Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 12 de abril de 2010

Dark City - capitulo 16 - Aroma de oscuridad X


Cuando tuve que irme sólo se lo confesé a Hide. Fue duro decirle a un amigo que me guardara un secreto como aquel. Mi padre quería matar a Yutaka, no sabía bien quién era y tarde o temprano lo sabría. Hidehiko siempre nos encubría porque Anii no veía con buenos ojos que fuéramos pareja. En sí Hide nos descubrió en un local de ensayos que alquilamos. Nos vio haciéndolo como posesos en los aseos de aquel antro de mala muerte. Mis palabras exactas cuando lo descubrió fueron “Díselo a Anii y eres hombre muerto”.

Sin embargo, él fue quien me consoló cuando tuve que apartarme de quién amaba. Hidehiko siempre intentó comprenderme, incluso en cosas que eran increíblemente extrañas. Sentir que estaba ahí para escucharme me hacía ser fuerte. Parte de mi fortaleza era porque sabía que él estaba ahí, que él me escucharía.

Me quedé pensando en todo aquello. Estaba demasiado ensimismado que ni noté que mi hijo había llegado con su pareja. Las lágrimas no dejaban de salir, no me había dado cuenta que lloraba. Jun estaba dormido sobre mi pecho bien agarrado a mi ropa. Me percaté de ambos porque Hizaki se colocó frente a mí.

-Papá.-murmuró mirándome confuso.-¿Qué pasa?

-Nada.-dije secándome las lágrimas.-Son cosas mías.

-¿Se ha portado bien Kumi?-preguntó Olivier aferrándose a mi hijo.-¿Está usted bien?

-Estoy bien.-me levanté con el pequeño y me fui hacia la puerta.-El niño se portó bien.-murmuré antes de irme sin despedirme como hacía normalmente.

Todo aquello me hundía en mis pensamientos y recuerdos. La banda se volvió un oasis, o más bien un espejismo, que siempre me hacía sonreír en los momentos más críticos. Durante toda mi vida guardé esos recuerdos para salir adelante. Como si pudiera tomar fotografías de cada instante y ponerlas en una caja, para luego abrirla cuando más lo necesitaba. Pocas cosas me hacían sonreír de esa forma, creo que a parte los nacimientos de mis hijos no había nada que me hiciera tan feliz. Recordaba esos momentos como únicos y especiales.

En esos momentos, después de los últimos acontecimientos, recordar los momentos de juventud eran demasiado duros. Se hacía un nudo en mi garganta y sentía que me asfixiaba. Todo era demasiado doloroso. Me sentía patético al romper los sueños de mis amigos, romperlos de una forma tan cruel. Yo sólo pensaba en mí, no en ellos ni en la felicidad de Yutaka. Sólo pensaba en lo que yo necesitaba, en lo que quería en cada momento, y había roto lazos con todos una vez más.

Realmente de mis viejos amigos sólo estaba Hidehiko y Megumi. Pero para ser sinceros quien me aguantaba todo era Hide. Megumi me necesitaba para desahogarse y contarme todo lo que le sucedía, venía a mí buscando consejos y a veces sólo se llevaba un comentario digno de un sátiro. El caso contrario era Hide, puesto que yo pedía sus consejos y él sólo escuchaba. El resto de amigos me odiaba o no querían acercarse demasiado a mí.

Los amigos de los negocios seguían existiendo, pero eran hienas que buscaban tu debilidad para atacarte o simplemente querían fusionar sus empresas con las tuyas. Eran carroña, no amigos de verdad. Esos que sólo están a tu lado cuando las cosas te van bien, pero cuando van mal van repartiéndose lo que queda de ti y para colmo niegan que alguna vez fuisteis amigos. Una auténtica pandilla de ineptos, arrogantes y enemigos con doble moral.

Tenía que recuperar a los chicos. Tenía que recuperar ese confort que sentía al pensar en todo lo que habíamos vivido. Lo necesitaba. Yo sin aquello no era nadie. No podía sentirme orgulloso de haberme hecho a mí mismo cuando mis cimientos se desvanecían. Me sentía perdido y avergonzado. Eran muchos los sentimientos que se mezclaban y cruzaban haciéndome sentir débil. La debilidad jamás me gustó. Sentirme débil siempre ha sido uno de mis temores.

Nada más llegar a casa dejé a Jun en brazos de Phoenix. Me marché a darme una buena ducha. Él no preguntó nada por mi labio roto, creo que optó por esperar a que yo le contara qué había pasado. Ya en la ducha me desplomé llorando como un niño, como el niño que se desplomó llorando en un aseo aferrado a su hombre de confianza. Sí, volví a llorar como el día que dejé Japón. Parecía que el tiempo no había pasado, que simplemente regresaba al mismo punto de partida.

Intentaba ser firme, pero uno no puede ser firme si en aquellos que sueles apoyarte no están y no desean volver a tu lado. Rogaba que Hidehiko solucionara el problema. Él tenía una forma de ser que provocaba que todos aceptaran sus ideas, que llegaran a un acuerdo. Él era mi única esperanza.

Nada más salir del baño Phoenix me había preparado una comida contundente. Tenía la mesa decorada como si fuéramos a tener una fiesta. Había preparado ensalada de pasta, un buen filete con salsa picante, un flan casero de postre y una buena botella de vino. Nada más había un cubierto, el mío.

-Yo ya comí.-comentó.-Tú no has probado bocado.-dijo agarrándome de la mano para que tomara asiento.-Hizaki me llamó, dijo que estabas cuidando al niño y lo hizo porque sabía que a ti se te iba a olvidar.-sonrió de forma dulce y me besó en la mejilla.-Anda cómete todo, no dejes nada.

-¿No vas a preguntar nada?-interrogué.

-No, no tengo nada que preguntar.-murmuró.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt