Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 23 de febrero de 2014

Enemigos a muerte

Enemigos a muerte son unas memorias donde Marius nos relata la verdad del encuentro con Santino. ¡Hay que ver como terminó todo! Increíble. 

Lestat de Lioncourt


El mundo ya no gira como antes. A mi parecer los años nos pasan una terrible factura que nos avisa que estamos convirtiéndonos en monstruos. Sí, somos horribles seres que se transforman aún más en lo que ya eran. La sangre y el paso del tiempo en un vampiro no lo convierte en otro, ni siquiera muestra una cara borrosa de uno mismo. El paso del tiempo, como ocurre con los humanos, saca a la luz lo que siempre hemos sido.

Desde joven, cuando era el hijo de un patricio romano y una esclava celta, supe que debía superarme por encima de las expectativas que mi padre había dispuesto sobre mí. Mi hermano era un fornido legionario educado para matar sin contemplaciones, agitar la espada y golpear el escudo del oponente sin seguir orden alguna que no fuese por la gloria de Roma. Por otro lado estaba yo. Siempre había amado los libros, la historia, la sabiduría de la filosofía y por supuesto negado cualquier dios que no fuese el propio hombre consiguiendo retos cada vez más increíbles.

Mi escasa fe en estos seres invisibles, tanto en la vieja como en la nueva religión que se alzaba desde Egipto, me hizo ser firme en mis fieros ideales de conocimiento. Una vez transformado en lo que aún soy a día de hoy, pues es irreversible como bien saben, decidí acaparar todo conocimiento que pudiese estar a mi alcance. El tiempo corría a mi favor y yo me dejaba llevar por la emoción de comprender una nueva pieza de este gigantes rompecabezas que es el mundo. Los misterios más insondables han ido convirtiéndose en pequeñas chinas en el camino o simple polvo.

Mi regreso a Roma, donde decidí instalarme, fue precipitado pero era necesario. Necesitaba instalarme en un lugar donde me encontrara seguro. Sin embargo empecé a escuchar sobre diversas sectas que comenzaban a manipular y obtener seguidores. Eran sectas que estaban basadas en el culto al maligno de la nueva fe. Se llamaban la Secta de la Serpiente. Pandora ya no estaba conmigo y había decidido no regresar, lo cual fue muy duro para mí, y en esos momentos acepté la compañía de Avicus y Mael. Pero la historia que aquí narro es verídica, dejando atrás a mis compañeros y lo que ya he contado en otras ocasiones.

Desconozco el motivo por el cual he mentido en mis memorias, las cuales he recopilado yo mismo con ayuda de Thorne. Sé que no está bien engañar a los que ansiaban conocer la verdad de mis labios, pero en aquellos momentos sentía la imperiosa necesidad de ocultar un hecho transcendental en mi historia. Omitir no es mentir, aunque así lo siento en estos instantes.

Recuerdo aquella noche como si hubiese ocurrido hoy mismo, e incluso como si estuviese pasando en estos mismos momentos. A mi memoria viene el olor a vino en el aliento de los mortales que me rodeaban en aquella taberna, algo oscura y llena de ruido. Algunos soldados apostaban, las mujeres bailaban al ritmo de la pequeña lira y algunos tambores y yo me encontraba al fondo, con la espalda recostada contra el muro de la taberna y una mano sobre un vaso de barro que contenía un poco de vino que ni había tocado.

Entonces súbitamente sentí a un igual entrando en la taberna. Tenía un aspecto similar al Jesús que habían crucificado, pero algo más temible y oscuro. La sonrisa seductora que se dibujaba en su rostro era demasiado encantadora, y por lo tanto se veía falsa. Tenía barba, aunque mal recortada debido a un mal rasurado, sus ojos eran profundos de color café y sus cabellos largos y ondulados. Llevaba una túnica como la mía, si bien no era el color rojo lo que le cubría sino un siniestro color negro. Las sandalias que llevaba estaban algo rotas y sus manos se paseaban por la barra como si estuviera dibujando sobre ella palabras que yo debía descubrir. Me miraba descaradamente, haciéndose notar.

—Si deseas conocerme será mejor que te acerques. Yo no daré el primer paso—lancé con desdén a su mente mientras escuchaba como se carcajeaba.

—No he sido yo quien ha abierto la boca primero—su voz era profunda y parecía uno de esos ángeles que en ocasiones eran dibujados, por algunos fanáticos de la nueva religión, como seres poderosos y casi inaccesibles. Fuertes, hermosos y con una estatura considerable. Tal vez era la encarnación de ese dichoso arcángel Miguel del que siempre hablaban—. ¿Pretendes que vaya a un rincón tan oscuro?—preguntó mostrando una sonrisa que podría ser la de un santo mientras apoyaba el codo en la barra y dejaba caer sobre su palma su cabeza.

Juro que debí acercarme y arrancarle los intestinos de haber sabido que ocurriría siglos más tarde. Ese maldito infame me haría pasar el peor de los suplicios. Sin embargo reconozco que era atractivo y tenía un encanto amenazador que deseaba doblegar con mi látigo.

—¿Qué hay de malo? Al menos no tengo que soportar borrachos y bravucones a mi alrededor—dije acomodando mi túnica para apoyar mis manos sobre mis piernas muy cerca de mis rodillas.

Él decidió moverse con sus brazos caídos a ambos lados de su cuerpo. Tenía un aspecto decidido pero desenfadado y completamente inofensivo. Al sentarse frente a mí colocó los brazos sobre el borde de la mesa y me miró a los ojos. Tenía una mirada oscura y penetrante. Podía ver en él a un vampiro que era algo más joven que yo, pero no demasiado.

—Mi nombre es Santino—comentó mirando de reojo el vaso de vino.

—Marius—respondí sin mover ni un músculo.

—Sabía tu nombre y sé que llevas en Roma algún tiempo—tomó el vaso y se lo llevó a los labios, imitando un gesto simple como el que haría cualquier mortal y otorgándole una sensualidad impropia en un hombre. Sabía jugar sus cartas. Quería seducirme con oscuras estratagemas—. Has regresado a tu hogar patrio

—¿Cómo sabes eso?—dije arrebatando el vaso de sus manos ásperas, de dedos perfectos eso sí, para dejarlo en la mesa.

—Sé muchas cosas—susurró inclinándose hacia delante para luego ofrecerme una mirada terrible. Había algo sospechoso en él, pero parecía que sólo quisiera jugar.

—Es imposible que leyeras mi mente—pues la había mantenido cerrada sin bajar la guardia ni un instante.

—No me hizo falta—respondió repitiendo el gesto de la barra.

Levantó uno de sus brazos, los cuales eran formidables debido a su musculatura, y se apoyó en la mano abierta. El brazo izquierdo quedó extendido en la mesa hacia mí, con la palma de la mano hacia abajo y sus dedos suavemente encogidos.

—¿Qué deseas?—dije frunciendo el ceño mientras me tensaba.

—Hablar contigo—se incorporó tomando una pose tan masculina como sombría—. ¿A caso no te interesa conversar?

—¿Qué quieres de mí?—pregunté incrédulo. Era sospechoso que intentara aproximarse tanto a mí. Estaba seguro que quería algo más que una amena charla de taberna.

—Pasar unas horas a tu lado, comprenderte mejor y que me conozcas—había visto que conmigo la estrategia de seductor no funcionaba, así que simplemente había tomado un aire frío y calculador que me atrajo algo más. Sin embargo esa nube de misterio que no se disipaba, como si fuera una cortina pesada imposible de apartar, no me agradaba—. Después podemos hablar seriamente sobre algo especial que deseo proponerte.

—Dime ahora mismo tus pretensiones—lo exigía. No iba a ser amable con él en ningún momento.

—¡Qué aburrido!—se rió en mi cara intentando eludir la respuesta. Aquellas carcajadas se alzaban estruendosas por encima de la música y el ruido habitual en un local como aquel.

Los soldados discutían a sus espaldas, se peleaban por la mala suerte que estaban teniendo. Un joven entraba en el local acompañado de otro muchacho algo más bajo y enclenque, el cual parecía su hermano porque sus rostros eran similares en rasgos. Varias chicas conversaban mientras descansaban sus pies, pues estaban contratadas para danzar y servir las distintas bebidas.

