Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 6 de febrero de 2014

Cruel amor

Bonsoir

Los amores trágicos son los más recordados y los más intensos. Armand nos habla de un nuevo encuentro con Marius, su creador y maestro. 

Lestat de Lioncourt


Sentados en silencio uno frente al otro como si fuéramos dos desconocidos reconociéndose por primera vez. El carnaval sonaba en las calles, los gondoleros cantaban frases que se mezclaban con el sonido de las aguas nocturnas, las risas estallaban en los diversos escenarios y los malabaristas hacían las delicias de todos junto a los tragafuegos. Máscaras para cubrir la verdad que todos ocultamos en lo profundo. Eso era todo.

Sin embargo estábamos allí uno frente al otro sobre una habitación repleta de mármol, vistosos muebles estilo Luis XV y cortinas de seda. Rojo, blanco y dorado. Los candelabros de oro sostenían hermosas velas que iban derritiéndose. Nada de luz eléctrica que rompiera el encanto. Como si los siglos no nos hubiesen separado y por fortuna jamás hubiese lamido el fuego su piel, el dolor mi alma y la distancia nuestros corazones.

Vestido con una túnica roja que cubría todo su cuerpo, con las mangas algo anchas y el cuello de pico mal colocado hacia el lado derecho mostrando sus masculinas clavículas y parte de su torso. Sus cabellos estaban perfectamente peinados y sus pómulos parecían mucho más marcados por su severa mirada. Me contemplaba como si fuera un insecto que zumbaba a su alrededor. Sus más hermosas pinturas estaban a sus espaldas junto a elegantes esculturas de ángeles. Quise llorar.

Silencio. Sólo había silencio. Él no lo rompía y yo tampoco.

Mis ropas no eran atuendos de época, ni siquiera encajaba en la Venecia actual llena de ropas y máscaras de los diversos personajes del carnaval. Y sin embargo yo llevaba mis pantalones sucios por barro y sangre, mis botas de cuero desgastadas con los cordones sueltos y el pelo enmarañado y la camisa de algodón blanca manchada y rota.

—¿Qué deseas?—preguntó con un tono de voz quedo y amargo—. Según tenía entendido no volverías jamás a pisar este lugar.

—Maestro—dije con la voz quebrada intentando aproximarme a él.

—Ya no soy tu maestro—aquellas palabras me destrozaron—. Hace mucho que decidiste desvincularte de mí, mi yugo y tiranía. Recuerdo todas y cada una de tus palabras.

—¿Del mismo modo que yo recuerdo tus latigazos?—un par de lágrimas corrieron por mis mejillas.

Un ángel que derramaba lágrimas de sangre. Un ángel de mármol con cabellos de fuego y sin alas en su espalda. Porque lo único que he llevado a mis espaldas han sido los pecados del mundo y los míos. Como si fuera Atlas cargando el mundo a sus espaldas con las piernas flexionadas y cantando un Aria a mi alma condenada.

—¡Eran por amor!—estalló.

—¡Eso sólo me hizo despreciarte aún más!—grité erizando mi espalda como si fuera un gato.

—Yo sólo quería disciplinarte—reclamó en un murmullo que me hizo sentirme mareado.

—¡Yo sólo quería amarte!


Silencio. Nuevamente silencio. El mismo silencio que rompí al caer de rodillas llorando y sus sandalias sonando por el suelo hasta llegar a mí. Colocó sus manos sobre mis hombros y acabó abrazándome. De nuevo entre sus fríos, fuertes y duros brazos me sentí embargado por la felicidad y la paz. Era consciente que jamás podría alejarme demasiado. Le amaba a pesar del dolor y la distancia. Estábamos condenados.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt