Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 17 de mayo de 2009

Dark City - Memento Carpe Diem - Capítulo 5 (parte XXXIX)




-No, no estás bien.-sus dedos acariciaban mi rostro, se notaban temblorosos y sus ojos estaban aturdidos. Tenía miedo y mi miedo se reflejaba en él.

-Sí lo estoy.-mascullé con desagrado.

-No, no lo estás y vamos a ir al hospital.-puse mis manos sobre sus mejillas y sequé sus lágrimas.

-No llores, por favor, no me gusta verte de este modo.-besé su frente y él bajó inconscientemente sus párpados. Aquellos labios jugosos me llamaban para que los besara, su piel de seda me rogaba que lo estrechara entre mis brazos convirtiéndolos en cadenas y mi ritmo cardiaco descendió. Él me aportaba calma, paz.

-Por favor, vayamos al médico.-murmuró tomándome de las manos, entrelazó sus dedos con los míos y estuve a punto de volverlo a besar en sus mejillas cuando entró mi secretario.

-Mr. Sakurai.-estaba cargado con unas carpetas amarillas de cartón, solía guardar ahí los informes que le pasaban los diversos ministerios, además de concejales de mi partido.-¿Sucede algo? Está pálido.-su tono también era de consternación como el de Uta.

-Sí, ambos sois unos dramáticos.-dije como si no sucediera nada.

-No, no lo somos.-reclamó Uta.-Iremos al doctor y punto.-era terco, no podía decirle que no. Era imposible negarse ante cualquier mandato que hiciera, tenía ese encanto personal que te envuelve y asfixia siguiéndole como perro faldero. Sus caderas en movimiento eran enloquecedoras. Me daban ganas de acariciarlas y pegarme a él aspirando su colonia.

-No puedo ir, tengo que volver con Phoenix.-mi antiguo amante se giró y clavó con rabia sus ojos en mí.

-¿A ver a ese paliducho descreído? Ese que no es capaz de no darte problemas, de tomar el tratamiento y de quedarse quietecito. ¿Ese? Atsushi no te cuidas, él no te cuida.-me quedé en silencio sin saber cómo reaccionar.

-No deberías decir eso.-dije bastante serio.

-Pues me voy, entonces que te cuide él.-le agarré de su brazo ante la mirada atónita de mi secretario.-¡Suelta!-gritó furioso.

-¡Ya!-respondí de inmediato.-¡Deja tus celos!

-Señor voy a llamar al doctor.-comentó Alfonso y se marchó hacia su despacho.

Me seguía doliendo el pecho, bastante. Uta se deshizo de mi agarre y cerró la puerta, para mirarme apoyado en esta. Fui hasta él y lo tomé de la cintura, acaricié sus caderas y lo besé suavemente en sus labios. Era sólo un roce.

-Tengo celos porque puede verte dormir, sentir el peso de tu cuerpo en la cama y poder acariciar tu rostro.-decía en susurros prácticamente.-Quiero poder dormir a tu lado, despertar y verte después de una noche de pasión.-recordé como Phoenix me pedía eso cada noche en el hotel, lloraba incluso mientras rogaba que me quedara.

-Él me ama, está enfermo y yo.-no sabía bien qué decirle.

-¿Y tú qué? Si realmente le amaras no vendrías a mí, no me besarías ni acariciarías. Atsushi no lo amas, quiero que te quede claro que no lo amas. Yo siempre te he amado, he esperado tu regreso, he estado años soñando con volverte a tener así y tú estás con él por pena. Porque te resucitó de tu inconsciencia, nada más. Has vuelto a la vida y estás agradecido, pero no lo amas. Si le amaras serías fiel, ya no eres el joven alocado sino alguien más asentado. Las personas maduras ya no pensamos en estar con otros, sino en una pareja para el resto de nuestros días.-en parte tenía razón, sin embargo él no gobernaba en mis sentimientos.

-No vives en mi mente, así que deja de decir que sabes lo que siento.-me aparté de él y me senté en el cómodo sillón giratorio. Me dejé caer con pesadez y cerré los ojos agotado.

-Atsushi yo no quería decir eso, simplemente descifro tu mirada y sé que es lo que necesitas.-en ese instante abrió mi secretario la puerta y nos miró desconcertado, aún más desconcertado que momentos atrás.

-Me ha comentado su médico de cabecera que debería ir al hospital, que informemos que va para allá para que haya discreción. Ya sabe lo que sucede con los periodistas, el partido podría verse dañado y pensar que estamos débiles.-murmuró tras carraspear un par de veces.

-Sí, será lo mejor y lo oportuno.-me levanté algo mareado. Uta se dio cuenta y como acto reflejo se colocó a mi lado para ayudarme.-Lleva mi coche Alfonso, por favor.-él asintió y los ojos de mi viejo amigo me observaban preocupados. Con ellos siempre pensé que me escrutaba hasta hurgar en mi alma.

-Apóyate bien en mí At-chaan.-murmuró sonrojado al tenerme tan pegado a él.-No quiero que te hagas daño.-sonrió leve cuando le dirigí una sonrisa.

-¿Por mi bien o por el bien del grupo?-ambos echamos a reír y noté como su cadera rozaba mi pierna justo antes de entrar en el vehículo. Lo había aparcado en mi plaza de aparcamiento frente al Ayuntamiento.

-Por tu bien idiota.-respondió colocándome el cinturón.

-Bien señor, yo le llevaré.-tomó las llaves que le ofrecía.

-Haz que me lo rallen, que nos golpeen, que le pase algo a mi joya y te juro que te mato. Haré tu vida un infierno.-tragó saliva y Uta echó a reír.

-Esos modales jamás los cambiarás, nunca jamás.-se sentó detrás y acarició mis hombros justo antes de que nos pusiéramos en marcha.

Ver mi vehículo favorito conducido por aquel alocado me daba aún más dolor de pecho, no me calmaba. Temía que termináramos estrellados contra una valla de las vías. Giró indebidamente y cerré los ojos rezando todo lo rezable, aunque hacía tiempo que no creía en la iglesia en sí pero algo en mí me hacía creer en la justicia divina. Una justicia poética bastante extraña, el karma o como bien le llamen en los distintos países del mundo, en las distintas culturas. Sentía que algo o alguien me las estaba haciendo pagar una a una, lo merecía sin embargo no me agradaba. Nunca nos agrada que las cosas terminen saliéndose de su curso ordinario.

Con el manos libre, que había instalado en el vehículo, llamó al hospital, comentó sobre mi estado de salud y que deseábamos que fueran discretos. Pidieron que entráramos por la parte trasera donde entraban y salían las ambulancias, allí seríamos atendidos para mi ingreso en el centro. Oír que tenía que ir a un lugar así, el cual no me agradaba, y que tendría quizás que permanecer en él varias horas mientras me hacían chequeo tras chequeo me ponía nervioso. Uta me acariciaba el cabello, me había recostado en su pecho y por el retrovisor del coche Alfonso nos observaba.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt