía y olisqueaba, olería a su dueño y por eso no me atacaba con furia. Miré su placa mientras lamía mi cuello llenándome de babas.-Astaroth.-murmuré.-Astaroth quieto.-el perro curiosamente me hizo caso.-Siéntate.-se sentó y yo me incorporé un poco.-¿Atacas de esta forma a todo hombre que entra semidesnudo en tu territorio? Luego dicen que los animales no son como sus dueños.-reí bajo y vi las rosas, tomé un par entrando de nuevo en la casa y limpiándome como pude aquellas babas. Yo era más de gatos, tuve varios, pero mi mujer se deshizo de ellos porque decía que contagiaban enfermedades a los niños.

Terminé de arreglar las bandejas y puse las tostadas, al final hice incluso algunas tortitas. Pensé que era demasiado para ambos, pero aquel pastor alemán que jugaba como un cachorro tras una mariposa sería nuestro invitado.

-Atsu.-su voz retumbó en la parte de arriba.

-Ya voy, estoy haciendo una cosa.-pero no me dejó terminar cuando ya estaba abajo con unas babuchas de patas de gato, unos boxer y el pelo revuelto.

-Quieres ir a la cama, esto no tiene gracia si estás levantado.-comenté mirándole fijamente y eché a reír.-Bonitas patas.-murmuré y él se sonrojó quitándoselas para tirarlas algo alejadas.

-Regalos estúpidos…-bajó la mirada y subió de nuevo hacia su dormitorio.

Reí de buena gana, mientras pasaba por el lado de aquellas zapatillas para la casa. Se veían cómodas, calientes y sobretodo imaginármelo con ellas me daba en cierto sentido ternura. Al subir por las escaleras dejé la bandeja en la mesa próxima a la cama y mordisqueé su cuello.

-Aquí tienes el desayuno.-agarró la rosa y la olfateó mirándome con disimulo.-¿Y este arranque de romanticismo? ¿estás enfermo?-preguntó tomando una de las tostadas.

-No, no lo estoy.-tomé mi taza de café, a él le hice un zumo porque era mejor para su salud. Tenía más vitaminas y el café podía desquiciarlo, lo sabía, por eso decidí hacer el café únicamente para mí.

-¿Yo zumo? ¿Cómo un niño?-preguntó refunfuñando, al parecer se dio cuenta de mi estratagema.

-No quedaba leche y yo lo tomo prácticamente solo.-alzó una ceja y resopló.

-Vale.-mordisqueó una tortita y empezó a engullirlas, no quedó ni una y yo me guardé mis ganas de hincharle el colmillo a un par.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt