Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 8 de agosto de 2013

La venganza del rencor

La venganza del rencor 
Es un fanfic elaborado por el administrador Armand del Jardín Salvaje y conservado aquí como muestra que le pertenece. 


Sus pequeñas, aunque para nada inocentes manos, acariciaban el borde del recipiente justo antes de cerrarlo como un niño cuando atrapa una luciérnaga. Tenía sus ojos avellana en el botón que debía pulsar y sentía cierto cosquilleo, como si fuese algo prohibido. Sus manos se movieron rápidas cerciorándose que todo estaba correcto y el aparato enchufado en la corriente, aunque el cable estaba algo retorcido y casi no alcanzaba a la pared.

Dentro del recipiente, el cual contemplaba con fascinación, se hallaba un cerebro humano, su propia y poderosa sangre, grosellas y rodajas de lima así como más de siete cubitos de hielo, los cuales había hecho él mismo con una de las exclusivas botellas de agua de manantial que había visto anunciar en televisión en más de una ocasión durante la última semana.

-Falta algo-se dijo mirando a su alrededor.

El laboratorio era un caos. El cuerpo de un muchacho de unos veinte años se descomponía sobre la mesa de operaciones, su rostro era horrible y la tapa de sus sesos no estaba. Había rebañado el cráneo con una cucharilla de helado que aún estaba dentro del hueco donde debía estar el cerebro. Sin duda, una imagen dantesca. Al otro lado, justo en una de las esquinas, la puerta estaba cerrada a cal y canto para que nadie interrumpiese su labor, e incluso estaba atrancada con un mocho. Las estanterías estaban revueltas y manchadas de sangre aún fresca. En una de ellas había un pequeño frasquito rojo que ponía “Tabasco”.

-¡Eso es!- se bajó del taburete y caminó hacia la estantería.

Debido a su estatura algunas baldas eran demasiado altas, pero siempre podía levitar o brincar para alcanzarlas. Cuando sus dedos tocaron el preciado trofeo escuchó pasos por el pasillo y sintió la presencia de su maestro. Arrugó la nariz de inmediato, frunció el ceño y caminó pateando el suelo hasta su encantadora batidora de brazo americano.

Al abrir la tapa del aparato y después de la botella pensó que Marius se merecía un castigo por abandonarlo. En vez de echar unas gotas, como decía su receta original, echó todo el bote y cerró de nuevo el artefacto poniéndolo en un nivel suave para que el hielo se picara dejando algunas láminas de escarcha.

-¡Amadeo! ¡Amadeo abre!-dijo Marius desde la puerta que parecía derribar- ¡Amadeo! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre Amadeo!

-¡No!-exclamó mirando fascinado como las hélices mezclaban todo.

-¡Amadeo!-golpeó la puerta con su puño igual de airado que siempre- ¡No quiero echarla abajo!

-¡Vete con Pandora!-respondió saboreando el momento al imaginar a su amante, compañero y maestro tomando aquello.

El ruido que hacía la batidora era mínimo, pero parecía un pequeño huracán desmarramando, cortando y mezclando cada ingrediente. Acarició el vaso mezclador mirando que había hecho justo un litro de aquel batido.

-¡Amadeo! ¡Abre inmediatamente!-sintió como la frente de Marius golpeaba la puerta sintiéndose vencido.

-¡De acuerdo! ¡Pero tienes que tomar algo que hice!-dijo apagando aquel trasto endemoniado y sirviendo su contenido en un enorme vaso de cartón, el cual era de promoción de una de las bebidas favoritas de los mortales.

Aquellas palabras no sonaron bien en la cabeza del Hijo del Milenio. Su rostro se torció en una mueca de asco y rápidamente su mano diestra fue a tapar su boca, así como la zurda se colocó en su vientre. Sabía bien que sucedería, lo sabía.

“Esos malditos experimentos acabarán conmigo como no lo hizo Lestat” pensó para sí cerrando sus orbes gélidas ante tal desesperación.

Vestía su hermosa túnica borgoña con bordados dorados, su cabello estaba perfectamente peinado hacia atrás liberando su rostro de varios de sus mechones, sus zapatos estaban calzados únicamente por unas sandalias similares a las que posiblemente llevaban los espartanos. Aquella pose enigmática, fría, superior a todos, de un hombre culto y elocuente se desvanecía recordando como manchó la anterior con un vómito de sangre espesa debido a uno de los numerosos jueguecitos de su pupilo.

-¡Me niego!-dijo retorciéndose aún del asco y tras aquella delgada puerta- ¡Abre de una vez!

-Pero si está bueno-comentó quitando el palo que trancaba la puerta y girando diminuta llave en su cerradura- Hoy hice algo dulce que huele a moras- dijo abriendo definitivamente la puerta- ¿A caso no me crees?