—Hazlo—me incorporé dando un par de golpes en la mesa.

—¿No tienes sed? Yo sí—preguntó inmutable.

—No tengo porque cazar contigo—aquello era una conversación que no tenía rumbo fijo y tampoco interés alguno para mí.

—Oh Marius ¿los romanos sois así siempre?—esa frase le delató, pero también su aspecto rudo pero hermoso que podía provenir de las gentes de Hispania, aunque nada estaba claro.

—No eres de Roma—dije rápidamente para mí, aunque él lo escuchó a la perfección.

—Se podría decir que vengo de una parte de Roma, pero no soy de la ciudad; sin embargo llevo tanto tiempo aquí que puedo afirmar que es mi ciudad de origen—sus labios se movieron rítmicos mostrando sus colmillos. Ciertamente tenía sed y yo comenzaba a inquietarme.

La sed. Siempre la sed. Jamás nos libraríamos del todo de ella. Incluso en estas noches apacibles a veces siento la necesidad de beberla. Ya no es la sed en sí sino el placentero momento de tener en mis labios su sabor, el frenesí de un corazón a punto de desfallecer y el sutil aroma de la muerte que comienzan a desprender nuestras víctimas.

—Dime quién eres—me incliné hacia él y pude observar mejor sus rasgos. Estaba de pie, encorvado en la mesa y con la túnica rozando las corvas de mis rodillas.

—Santino.

—¡Quiero que me digas qué buscas!—bramé nuevamente lleno de cólera. Ese juego del gato y el ratón me estaba cansando.

—Tranquilo no busco nada en concreto.

Decidí sentarme nuevamente en la banca. Aquel individuo era ciertamente irritante y yo no podía apagar los conatos de ira que se propagaban por mi alma. Deseaba agarrarlo con fuerza, llevarlo a un rincón y acabar con él. Sin embargo el porte majestuoso de sus rasgos me parecían insufriblemente hermosos.

Acepté su invitación de caminar y buscas algunos borrachos que caían en las calles, como si fueran moscas que acaban de chocar contra un muro. Sus tácticas me recordaban a las de un avispado roedor, su rapidez a la de un felino y su comportamiento no distaba mucho del mío. En un callejón, a solas con dos moribundos, se aproximó a mí acariciando mi torso por encima de mi túnica, estiró su brazo y me rodeó con éste por encima de los hombros. Su mano derecha palpó mis labios y sonrió antes de besarme.

La pasión se encendió y mi mente quedó completamente turbada. Mis manos acariciaban aquella espesa mata de pelo, la cual si la mirabas bien parecía un gato negro recostado sobre su cabeza. Sus manos levantaban mi túnica buscando mi miembro, el cual nada más tenerlo entre sus manos comenzó a ser masturbado. Sus manos ásperas de dedos hábiles hacían maravillas en mí miemtras me acorralaba en un sucio rincón de aquella vía.

—Poséeme—dijo con la voz ronca y penetrante, la misma que había escuchado en la taberna ofreciéndome rodeos absurdo a mis cuestiones.

Mi boca tenía un apetito atroz esa noche. Devoraba su lengua succionando sus labios. Me movía contra los muros como si deseara romperlos con mi espalda mientras a él lo atraía hacia mí. Sus labios tenían un tacto rudo y salvaje debido a la barba, la cual pinchaba en exceso cuando me rozaba. Al hundir su rostro en mi cuello sentí una punzada de peligro, pero rápidamente pasó cuando noté que eran simples besos los que me dejaba en esa zona.

Sin duda era diestro con las manos, pero yo no iba a quedarme atrás. Hacía lo mismo con su miembro permitiendo que ambos gozáramos de una masturbación fuerte, como la de dos hombres desesperados buscando un poco de diversión y sobre todo desinhibirse de sus responsabilidades. La sangre nos había alentado y quizás la rabia que sentíamos de forma mutua y perversa. En un momento dado lo pegué contra el muro de carga del edificio del costado derecho, le levanté bien la túnica y entré en él como si fuera una enorme daga que le atravesaba.

