Enemigos a muerte son unas memorias donde Marius nos relata la verdad del encuentro con Santino. ¡Hay que ver como terminó todo! Increíble.
Lestat de Lioncourt
El mundo ya no gira como antes. A mi
parecer los años nos pasan una terrible factura que nos avisa que
estamos convirtiéndonos en monstruos. Sí, somos horribles seres que
se transforman aún más en lo que ya eran. La sangre y el paso del
tiempo en un vampiro no lo convierte en otro, ni siquiera muestra una
cara borrosa de uno mismo. El paso del tiempo, como ocurre con los
humanos, saca a la luz lo que siempre hemos sido.
Desde joven, cuando era el hijo de un
patricio romano y una esclava celta, supe que debía superarme por
encima de las expectativas que mi padre había dispuesto sobre mí.
Mi hermano era un fornido legionario educado para matar sin
contemplaciones, agitar la espada y golpear el escudo del oponente
sin seguir orden alguna que no fuese por la gloria de Roma. Por otro
lado estaba yo. Siempre había amado los libros, la historia, la
sabiduría de la filosofía y por supuesto negado cualquier dios que
no fuese el propio hombre consiguiendo retos cada vez más
increíbles.
Mi escasa fe en estos seres invisibles,
tanto en la vieja como en la nueva religión que se alzaba desde
Egipto, me hizo ser firme en mis fieros ideales de conocimiento. Una
vez transformado en lo que aún soy a día de hoy, pues es
irreversible como bien saben, decidí acaparar todo conocimiento que
pudiese estar a mi alcance. El tiempo corría a mi favor y yo me
dejaba llevar por la emoción de comprender una nueva pieza de este
gigantes rompecabezas que es el mundo. Los misterios más insondables
han ido convirtiéndose en pequeñas chinas en el camino o simple
polvo.
Mi regreso a Roma, donde decidí
instalarme, fue precipitado pero era necesario. Necesitaba instalarme
en un lugar donde me encontrara seguro. Sin embargo empecé a
escuchar sobre diversas sectas que comenzaban a manipular y obtener
seguidores. Eran sectas que estaban basadas en el culto al maligno de
la nueva fe. Se llamaban la Secta de la Serpiente. Pandora ya no
estaba conmigo y había decidido no regresar, lo cual fue muy duro
para mí, y en esos momentos acepté la compañía de Avicus y Mael.
Pero la historia que aquí narro es verídica, dejando atrás a mis
compañeros y lo que ya he contado en otras ocasiones.
Desconozco el motivo por el cual he
mentido en mis memorias, las cuales he recopilado yo mismo con ayuda
de Thorne. Sé que no está bien engañar a los que ansiaban conocer
la verdad de mis labios, pero en aquellos momentos sentía la
imperiosa necesidad de ocultar un hecho transcendental en mi
historia. Omitir no es mentir, aunque así lo siento en estos
instantes.
Recuerdo aquella noche como si hubiese
ocurrido hoy mismo, e incluso como si estuviese pasando en estos
mismos momentos. A mi memoria viene el olor a vino en el aliento de
los mortales que me rodeaban en aquella taberna, algo oscura y llena
de ruido. Algunos soldados apostaban, las mujeres bailaban al ritmo
de la pequeña lira y algunos tambores y yo me encontraba al fondo,
con la espalda recostada contra el muro de la taberna y una mano
sobre un vaso de barro que contenía un poco de vino que ni había
tocado.
Entonces súbitamente sentí a un igual
entrando en la taberna. Tenía un aspecto similar al Jesús que
habían crucificado, pero algo más temible y oscuro. La sonrisa
seductora que se dibujaba en su rostro era demasiado encantadora, y
por lo tanto se veía falsa. Tenía barba, aunque mal recortada
debido a un mal rasurado, sus ojos eran profundos de color café y
sus cabellos largos y ondulados. Llevaba una túnica como la mía, si
bien no era el color rojo lo que le cubría sino un siniestro color
negro. Las sandalias que llevaba estaban algo rotas y sus manos se
paseaban por la barra como si estuviera dibujando sobre ella palabras
que yo debía descubrir. Me miraba descaradamente, haciéndose notar.
—Si deseas conocerme será mejor que
te acerques. Yo no daré el primer paso—lancé con desdén a su
mente mientras escuchaba como se carcajeaba.
—No he sido yo quien ha abierto la
boca primero—su voz era profunda y parecía uno de esos ángeles
que en ocasiones eran dibujados, por algunos fanáticos de la nueva
religión, como seres poderosos y casi inaccesibles. Fuertes,
hermosos y con una estatura considerable. Tal vez era la encarnación
de ese dichoso arcángel Miguel del que siempre hablaban—.
¿Pretendes que vaya a un rincón tan oscuro?—preguntó mostrando
una sonrisa que podría ser la de un santo mientras apoyaba el codo
en la barra y dejaba caer sobre su palma su cabeza.
Juro que debí acercarme y arrancarle
los intestinos de haber sabido que ocurriría siglos más tarde. Ese
maldito infame me haría pasar el peor de los suplicios. Sin embargo
reconozco que era atractivo y tenía un encanto amenazador que
deseaba doblegar con mi látigo.
—¿Qué hay de malo? Al menos no
tengo que soportar borrachos y bravucones a mi alrededor—dije
acomodando mi túnica para apoyar mis manos sobre mis piernas muy
cerca de mis rodillas.
Él decidió moverse con sus brazos
caídos a ambos lados de su cuerpo. Tenía un aspecto decidido pero
desenfadado y completamente inofensivo. Al sentarse frente a mí
colocó los brazos sobre el borde de la mesa y me miró a los ojos.
Tenía una mirada oscura y penetrante. Podía ver en él a un vampiro
que era algo más joven que yo, pero no demasiado.
—Mi nombre es Santino—comentó
mirando de reojo el vaso de vino.
—Marius—respondí sin mover ni un
músculo.
—Sabía tu nombre y sé que llevas en
Roma algún tiempo—tomó el vaso y se lo llevó a los labios,
imitando un gesto simple como el que haría cualquier mortal y
otorgándole una sensualidad impropia en un hombre. Sabía jugar sus
cartas. Quería seducirme con oscuras estratagemas—. Has regresado
a tu hogar patrio
—¿Cómo sabes eso?—dije
arrebatando el vaso de sus manos ásperas, de dedos perfectos eso sí,
para dejarlo en la mesa.
—Sé muchas cosas—susurró
inclinándose hacia delante para luego ofrecerme una mirada terrible.
Había algo sospechoso en él, pero parecía que sólo quisiera
jugar.
—Es imposible que leyeras mi
mente—pues la había mantenido cerrada sin bajar la guardia ni un
instante.
—No me hizo falta—respondió
repitiendo el gesto de la barra.
Levantó uno de sus brazos, los cuales
eran formidables debido a su musculatura, y se apoyó en la mano
abierta. El brazo izquierdo quedó extendido en la mesa hacia mí,
con la palma de la mano hacia abajo y sus dedos suavemente encogidos.
—¿Qué deseas?—dije frunciendo el
ceño mientras me tensaba.
—Hablar contigo—se incorporó
tomando una pose tan masculina como sombría—. ¿A caso no te
interesa conversar?
—¿Qué quieres de mí?—pregunté
incrédulo. Era sospechoso que intentara aproximarse tanto a mí.
Estaba seguro que quería algo más que una amena charla de taberna.
—Pasar unas horas a tu lado, comprenderte mejor y que me
conozcas—había visto que conmigo la estrategia de seductor no
funcionaba, así que simplemente había tomado un aire frío y
calculador que me atrajo algo más. Sin embargo esa nube de misterio
que no se disipaba, como si fuera una cortina pesada imposible de
apartar, no me agradaba—. Después podemos hablar seriamente sobre
algo especial que deseo proponerte.
—Dime ahora mismo tus pretensiones—lo
exigía. No iba a ser amable con él en ningún momento.
—¡Qué aburrido!—se rió en mi
cara intentando eludir la respuesta. Aquellas carcajadas se alzaban
estruendosas por encima de la música y el ruido habitual en un local
como aquel.
Los soldados discutían a sus espaldas,
se peleaban por la mala suerte que estaban teniendo. Un joven entraba
en el local acompañado de otro muchacho algo más bajo y enclenque,
el cual parecía su hermano porque sus rostros eran similares en
rasgos. Varias chicas conversaban mientras descansaban sus pies, pues
estaban contratadas para danzar y servir las distintas bebidas.
