Capítulo 16
Aroma de oscuridad.
Durante mucho tiempo pensé que lo importante en la vida era mantenerse recto y firme caminando hacia tus sueños. Después dejé de creer en ellos y los maté. Decidí deshacerme por completo de lo que más amaba. Dije adiós a la música y sentí que mi corazón se quebraba en dos. Cuando dejé ese sueño también lo hice con mi aspecto. Me convertí en el que muchos admiraban y odiaban. Pero volví. Volví a renacer como si hubiera estado tan sólo en una pesadilla. Si bien, no duró mucho.
Me encontraba en mitad de la nada. Estaba en el borde de ambos mundos. Volvía a casa y no sabía realmente cual era. Los escenarios eran fríos a pesar que los caldeara, a pesar de los aplausos y los focos, yo lo sentía como un valle de niebla y frío. Pero ese valle desértico podía volver a ser los infiernos que me hicieron felices, podía hacerse según Kamijo y Paulo.
Tenía que pensarlo, pero no tenía un cuarto para estar a solas y meditar. Así que una mañana cualquiera, un lunes primaveral, salí de mi casa con Jun en mis brazos. No lo iba a llevar a la guardería, puesto que era festivo, y no quería quedarme con él en casa mientras Phoenix hacía arder la tarjeta de crédito con Jasmine. Por ello tomé al pequeño y me fui con él.
Caminé durante más de dos horas con el pequeño en el coche de paseo. Notaba la presencia de los escoltas de Kamijo en cada calle. Era algo asfixiante, pero al menos parecía que estaba libre de cualquier mal. Dejé a uno de ellos el carro y tomé en brazos a Jun que estaba algo adormilado. Me encaminé a uno de los parques que había mandado arreglar Paulo.
Los jardines de juegos estaban todos destrozados y a penas había flores. Pero el pequeño Versailles revivió. Estaba totalmente florecido, sobretodo sus cerezos, y en el centro había un enorme parque para los niños. No se permitían animales, no se permitían bicicletas y tampoco pelota. Era un lugar seguro y limpio para los pequeños.
-Vamos a jugar Jun.-dije antes de dejarlo en el suelo.-Vamos a jugar con los demás niños y no vamos a golpearlo.-él infló los mofletes al ver que estaban a punto de acercarse demasiado a él y a su peluche.
-¡Mío!-gritó a pleno pulmón.-¡Mío!-repitió empujando a un niño que se acercaba demasiado a él.-¡Uta mío! ¡Uta mío! ¡Mío!-me toqué la sien y me coloqué bien las gafas de sol.
-No te van a quitar a Uta.-dije quedándome en cuclillas mientras notaba que el resto de niños seguían con curiosidad los movimientos de mi hijo. Deseaban participar con él en sus juegos.-Sólo quieren jugar.-dije quedándome de pie.
-¿Juga?-dijo relajando el rostro al fin.
-Jugar, sí... jugar.-susurré.
Cuando creí que estaba todo bajo control un niño tocó el maldito conejo y él simplemente le intentó morder. Lo levanté en peso y le miré frunciendo el ceño, tan ceñudo como él lo hacía.
-¡Jun Sakurai no puedes morder a otros niños!-él solo movía los brazos ante mi regaño y yo peleaba porque necesitaba que se estuviera quieto.-Vamos mejor a los columpios.-dije tomándolo bien entre mis brazos.
Jun no aprendía. Estaba algo menos violento, pero seguía siendo un maldito desgraciado que levantaba el puño o abría la boca para un buen mordisco. Me costaba mucho que aprendiera modales, era irascible y con nada terminaba molesto. Temía que terminara pegándose con mis nietos y con los hijos de mis amigos. Era un niño que no quería socializar, parecía tener miedo a tener compañeros de juegos.
Nada más girarme creí ver una visión. Allí estaba él con una niña en brazos. Él era el hombre que había sido parte de mis deseos, de mis sueños, y prácticamente de la mitad de mi vida. Era Yutaka. Parecía haber rejuvenecido con la ropa que llevaba, era propia de un chico de no más de treinta años. Aunque yo usaba unos jeans negros desgastados y rotos con una chupa de cuero. Yo también había vuelto a la ropa que usaba hacía décadas. Intentaba pasar desapercibido, porque aún tenían en mí la imagen de hombre serio y también para rememorar antiguos momentos. Si bien el niño hacía que todo el mundo lo mirara.
Yutaka se percató de mi presencia en el parque y comenzó a huir. Esa niña se aferraba a él con fuerza y él parecía estar viendo al demonio. Eché a correr con el pequeño en mis brazos, quería alcanzarlo.
-¡Yutaka!-grité cuando veía que salía corriendo al igual que yo hacía.-¡Espera!-mi hijo miró hacia donde yo caminaba.-Yutaka.-murmuré quedando frente a frente.
La última vez que nos habíamos visto cara a cara había sido en el Hotel, aquella noche, y la verdad es que me sentía culpable por como había acabado todo. Jun sólo mordisqueaba una de las orejas del conejo.
-Uta.-balbuceó pegándose a mí.
-Creo que te debo una disculpa por todo lo que te hice.-dije con sinceridad.