-Amadeo, si es mentira te aseguro que la paliza que caerá sobre ti esta noche será épica- le advirtió tomando el vaso de sus manos.

El minúsculo vampiro dio un paso atrás cuando notó que el rostro de Marius cambiaba de airado a nauseabundo, su tono de piel de mármol a rojo como la furia y el tabasco que había terminado por vaciar. Lo siguiente que pudo ver era como Marius escupía aquel asqueroso batido manchando su túnica y provocando que la arrancara lleno de una furia endemoniada.

-¡Te juro que era dulce!-fue lo único que pudo decir antes de ser agarrado por las manos de su maestro, las cuales eran como enormes garras que apretaban sus flacos brazos.

-¡Te voy a dar tantos azotes en tus nalgas que no vas a caminar en meses!-exclamó antes de arrastrarlo por los pasillos hasta su habitación.

Armand sabía cual sería su destino aquella noche. Conocía bien que sería golpeado hasta que Marius creyera que era suficiente. Una vez en el dormitorio fue dejado cerca de la cama y obligado a desnudarse. El rostro del pelirrojo era un caos. Se sentía excitado ante la presencia de su maestro, pero a la vez lo rechazaba. Había visto como Marius se enfurecía por Pandora y como lo alejaba obligándole a tener un segundo puesto en su corazón.

Sí, era rencoroso y lo aceptaba. El rencor le pudría el corazón. Su centenario corazón que latía como ratón asustado en esos momentos cuando habitualmente ni se escuchaba. Tomó aire innecesario al notar como las pisadas de Marius eran firmes, tan decididas como bruscas, y cuando estuvo a su altura le abofeteó arrojándolo a la cama.

Armand comenzó a llorar arrepentido, pero ya era tarde. A decir verdad ni siquiera debió echar el tabasco en aquel mejunje. Era un brebaje maldito que nunca debió ser creado, pero su color era agradable y pudo ser exitoso. Sin embargo, no era tiempo para pedir disculpas sino para atenerse a las consecuencias.

Marius agarraba sus muñecas como si fuese a romperlas y lo hacía únicamente con una de sus manos, la otra separaba sus piernas y acomodaba su pelvis. No habría caricias, besos o palabras que le juraran idolatría de forma eterna, pasional y armoniosa. No. Él se había ganado a pulso aquel sexo violento sin sentimiento alguno, salvo la furia.

El miembro del Maestro Hijo de los Milenios entró en su pupilo arrancándole un quejido que intentó callar. A pesar que lo merecía no le daría la satisfacción de escuchar sonido alguno de sus labios y supuso que los podría amortiguar mordiendo la almohada. Pero Marius sabía que tarde o temprano, más temprano que tarde, gemiría rogando mayores y mejores caricias. El ritmo empezó fuerte y rápido. Cada entrada era como derribar un muro con un enorme martillo y su salida un alivio para el alma del muchacho inmortal.

-Ma... Ma... Maestro- balbuceó notando como sus muñecas se rompían y su pelvis sufría. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y se retorcía bajo la figura imponente de Marius.

El romano no tenía pensado parar, así que aquello sólo fue un aliciente. El ritmo aumentó aún más, con mayor fuerza y algunos mordiscos adicionales. El miembro de Armand empezó a endurecerse rozando su punta las sábanas que estaba manchando con sus lágrimas sanguinolentas. Cada peca estaba tintada con perlas de sudor similares a las de sus lágrimas. Los testículos de su amante golpeaban una y otra vez su trasero redondeado, marcado con algunos azotes esporádicos, y su pecho se encogía mientras su corazón se pulverizaba. Sentía placer, pero el rencor aumentaba hasta que él se detuvo saliendo para girarlo.

Al voltear a su víctima, el cual no era más que en su apariencia un chiquillo, se conmovió besando sus lágrimas y acariciando su pecho. Sin embargo, recordó como sus prendas quedaron destrozadas y por ello lo agarró del cuello presionando mientras volvía a entrar firme. Hizo aquello tan decidido y frío que hizo que Armand llorara con mayores fuerzas.

Sin embargo, las manos del pupilo quedaron libres y sus caricias suavizaron la expresión de Marius, así como sus acciones. El ritmo fue descendiendo a uno lento similar al del cortejo y sus besos eran una disculpa mutua que callaban gemidos de ambos. En un último impulso se dieron un abrazo final mientras su querubín, el mismo que le había destrozado la noche, ocultaba su rostro sollozante envuelto en palabras de amor que salían amortiguadas por largos gemidos.


Cuando llegó el amanecer ambos se hallaban con los cuerpos entrelazados mirándose en un silencio que condenaba a ambos por igual, una condena simple.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt