Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 18 de marzo de 2010

Dark City - capitulo 15 - La polvora en el aire III


Después de hablar con Kamijo nos sumimos los cuatro en un profundo silencio. En el pasillo había pequeños bancos para que los familiares pusieran sentarse y esperar turno para ver a sus enfermos. Yo miraba hacia el paisaje gris que se divisaba desde aquella planta. Podía ver con claridad las diferencias de aquella ciudad, de mi ciudad, Dark City. Ese seudónimo era demasiado esclarecedor y más aquella mañana. Una mañana oscura, delirante y sangrienta. No podía dejar de pensar que todo aquello era cosa de Wook. No podía entender como un hombre tan centrado perdía así la cabeza y los estribos.

Fueron diez minutos, diez escasos minutos, para ver como la imagen de Kamijo, o más bien de su fantasma, entraba con paso tembloroso por el pasillo. El efecto de aquella luminosidad por los pocos rayos de sol que despuntaba, y también de las luces fluorescentes, hacían que su piel se camuflara con las baldosas y paredes. Sus pasos parecían ser los pasos de un condenado. Sus ojos estaban paralizados, unos ojos que podrían ser los de un demente, mientras sus puños estaban cerrados dando una imagen de engarrotamiento. Parecía el arcángel Gabriel bajando de los cielos para desenvainar su espada de fuego en contra de sus deseos, de los propios de un enviado condenado a los dictámenes de un dios perverso.

No dijo nada. Sus labios parecían sellados. Tan sólo fue directo a la habitación, esa misma que nos habían prohibido entrar. Giró el pomo y entró enfrentándose a una realidad dura, demasiado dura para alguien que aún vive prácticamente en una luna de miel continua. Yo observaba todo desde el pasillo, no me atrevía a entrar y decir nada.

Phoenix se separó de mí quedándose en el marco de la puerta. Lionel también se apartó de Taylor quedando al lado de mi pareja. Él se quedó parado frente a la cama y tomó una de las manos de Jasmine entre las suyas. Desde fuera Jasmine parecía únicamente dormir, como si fuera la doncella de un cuento, si bien su piel pálida y las máquinas nos devolvían a la cruel realidad. Él lo observaba, parecía contar los tubos que iban de su cuerpo a las máquinas que lo monitorizaban. Era una pesadilla. Comenzó a sollozar, ya no podía contener más sus lágrimas y su dolor, cayendo al finalmente frente a él.

-Lo lamento.-susurró Phoenix.-Debí llamarte antes.-dijo tocándole el hombro, acariciándole leve los cabellos.

-Jasmine.-balbuceó aún aferrado a la mano de su marido.

-Ven conmigo.-dijo Lionel inclinándose hacia él.-Ven.

No sé como explicarlo, pero Lionel siempre parecía tener un don especial para consolar. Tal vez por haber sido sacerdote sabía encarar ciertas situaciones. Si bien, había visto lágrimas en sus ojos y sabía que él también estaba roto de dolor. Levantó a Kamijo con una sonrisa leve en su rostro, mostrando tal vez una amabilidad y cuidado extremo. Taylor cruzó los brazos observando todo, estaba a mi lado en silencio y únicamente fijaba sus ojos en aquel hombre de aspecto fuerte y talante dulce.

Lionel dio órdenes a Phoenix para que aproximara el sillón, para que se sentara al fin y se acomodara bien junto a su esposo. Kamijo sólo lloraba, sólo observaba a Jasmine. No sabía qué decir, cómo actuar. Siempre había sido protagonista, como enfermo o como acompañante, jamás como amigo.

-Comprendo ahora porqué estás con él.-dije en un murmullo.-Aún no entiendo qué hace un hombre así con un tipo como tú.

-Los polos opuestos se atraen Sakurai.-dijo antes de entrar para tomarle de la mano y besársela. La única respuesta de Lionel fue abrazarse a él, relajarse en sus brazos y observar a Kamijo.

-Phoenix.-dije llamándolo.-Ve a llamar a un médico.-comenté cuando iba entrando en la habitación.

-Les dije que no pasaran.-escuché a mis espaldas la voz del médico.-Aún así, él puede quedarse.-colocó bien sus gafas.-Supongo que es el esposo ¿verdad?-preguntó y yo sólo asentí tomando de la mano a Phoenix.

Taylor y Lionel salieron como nosotros de la habitación y el doctor cerró la puerta. Los cuatro estábamos en el pasillo sin saber bien cómo actuar. Era evidente que Taylor y yo jamás nos íbamos a reconciliar, jamás habíamos sido otra cosa salvo enemigos, si bien en ese instante estábamos siendo civilizados.

-Deberíamos irnos a casa Taylor.-dijo Lionel.-Nico tiene que estar volviendo loco a las chicas.-sonrió iluminándose leve su rostro.-Además de pintar las paredes y manchar todo de chocolate.-tiró leve de él y miró a Phoenix.-Cariño si Jasmine despierta o hay algo relevante llámame.-mi pareja sólo asintió.-Cuidaos vosotros dos y también cuidar a Kamijo. Debe sentirse muy solo, agobiado, triste, dolido y a la vez vengativo.-suspiró y nos miró a ambos.-Si necesitáis algo tú tienes mi móvil, Phoenix.

-Buenas tardes.-fue lo único que dijo Taylor antes de girarse y caminar por el pasillo abrazado a Lionel.

-Es un buen chico.-murmuré.-Y él sigue siendo un demonio.

-Hacen bonita pareja.-comentó Phoenix.

-No más que nosotros dos.-dije abrazándolo para besar su sien.-Ya verás que Jasmine se pondrá bien.-susurré acariciando sus cabellos.-E intentará competir contigo en quién arruina antes a su esposo, con la tarjeta de crédito.

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Lestat de Lioncourt