Aroma de oscuridad.
Durante mucho tiempo pensé que lo importante en la vida era mantenerse recto y firme caminando hacia tus sueños. Después dejé de creer en ellos y los maté. Decidí deshacerme por completo de lo que más amaba. Dije adiós a la música y sentí que mi corazón se quebraba en dos. Cuando dejé ese sueño también lo hice con mi aspecto. Me convertí en el que muchos admiraban y odiaban. Pero volví. Volví a renacer como si hubiera estado tan sólo en una pesadilla. Si bien, no duró mucho.
Me encontraba en mitad de la nada. Estaba en el borde de ambos mundos. Volvía a casa y no sabía realmente cual era. Los escenarios eran fríos a pesar que los caldeara, a pesar de los aplausos y los focos, yo lo sentía como un valle de niebla y frío. Pero ese valle desértico podía volver a ser los infiernos que me hicieron felices, podía hacerse según Kamijo y Paulo.
Tenía que pensarlo, pero no tenía un cuarto para estar a solas y meditar. Así que una mañana cualquiera, un lunes primaveral, salí de mi casa con Jun en mis brazos. No lo iba a llevar a la guardería, puesto que era festivo, y no quería quedarme con él en casa mientras Phoenix hacía arder la tarjeta de crédito con Jasmine. Por ello tomé al pequeño y me fui con él.
Caminé durante más de dos horas con el pequeño en el coche de paseo. Notaba la presencia de los escoltas de Kamijo en cada calle. Era algo asfixiante, pero al menos parecía que estaba libre de cualquier mal. Dejé a uno de ellos el carro y tomé en brazos a Jun que estaba algo adormilado. Me encaminé a uno de los parques que había mandado arreglar Paulo.
Los jardines de juegos estaban todos destrozados y a penas había flores. Pero el pequeño Versailles revivió. Estaba totalmente florecido, sobretodo sus cerezos, y en el centro había un enorme parque para los niños. No se permitían animales, no se permitían bicicletas y tampoco pelota. Era un lugar seguro y limpio para los pequeños.
-Vamos a jugar Jun.-dije antes de dejarlo en el suelo.-Vamos a jugar con los demás niños y no vamos a golpearlo.-él infló los mofletes al ver que estaban a punto de acercarse demasiado a él y a su peluche.
-¡Mío!-gritó a pleno pulmón.-¡Mío!-repitió empujando a un niño que se acercaba demasiado a él.-¡Uta mío! ¡Uta mío! ¡Mío!-me toqué la sien y me coloqué bien las gafas de sol.
-No te van a quitar a Uta.-dije quedándome en cuclillas mientras notaba que el resto de niños seguían con curiosidad los movimientos de mi hijo. Deseaban participar con él en sus juegos.-Sólo quieren jugar.-dije quedándome de pie.
-¿Juga?-dijo relajando el rostro al fin.
-Jugar, sí... jugar.-susurré.
Cuando creí que estaba todo bajo control un niño tocó el maldito conejo y él simplemente le intentó morder. Lo levanté en peso y le miré frunciendo el ceño, tan ceñudo como él lo hacía.
-¡Jun Sakurai no puedes morder a otros niños!-él solo movía los brazos ante mi regaño y yo peleaba porque necesitaba que se estuviera quieto.-Vamos mejor a los columpios.-dije tomándolo bien entre mis brazos.
Jun no aprendía. Estaba algo menos violento, pero seguía siendo un maldito desgraciado que levantaba el puño o abría la boca para un buen mordisco. Me costaba mucho que aprendiera modales, era irascible y con nada terminaba molesto. Temía que terminara pegándose con mis nietos y con los hijos de mis amigos. Era un niño que no quería socializar, parecía tener miedo a tener compañeros de juegos.
Nada más girarme creí ver una visión. Allí estaba él con una niña en brazos. Él era el hombre que había sido parte de mis deseos, de mis sueños, y prácticamente de la mitad de mi vida. Era Yutaka. Parecía haber rejuvenecido con la ropa que llevaba, era propia de un chico de no más de treinta años. Aunque yo usaba unos jeans negros desgastados y rotos con una chupa de cuero. Yo también había vuelto a la ropa que usaba hacía décadas. Intentaba pasar desapercibido, porque aún tenían en mí la imagen de hombre serio y también para rememorar antiguos momentos. Si bien el niño hacía que todo el mundo lo mirara.
Yutaka se percató de mi presencia en el parque y comenzó a huir. Esa niña se aferraba a él con fuerza y él parecía estar viendo al demonio. Eché a correr con el pequeño en mis brazos, quería alcanzarlo.
-¡Yutaka!-grité cuando veía que salía corriendo al igual que yo hacía.-¡Espera!-mi hijo miró hacia donde yo caminaba.-Yutaka.-murmuré quedando frente a frente.
La última vez que nos habíamos visto cara a cara había sido en el Hotel, aquella noche, y la verdad es que me sentía culpable por como había acabado todo. Jun sólo mordisqueaba una de las orejas del conejo.
-Uta.-balbuceó pegándose a mí.
-Creo que te debo una disculpa por todo lo que te hice.-dije con sinceridad.
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