Bonjour mes amis
Armand ha decidido explicar la pasión que desata Sybelle.
Lestat de Lioncourt
Sus cabellos cayendo en cascada de
hilos de sol, rozando su espalda desnuda mientras se inclina hacia el
piano. Tiene unas manos de nieve que se entierra en el marfil del
piano, el cual transporta sus notas por el salón donde a veces huye
nada más sentir la noche en todo su esplendor. En más de una
ocasión me he descubierto observándola como un niño y codiciándola
como un hombre.
Sybelle siempre ha provocado unos
deseos en mí que jamás habría sospechado. Una mujer hermosa y
apasionada, llena de emociones que provocan que estalle igual que en
un remolino y caiga precipitadamente sobre las notas de la
Appassionata.
Me siento un criminal cuando la abrazo
estrechándola contra mi cuerpo, hundiéndome en ella y su perfume,
naufragando en sus caricias y olvidando por completo que el mundo
sigue girando a nuestro alrededor. Todo se detiene salvo ella. Ella
sigue danzando a mi alrededor como una ninfa pura y complaciente. Sus
labios se abren para ofrecerlos como si fueran las manzanas del Edén
y yo la serpiente, la misma que se enrosca en ella siseando el
pecado.
He desnudado su cuerpo para besar su
alma en cada trozo de su piel. La seda de sus senos se ha convertido
en mi tela favorita, y mi único abrigo, porque calienta mi cuerpo y
hace arder mis mejillas. Sus elegantes pasos han cautivado a cientos
y han hecho caer del pedestal a los propios santos. No importa que
camine como Eva por la mansión de mármol y madera noble. Quiero que
baile si lo desea, alce sus brazos al techo de magníficas molduras y
permita que sus cabellos se muevan perfumando el aire con el aroma a
frutas que ella transporta.
Cuando descansa entre las agradables y
cálidas colchas blancas, como si fuera la espuma del mar y ella una
sirena recostada a punto de morir entre mis manos, aparto los
mechones que caen sobre sus senos y me descubro quitando los botones
de su enorme camisa, la misma que ella ha tomado de mi armario para
ocultar su desnudez.
“Tómalos entre tus labios si eso
deseas” he escuchado de su boca deliciosamente sensual. Mi boca no
ha tardado en posarse en sus pezones y succionar como si fuera un
lactante. Mis manos han recorrido sus blancos muslos alzando sus
faldas, apartando su ropa interior y hundiendo mis dedos en su cálida
humedad. Los suspiros y gemidos que se escapan trémulos y sensuales
me alientan jugar como un niño travieso.
En alguna ocasión la he tomado sobre
el piano, levantándola de su asiento y alzando el corto vestido que
yo mismo le he impuesto, bajando su diminuta ropa interior y
penetrando en sus labios inferiores sofocando el fuego que recorre
todo mi cuerpo. Su delicada figura siempre se retuerce, como si fuera
un animal sin domesticar, para finalmente gritar mi nombre
presionando las últimas notas de la partitura.
He derramado en sus labios mi salvaje
pasión y le he dado un sabor almizcleño y salado a cada una de sus
palabras. Sus ojos claros se vuelven pozos oscuros mientras reza a
este demonio con cara de ángel, cuerpo de adolescente y imperiosas
necesidades de guerrero a punto de partir a su última guerra.
“Te amo” puedo oír cada noche
mientras la abandono para que su gran pasión inunde mi vivienda.
Cada pared de mi mansión está impregnada de su aroma, las notas de
su piano y los gemidos que ambos nos hemos ofrecido. Su cuerpo
desnudo busca el mío y sus dedos el éxtasis de Beethoven.
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