-He sentido en mis manos sus vísceras, he escuchado los gemidos de dolor y sus súplicas. He reído al ver como llegaba su último aliento mirando la fotografía de su familia.-aquello me heló la sangre, su voz era la de siempre pero sus palabras hablaban de un arte macabro.-Pude oler el hedor de la muerte en un camión lleno de cadáveres.-murmuró.-He sentido como mi cuerpo se llenaba de paz al tirarlos uno a uno a un tanque lleno de cemento. Después he visto como ese tanque iba al puerto y luego a las aguas internacionales. Allí se hundió el barco para ser parte del fondo marino, para colaborar con las especies y crear un nuevo arrecife.-se apartó y besó mi mejilla.
Quedé en silencio al contemplar su mirada. Sus ojos brillaban de felicidad, su sonrisa era dulce y sus mejillas estaban algo sonrojadas. Parecía un niño incapaz de hacer daño, pero era un hombre adulto que había matado y se sentía satisfecho por lo ocurrido. Entonces me percaté que Mario estaba apoyado en un Mercedes, estaba apoyado junto a Yoshiki que calaba un cigarrillo. Yoshiki parecía otro bien distinto. Un hombre elegantemente trajeado con unas gafas oscuras que cubrían parte de su rostro. Un hombre con unos guantes de cuero negro y un aspecto envidiable. Dentro, el conductor, era aquel hombre delgaducho y alto al que Yoshiki llamaba esposo. Los cuatro habían aniquilado a una sección de la mafia asiática que reinaba en la ciudad.
El día siguiente al suceso se hablaba de más de cincuenta desaparecidos, criminales buscados internacionalmente y que la policía había perdido el rastro. Todos eran asesinos a sueldo, otros también eran narcotraficantes, se pensaba que estaban en este país pero cuando fueron a por ellos ya era tarde. El detective y jefe de policía Sam Winchester había estado de misión en el extranjero recaudando información, información que fue nula salvo para desmantelar la trama internacionalmente en otros países cercanos al nuestro. Su colaboración con agentes de la Interpol y FBI fue muy valiosa, pero no para la ciudad que era su hogar.
El caso dio la vuelta al mundo. Nadie sabía nada. Todos estaban silenciados y temerosos. Yo no lo estaba. Realmente me sentía tranquilo ya que sabía que esas personas jamás harían daño a más inocentes, si bien Kamijo jamás volvió a tener para mí ese aura de inocencia. Él volvió a comportarse como si nada, como si aquel día no hubiera ocurrido y como si sus labios jamás hubieran susurrado esas palabras. Inclusive volvió a rogarme como si fuera un niño pequeño. Quería que cantara para su obra, la obra que deseaba representar fuese como fuese.
Yo estaba en medio de todo. Se había desatado una tormenta de arena y me encontraba observándola en medio del ojo de aquella violencia. Jamás pensé hacer tratos con personas como él, pero terminé queriéndolo y aceptándolo en mi vínculo. Sin saber cómo había empezado todo, sin realmente conocer el porqué de ese afecto, Kamijo se convirtió en alguien importante para mí. Los discursos que había soltado años atrás eran polvo, cenizas que se consumían.
No podía contarle todo a Phoenix, tampoco podía hacerlo ante alguien más. Me sentía confuso. Mis creencias no hablaban de baños de sangre, pero tenía que aceptarlas. Terminé aceptándolo y perdonándolo. Esas semanas estuve demasiado en silencio, meditaba mi amistad y la observaba desde fuera.
El aspecto de Kamijo, su elegancia y su saber estar, no cuadraban con aquellos susurros y tampoco con lo que envolvía su mundo. Era un punto luminoso en las tinieblas, tal vez un demonio de aspecto frágil para que los humanos le creyeran. Fuera como fuese Kamijo estaba en mi vida y a penas sabía de él.
Empecé a investigarlo. Busqué todo lo que tenía en referencia a él. Entonces me di de bruces con la realidad. El hombre que aparentaba ser no tenía datos más allá de sus éxitos musicales y su llegada a este país. Antes de la fecha en su entrada en la ciudad, de su aparición como simple pianista, era escaso y lo poco que había ya lo conocía. Era prácticamente una hoja en blanco. Ni siquiera sabía si Kamijo era su nombre real o lo había cambiado como había hecho Jasmine.
Jasmine estaba algo alterado, pero no demasiado. Pasaba las horas en casa bebiendo té de jazmines con Phoenix. Decía que para la tienda aún era pronto y a su vez no quería sentirse en una jaula. Pasadas las detenciones, e informaciones de los sucesos, regresó a la tienda y lo hizo con firmeza. Pasé en varias ocasiones por la tienda, lo observaba sonreír pero sabía que algo en él había cambiado.
Phoenix solía decirme que Jasmine no dejaba de preocuparse por Emma. No era nada sobre los negocios sucios sobre su pareja, eso había pasado a un segundo plano, sino por esa maldita engreída que se pasaba la vida llamando a la casa.