—Hazlo—me incorporé dando un par
de golpes en la mesa.
—¿No tienes sed? Yo sí—preguntó
inmutable.
—No tengo porque cazar
contigo—aquello era una conversación que no tenía rumbo fijo y
tampoco interés alguno para mí.
—Oh Marius ¿los romanos sois así
siempre?—esa frase le delató, pero también su aspecto rudo pero
hermoso que podía provenir de las gentes de Hispania, aunque nada
estaba claro.
—No eres de Roma—dije rápidamente
para mí, aunque él lo escuchó a la perfección.
—Se podría decir que vengo de una
parte de Roma, pero no soy de la ciudad; sin embargo llevo tanto
tiempo aquí que puedo afirmar que es mi ciudad de origen—sus
labios se movieron rítmicos mostrando sus colmillos. Ciertamente
tenía sed y yo comenzaba a inquietarme.
La sed. Siempre la sed. Jamás nos
libraríamos del todo de ella. Incluso en estas noches apacibles a
veces siento la necesidad de beberla. Ya no es la sed en sí sino el
placentero momento de tener en mis labios su sabor, el frenesí de un
corazón a punto de desfallecer y el sutil aroma de la muerte que
comienzan a desprender nuestras víctimas.
—Dime quién eres—me incliné hacia
él y pude observar mejor sus rasgos. Estaba de pie, encorvado en la
mesa y con la túnica rozando las corvas de mis rodillas.
—Santino.
—¡Quiero que me digas qué
buscas!—bramé nuevamente lleno de cólera. Ese juego del gato y el
ratón me estaba cansando.
—Tranquilo no busco nada en concreto.
Decidí sentarme nuevamente en la
banca. Aquel individuo era ciertamente irritante y yo no podía
apagar los conatos de ira que se propagaban por mi alma. Deseaba
agarrarlo con fuerza, llevarlo a un rincón y acabar con él. Sin
embargo el porte majestuoso de sus rasgos me parecían
insufriblemente hermosos.
Acepté su invitación de caminar y
buscas algunos borrachos que caían en las calles, como si fueran
moscas que acaban de chocar contra un muro. Sus tácticas me
recordaban a las de un avispado roedor, su rapidez a la de un felino
y su comportamiento no distaba mucho del mío. En un callejón, a
solas con dos moribundos, se aproximó a mí acariciando mi torso por
encima de mi túnica, estiró su brazo y me rodeó con éste por
encima de los hombros. Su mano derecha palpó mis labios y sonrió
antes de besarme.
La pasión se encendió y mi mente
quedó completamente turbada. Mis manos acariciaban aquella espesa
mata de pelo, la cual si la mirabas bien parecía un gato negro
recostado sobre su cabeza. Sus manos levantaban mi túnica buscando
mi miembro, el cual nada más tenerlo entre sus manos comenzó a ser
masturbado. Sus manos ásperas de dedos hábiles hacían maravillas
en mí miemtras me acorralaba en un sucio rincón de aquella vía.
—Poséeme—dijo con la voz ronca y
penetrante, la misma que había escuchado en la taberna ofreciéndome
rodeos absurdo a mis cuestiones.
Mi boca tenía un apetito atroz esa
noche. Devoraba su lengua succionando sus labios. Me movía contra
los muros como si deseara romperlos con mi espalda mientras a él lo
atraía hacia mí. Sus labios tenían un tacto rudo y salvaje debido
a la barba, la cual pinchaba en exceso cuando me rozaba. Al hundir su
rostro en mi cuello sentí una punzada de peligro, pero rápidamente
pasó cuando noté que eran simples besos los que me dejaba en esa
zona.
Sin duda era diestro con las manos,
pero yo no iba a quedarme atrás. Hacía lo mismo con su miembro
permitiendo que ambos gozáramos de una masturbación fuerte, como la
de dos hombres desesperados buscando un poco de diversión y sobre
todo desinhibirse de sus responsabilidades. La sangre nos había
alentado y quizás la rabia que sentíamos de forma mutua y perversa.
En un momento dado lo pegué contra el muro de carga del edificio del
costado derecho, le levanté bien la túnica y entré en él como si
fuera una enorme daga que le atravesaba.
—¡Marius!—dijo sofocado pegando
sus manos a las piedras que conformaban el muro.
Mis estocadas eran duras y rudas. No
había amor pero sí pasión. Una pasión que me hacía arder en
llamas. No había tenido tanto deseo por poseer un cuerpo desde que
Pandora se fue de mi lado, cosa que me hundió y me hizo alejarme de
aquella parte de mí tan libertina y deseosa de placer. Él la había
vuelto a despertar con una llamarada intensa.
—¡Muévete! ¡Muévete y gime como
puta! ¡Estoy seguro que te complacerás como una!—con la mano
derecha agarraba su pelo negro, tirando de éste con fuerza para que
alzara su cabeza y la pegara contra el muro, y con la izquierda
levantaba bien las prendas mientras escuchaba el golpeteo fuerte y
constante de mis testículos.
Él gemía ronco y movía sus caderas
abriendo bien sus piernas. Santino tenía un cuerpo formidable, tan
marcado como el mío y con un leve bronceado que le daba un aspecto
algo sucio, pero deseable. Alrededor nuestra se escuchaban ratas y
ahora sé el motivo, él era el rey de ellas y se paseaba por los
túneles resguardado por un enjambre de sucios roedores. Pero en ese
momento, tan lleno de pasión y deseo, no me percaté que todas ellas
nos observaban. Es ahora cuando caigo en la cuenta que era así sin
duda alguna.
Su entrada era estrecha y parecía que
jamás ningún hombre había estado entre aquellas prietas y redondas
nalgas. Era delicioso sentir como aquel desconocido se abría a mí y
se movía como bailarina exótica. Sus jadeos eran constantes como
sus bufidos y gruñidos. Pero sin duda alguna lo más asombroso era
su torso bajo mi mano izquierda, la cual se había deslizado hacia su
torso rodeando en puño sus prendas. Tenía el puño justo en la cruz
de su pecho y podía notar su torax fuerte, definido y con escasos
vellos rizados que le daban un toque aún más varonil.
Aquel hombre podía rondar entre los
treinta años por su aspecto y ser quizás un guerrero. Su aspecto lo
delataba, pero sobre todo era su forma de moverse ruda como un
legionario sediento de lujuria.
No tardamos en llegar al final. El
ritmo era demasiado rápido y lo elevé marcando con mayor
contundencia su interior, rasgando sus paredes y provocando que la
sangre manchara mi miembro y el vello rubio que coronaba mi sexo.
Sentí un delicioso calambre envolver mis testículos, tirar de él y
sumarse a un cosquilleo delicioso en mi vientre. Tras dos estocadas
estaba rellenando su interior mientras él profería un alarido de
placer.
Una vez acabado el sexo me retiré para
acomodar mi túnica y él hizo lo mismo. Al girarse sonrió
agarrándome de los hombros con ambas manos. Me miró fascinado y
deseoso de contarme entonces la verdad.
—Se mi maestro. La Secta de la
Serpiente necesita hombres como tú pues tienes talento, sabiduría y
fuerza—dijo apretando mis hombros con sus dedos, los cuales me
parecieron sucios y ruines.
Lo aparté de un golpe y me negué,
pero él empezó a insistir y el resto ya lo saben. Quemé su túnica
y me marché dejando que profiriera insultos en mi contra. Él quería
comprarme con placer y yo le regalé el delicioso sentir de mi ira.
¿Por qué narré un suceso distinto en
aquellos días? Tal vez porque detestaba pensar que mi irracionalidad
y mi forma de haber tratado a Santino, el cual sigue siendo un
estúpido resucite cuantas veces quiera, hubiese desmoronado mi vida
por completo y en esa caída se hubiese llevado a mi Amadeo consigo.
No obstante son memorias personales que espero que nadie pueda tener
entre sus manos, pues no quiero que se divulgue la verdad de nuestro
encuentro.
1 comentario:
Me arrepiento de haber pospuesto la lectura de este fic para otro día, y no haberlo hecho al instante que lo publicaron. Una gran sorpresa siempre es la que me llevo yo al ver este maravilloso trabajo que como siempre, a la altura de mis expectativas. Son hermosos.
Publicar un comentario