Cuando se marchó me quedé adormilado. Fue un sueño en duermevela. Despertaba un poco y volvía a dormir. Me recordaba a esos sueños veraniegos que aparecen por el sopor del calor y la comida copiosa. Cierras un momento los ojos y el cuerpo se va a un relax impensable, pero luego pasa una mosca y se lleva tu atención hasta que vuelve ese dulce trance. Estuve así casi una hora, noté como Phoenix ya estaba en la habitación tomando su café mientras leía su revista dejándome descansar. Después de esa hora me quedé profundamente dormido.
Me sentía envuelto de una calidez intensa y húmeda. Parecía un baño, una piscina de aguas termales o el mismísimo líquido amniótico. Notaba como un cálido torrente de agua me guiaba, al menos esa era la sensación. Escuchaba las voces en un extraño eco y al abrir los ojos pude observar un paraíso puesto a mis pies.
En aquel paraíso se podía ver un mundo prácticamente salvaje. Los árboles eran inmensos, la hierva parecía crecer sin miedo alguno a ser cortada o arrancada, y a lo lejos escuchaba un riachuelo junto a una cascada. Las aves alzaban el vuelo de entre las copas de aquellos ejemplares más propios de una selva que de un parque botánico o cualquier lugar donde yo había estado. Realmente parecía el paraíso y yo me sentía Adán esperando a Eva.
Empecé a preguntarme qué hacía allí, si había muerto o si era la antesala al cielo. Pero tan sólo empecé porque noté como mi cuerpo se desintegraba en millones de partículas, en letras y números, como si fueran células, hasta llegar a otro lugar mucho más cercano a mí y que amaba. Ese lugar sí era mi paraíso.
Me encontré en un escenario rodeado por la calidez de los focos, luces de colores y algo intensas, que iluminaban todo. Los gritos del público ovacionándome, el sudor sobre mi cara, y el sonido de un solo de batería único como son los de mi viejo amigo. Todo aquello parecía real. Mi cuerpo se movía por la melodía y mi voz entonaba una canción que no recordaba, inclusive creo que ni movía los labios pero mi voz surgía.
Caí desplomado al suelo y al despertar nuevamente me vi en la cama. Estaba junto a Phoenix y al pequeño. Hablaba algo sobre el colegio de Jun y sus problemas habituales. Él parecía ajeno a todo, tan sólo dormía aferrado a mí. Era mi otro paraíso.
Si bien, esta calma y esos momentos de felicidad se rompieron con el eco de la voz de Miho. Escuchaba una y otra vez sus palabras, sus maldiciones. Nuevamente estaba en el suelo de mi hogar rogando compasión como un perro apaleado, tal vez de forma aún más patética y humillante.
Al abrir los ojos tuve que comprobar si aún estaba en el hospital o seguía soñando, porque acepté que todo era un sueño sin embargo eran fragmentos de mi vida menos el inicial. Phoenix estaba leyendo una revista, ojeaba los precios de la ropa de una de las boutiques que se anunciaba con enormes promociones. Él señalaba todo con un bolígrafo y sonreía.
-Hola.-dijo al apartar unos segundos sus ojos de la revista.-He estado mirando ropa de una tienda de ropa infantil, hay muchas cosas para Jun.-comentó ilusionado.-Cuando salgas vamos a ir a verla, es nueva y tiene buenos precios. Seguro que Jun querrá todo y tú se lo consentirás.-se inclinó hacia delante y besó mis labios para luego regresar a su sitio.
-Sí.-dije aún aturdido.
-Has dormido unas tres horas, parecías algo incómodo pero luego volvías a estar calmado. No quería llamarte, porque no sabía si sería bueno.-comentó cerrando la revista.-¿Estás bien? ¿Sigues cansado? Los medicamentos que te están dando son fuertes y por eso tal vez andas mareado, como con sueño.
-Sí, estoy aturdido.-murmuré.-Pero se irá pasando con los días.