Pero salvo lo que yo sentía, o lo que sentía los míos, el resto de la ciudad cicatrizó el suceso como si jamás hubiera ocurrido. Hace unas décadas matar en las calles de esta urbe era normal. Siempre estaba la mafia presente y esos días no cambiaron. Aún hoy se hace esa práctica, se muestra la pelea entre bandas como algo cotidiano, si bien la criminalidad ha descendido en otros aspectos y la ciudad se volvió más segura. Al visitante siempre se muestra oscura, casi negra, pero con una belleza innegable y una historia importante.
Quedé en silencio al contemplar su mirada. Sus ojos brillaban de felicidad, su sonrisa era dulce y sus mejillas estaban algo sonrojadas. Parecía un niño incapaz de hacer daño, pero era un hombre adulto que había matado y se sentía satisfecho por lo ocurrido. Entonces me percaté que Mario estaba apoyado en un Mercedes, estaba apoyado junto a Yoshiki que calaba un cigarrillo. Yoshiki parecía otro bien distinto. Un hombre elegantemente trajeado con unas gafas oscuras que cubrían parte de su rostro. Un hombre con unos guantes de cuero negro y un aspecto envidiable. Dentro, el conductor, era aquel hombre delgaducho y alto al que Yoshiki llamaba esposo. Los cuatro habían aniquilado a una sección de la mafia asiática que reinaba en la ciudad.
El día siguiente al suceso se hablaba de más de cincuenta desaparecidos, criminales buscados internacionalmente y que la policía había perdido el rastro. Todos eran asesinos a sueldo, otros también eran narcotraficantes, se pensaba que estaban en este país pero cuando fueron a por ellos ya era tarde. El detective y jefe de policía Sam Winchester había estado de misión en el extranjero recaudando información, información que fue nula salvo para desmantelar la trama internacionalmente en otros países cercanos al nuestro. Su colaboración con agentes de la Interpol y FBI fue muy valiosa, pero no para la ciudad que era su hogar.
El caso dio la vuelta al mundo. Nadie sabía nada. Todos estaban silenciados y temerosos. Yo no lo estaba. Realmente me sentía tranquilo ya que sabía que esas personas jamás harían daño a más inocentes, si bien Kamijo jamás volvió a tener para mí ese aura de inocencia. Él volvió a comportarse como si nada, como si aquel día no hubiera ocurrido y como si sus labios jamás hubieran susurrado esas palabras. Inclusive volvió a rogarme como si fuera un niño pequeño. Quería que cantara para su obra, la obra que deseaba representar fuese como fuese.
Yo estaba en medio de todo. Se había desatado una tormenta de arena y me encontraba observándola en medio del ojo de aquella violencia. Jamás pensé hacer tratos con personas como él, pero terminé queriéndolo y aceptándolo en mi vínculo. Sin saber cómo había empezado todo, sin realmente conocer el porqué de ese afecto, Kamijo se convirtió en alguien importante para mí. Los discursos que había soltado años atrás eran polvo, cenizas que se consumían.
No podía contarle todo a Phoenix, tampoco podía hacerlo ante alguien más. Me sentía confuso. Mis creencias no hablaban de baños de sangre, pero tenía que aceptarlas. Terminé aceptándolo y perdonándolo. Esas semanas estuve demasiado en silencio, meditaba mi amistad y la observaba desde fuera.
El aspecto de Kamijo, su elegancia y su saber estar, no cuadraban con aquellos susurros y tampoco con lo que envolvía su mundo. Era un punto luminoso en las tinieblas, tal vez un demonio de aspecto frágil para que los humanos le creyeran. Fuera como fuese Kamijo estaba en mi vida y a penas sabía de él.
Empecé a investigarlo. Busqué todo lo que tenía en referencia a él. Entonces me di de bruces con la realidad. El hombre que aparentaba ser no tenía datos más allá de sus éxitos musicales y su llegada a este país. Antes de la fecha en su entrada en la ciudad, de su aparición como simple pianista, era escaso y lo poco que había ya lo conocía. Era prácticamente una hoja en blanco. Ni siquiera sabía si Kamijo era su nombre real o lo había cambiado como había hecho Jasmine.
Jasmine estaba algo alterado, pero no demasiado. Pasaba las horas en casa bebiendo té de jazmines con Phoenix. Decía que para la tienda aún era pronto y a su vez no quería sentirse en una jaula. Pasadas las detenciones, e informaciones de los sucesos, regresó a la tienda y lo hizo con firmeza. Pasé en varias ocasiones por la tienda, lo observaba sonreír pero sabía que algo en él había cambiado.
Phoenix solía decirme que Jasmine no dejaba de preocuparse por Emma. No era nada sobre los negocios sucios sobre su pareja, eso había pasado a un segundo plano, sino por esa maldita engreída que se pasaba la vida llamando a la casa.
Pero salvo lo que yo sentía, o lo que sentía los míos, el resto de la ciudad cicatrizó el suceso como si jamás hubiera ocurrido. Hace unas décadas matar en las calles de esta urbe era normal. Siempre estaba la mafia presente y esos días no cambiaron. Aún hoy se hace esa práctica, se muestra la pelea entre bandas como algo cotidiano, si bien la criminalidad ha descendido en otros aspectos y la ciudad se volvió más segura. Al visitante siempre se muestra oscura, casi negra, pero con una belleza innegable y una historia importante.
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