—¡Marius!—dijo sofocado pegando sus manos a las piedras que conformaban el muro.

Mis estocadas eran duras y rudas. No había amor pero sí pasión. Una pasión que me hacía arder en llamas. No había tenido tanto deseo por poseer un cuerpo desde que Pandora se fue de mi lado, cosa que me hundió y me hizo alejarme de aquella parte de mí tan libertina y deseosa de placer. Él la había vuelto a despertar con una llamarada intensa.

—¡Muévete! ¡Muévete y gime como puta! ¡Estoy seguro que te complacerás como una!—con la mano derecha agarraba su pelo negro, tirando de éste con fuerza para que alzara su cabeza y la pegara contra el muro, y con la izquierda levantaba bien las prendas mientras escuchaba el golpeteo fuerte y constante de mis testículos.

Él gemía ronco y movía sus caderas abriendo bien sus piernas. Santino tenía un cuerpo formidable, tan marcado como el mío y con un leve bronceado que le daba un aspecto algo sucio, pero deseable. Alrededor nuestra se escuchaban ratas y ahora sé el motivo, él era el rey de ellas y se paseaba por los túneles resguardado por un enjambre de sucios roedores. Pero en ese momento, tan lleno de pasión y deseo, no me percaté que todas ellas nos observaban. Es ahora cuando caigo en la cuenta que era así sin duda alguna.

Su entrada era estrecha y parecía que jamás ningún hombre había estado entre aquellas prietas y redondas nalgas. Era delicioso sentir como aquel desconocido se abría a mí y se movía como bailarina exótica. Sus jadeos eran constantes como sus bufidos y gruñidos. Pero sin duda alguna lo más asombroso era su torso bajo mi mano izquierda, la cual se había deslizado hacia su torso rodeando en puño sus prendas. Tenía el puño justo en la cruz de su pecho y podía notar su torax fuerte, definido y con escasos vellos rizados que le daban un toque aún más varonil.

Aquel hombre podía rondar entre los treinta años por su aspecto y ser quizás un guerrero. Su aspecto lo delataba, pero sobre todo era su forma de moverse ruda como un legionario sediento de lujuria.

No tardamos en llegar al final. El ritmo era demasiado rápido y lo elevé marcando con mayor contundencia su interior, rasgando sus paredes y provocando que la sangre manchara mi miembro y el vello rubio que coronaba mi sexo. Sentí un delicioso calambre envolver mis testículos, tirar de él y sumarse a un cosquilleo delicioso en mi vientre. Tras dos estocadas estaba rellenando su interior mientras él profería un alarido de placer.

Una vez acabado el sexo me retiré para acomodar mi túnica y él hizo lo mismo. Al girarse sonrió agarrándome de los hombros con ambas manos. Me miró fascinado y deseoso de contarme entonces la verdad.

—Se mi maestro. La Secta de la Serpiente necesita hombres como tú pues tienes talento, sabiduría y fuerza—dijo apretando mis hombros con sus dedos, los cuales me parecieron sucios y ruines.

Lo aparté de un golpe y me negué, pero él empezó a insistir y el resto ya lo saben. Quemé su túnica y me marché dejando que profiriera insultos en mi contra. Él quería comprarme con placer y yo le regalé el delicioso sentir de mi ira.


¿Por qué narré un suceso distinto en aquellos días? Tal vez porque detestaba pensar que mi irracionalidad y mi forma de haber tratado a Santino, el cual sigue siendo un estúpido resucite cuantas veces quiera, hubiese desmoronado mi vida por completo y en esa caída se hubiese llevado a mi Amadeo consigo. No obstante son memorias personales que espero que nadie pueda tener entre sus manos, pues no quiero que se divulgue la verdad de nuestro encuentro.  

1 comentario:

Lucy Keenan dijo...

Me arrepiento de haber pospuesto la lectura de este fic para otro día, y no haberlo hecho al instante que lo publicaron. Una gran sorpresa siempre es la que me llevo yo al ver este maravilloso trabajo que como siempre, a la altura de mis expectativas. Son hermosos.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt