Texto basado en rol grupal.
Sentado en el borde del tejado de la
tercera planta de la Mansión parecía un ángel olvidado de la mano
de Dios. Sus cabellos pelirrojos se agitaban suavemente con la cálida
brisa nocturna de New Orleans. Tenía sus pequeñas manos entre sus
piernas, las cuales estaban cubiertas escasamente con un pantalón
corto. Llevaba puesta una camiseta blanca sin mangas, algo rota y
manchada de sangre, y una camisa de cuadros azul marino, celeste y
con el fondo blanco. Sus pies estaban descalzos y movía sus dedos
observándolos con determinación.
Cerró sus ojos color avellana dejando
que la brisa rozara su flequillo. Se sentía un ave posado en el
alfeizar de una ventana. Quería abrir sus alas, las que una vez
Marius pintó de color negro, y planear hasta el suelo sintiéndose
libre una vez más. La melancolía rozaba sus hombros y lo estrechaba
contra él. Sus pequeños y tímidos labios tenían una mueca triste
que parecía desdibujada.
-Morning, my dear, ww wake, laugh,
love. Your smile, your eyes, my heart satisfies. Blue bird, black
eyes, perched on the windowsill. Warm sun arrives, tiptoeing at my
sides...- decía en un murmullo tan bajo que prácticamente nadie
podía escuchar su canto- And, oh, I wish that you were here...
Marius.
Era una canción que había aprendido
hacía unos días y le había sosegado a pesar que se encontraba
solo. Sybelle y Benji habían decidido desaparecer ambos para hacer
travesuras juntos en las librerías y tiendas de música cercana. Él
se dedicó a sí mismo intentando encontrarse de nuevo. La melancolía
había llegado a su pecho y se había alojado como si fuese un
parásito. Necesitaba a Marius, pero no lo admitiría frente a su
creador. Últimamente se sentía ridículo cuando pronunciaba su
nombre deseando que mostrase algo de amor hacia él. Y Daniel. Daniel
no estaba en éste mundo, sino en otro, y para él ya no había
curiosidad en las cosas que pudiese o no hacer.
-¡Armand! ¡Baja!-gritó una voz que
provocó que se meciera hacia delante, sin miedo alguno a caer y
romperse en mil pedazos. Sin embargo, la caída no lo mataría. Sus
cabellos cayeron sobre su rostro acariciando sus mejillas y cuello.
Era Lestat. Siempre era molesto discutir con él, sobre todo ahora
que se hacía el maduro desde que Rowan le había dado la familia que
siempre deseó- ¡Baja ahora mismo maldita sea!
-¡No!-exclamó- ¡No tengo porque
obedecer!
-¡Has infectado tu laboratorio con
varios cadáveres! ¡Se están descomponiendo y el aroma dulzón y
puntiagudo de la muerte está mareando a varios de los nuestros!
¡Baja y limpia todo lo que has ensuciado! ¡Deshazte de ellos!-gritó
antes de alzarse por los aires para ocupar un lugar junto a Armand-
Baja ahora-dijo con la mandíbula apretada.
-Límpialo tú-fue su contestación
empujándolo.
Armand terminó con un traspiés
cayendo al vacío, precipitándose buscamente hacia el suelo, pero
siendo finalmente recogido por las ramas de un enorme roble plantado
en el jardín. Bajo este se encontraba Avicus leyendo con calma uno
de los libros que Louis le había cedido. El movimiento de las ramas
y el griterío le había sacado de su concentración. Miró
lánguidamente al muchacho que era para él aquel pelirrojo de ojos
tristes y después siguió leyendo a ritmo mortal para disfrutar
mejor de los poemas. Armand sólo se bajó del árbol rechistando,
quitándose las hojas de entre sus cabellos y entrando en la mansión.
Daba largos pasos, aunque debido a sus
piernas cortas no eran demasiado grandes, y llevaba los puños
apretados. En su recorrido se topó con Louis que tan sólo había
aparecido por una visita de rigor, meramente administrativa y
necesaria.
-¿Ocurre algo?-preguntó antes de
llevarse la mano al bolsillo para mirar la hora en su teléfono
móvil.
Louis odiaba la tecnología, pero era
francamente agradable poder contactar con los mortales que se
hallaban en su mansión con tan sólo apretar un par de teclas. Era
pasada media noche, ya era algo tarde pero demasiado pronto. Podía
quedarse con Armand y ayudarlo a limpiar todo el desastre, pero este
siquiera respondió a su pregunta provocando que se encogiera de
hombros y saliera al jardín delantero para marcharse.
-¡Le detesto!-gritó abriendo su
laboratorio, dando un fuerte portazo y cayendo al suelo empapado en
sangre.
Los cadáveres se apilaban en varios
rincones, la sangre atraía a las moscas y gusanos que estaban
apareciendo gracias a la carne muerta. Había realizado varios
experimentos con personas desagradables, oscas, particularmente feas
a su parecer, sin muchas ambiciones en la vida salvo malgastar
oxígeno. La peor de todos era una mujer sin autoestima comida por la
rabia, el odio y una fuerte desolación. Su corazón había sido
destrozado por un joven, el cual la rechazó y ésta optó por
hundirlo. Lejos de comprenderla, debido a su deseo de ser amada, la
compadeció a ella y al mundo. Decidió darle un mejor futuro
ofreciéndole un cambio de cabezas con un ser retorcido y
particularmente feo. Pero como era habitual no funcionó.
Se dedicó entonces a licuar y
destrozar sus cuerpos, así como se entretuvo con otros tantos.
Durante semanas estuvo dedicándose con esmero a moldear la carne de
aquellos cuerpos. Sin embargo, ni siquiera un deforme gigante de casi
un metro ochenta de alto le había dado cierta felicidad al
destrozarlo.
Él quería a Marius y Marius no
estaba. Se habían olvidado de su cumpleaños, y aunque su maestro le
había regalado un día después un nuevo artefacto eso no quitaba
que se sintiera miserable.
Con esfuerzo y ciertas náuseas recogió
todos los cuerpos para llevarlos al horno crematorio que poseía su
pequeño laboratorio. Después de varias horas, y litros de lejía,
todo parecía limpio y abseptico. Si bien, su corazón temblaba
deseando algo de afecto.
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