-Sí, eso me dijo el doctor.-respondió con una sonrisa.-Voy a ir a casa con Jun, se quedará Hizaki.
-No, no hace falta.-dije estirando mi mano para tomarlo de la suya.-Phoenix puedo estar solo, estoy vigilado constantemente.
Me sentía envuelto de una calidez intensa y húmeda. Parecía un baño, una piscina de aguas termales o el mismísimo líquido amniótico. Notaba como un cálido torrente de agua me guiaba, al menos esa era la sensación. Escuchaba las voces en un extraño eco y al abrir los ojos pude observar un paraíso puesto a mis pies.
En aquel paraíso se podía ver un mundo prácticamente salvaje. Los árboles eran inmensos, la hierva parecía crecer sin miedo alguno a ser cortada o arrancada, y a lo lejos escuchaba un riachuelo junto a una cascada. Las aves alzaban el vuelo de entre las copas de aquellos ejemplares más propios de una selva que de un parque botánico o cualquier lugar donde yo había estado. Realmente parecía el paraíso y yo me sentía Adán esperando a Eva.
Empecé a preguntarme qué hacía allí, si había muerto o si era la antesala al cielo. Pero tan sólo empecé porque noté como mi cuerpo se desintegraba en millones de partículas, en letras y números, como si fueran células, hasta llegar a otro lugar mucho más cercano a mí y que amaba. Ese lugar sí era mi paraíso.
Me encontré en un escenario rodeado por la calidez de los focos, luces de colores y algo intensas, que iluminaban todo. Los gritos del público ovacionándome, el sudor sobre mi cara, y el sonido de un solo de batería único como son los de mi viejo amigo. Todo aquello parecía real. Mi cuerpo se movía por la melodía y mi voz entonaba una canción que no recordaba, inclusive creo que ni movía los labios pero mi voz surgía.
Caí desplomado al suelo y al despertar nuevamente me vi en la cama. Estaba junto a Phoenix y al pequeño. Hablaba algo sobre el colegio de Jun y sus problemas habituales. Él parecía ajeno a todo, tan sólo dormía aferrado a mí. Era mi otro paraíso.
Si bien, esta calma y esos momentos de felicidad se rompieron con el eco de la voz de Miho. Escuchaba una y otra vez sus palabras, sus maldiciones. Nuevamente estaba en el suelo de mi hogar rogando compasión como un perro apaleado, tal vez de forma aún más patética y humillante.
Al abrir los ojos tuve que comprobar si aún estaba en el hospital o seguía soñando, porque acepté que todo era un sueño sin embargo eran fragmentos de mi vida menos el inicial. Phoenix estaba leyendo una revista, ojeaba los precios de la ropa de una de las boutiques que se anunciaba con enormes promociones. Él señalaba todo con un bolígrafo y sonreía.
-Hola.-dijo al apartar unos segundos sus ojos de la revista.-He estado mirando ropa de una tienda de ropa infantil, hay muchas cosas para Jun.-comentó ilusionado.-Cuando salgas vamos a ir a verla, es nueva y tiene buenos precios. Seguro que Jun querrá todo y tú se lo consentirás.-se inclinó hacia delante y besó mis labios para luego regresar a su sitio.
-Sí.-dije aún aturdido.
-Has dormido unas tres horas, parecías algo incómodo pero luego volvías a estar calmado. No quería llamarte, porque no sabía si sería bueno.-comentó cerrando la revista.-¿Estás bien? ¿Sigues cansado? Los medicamentos que te están dando son fuertes y por eso tal vez andas mareado, como con sueño.
-Sí, estoy aturdido.-murmuré.-Pero se irá pasando con los días.
-Sí, eso me dijo el doctor.-respondió con una sonrisa.-Voy a ir a casa con Jun, se quedará Hizaki.
-No, no hace falta.-dije estirando mi mano para tomarlo de la suya.-Phoenix puedo estar solo, estoy vigilado constantemente.
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