The "merciful" death es un texto que narra Louis de una de sus noches de caza. ¿Quieres descubrir en qué se ha convertido nuestro mártir?
Lestat de Lioncourt
La noche había caído como un telón
lleno de estrellas. Al fin el cielo encapotado de New Orleans había
desaparecido, pero el ambiente húmedo y fresco perduraba. Las
fachadas estaban más limpias que nunca, pero también más sombrías.
El raro invierno de días fríos alternados por otros más suaves,
las tormentas eléctricas y las lluvias abundantes tenían a los
ciudadanos algo desconcertados. Estaba siendo un invierno duro. Uno
de esos inviernos que uno prefiere pasar frente a una estufa o
brasero leyendo un libro o viendo la televisión hasta caer rendido.
Y así cada noche. Como si todos fueran cucarachas esperando una
gloriosa metamorfosis. Sí, así era.
Louis aún seguía durmiendo
ocasionalmente en un ataúd. Allí se sentía más cómodo y más
cercano a sí mismo. Era extraño que un vampiro dejara las viejas
costumbres, pero poco a poco todos se habían acostumbrado a dormir
en lugares oscuros sin meterse entre tablones. Surgía de su rincón
favorito, junto a uno de sus más elegantes ataúdes, donde había
sentido la vulgar y primaria necesidad de matar.
Se abrazó a sí mismo saliendo del
cementerio, el cual parecía lúgubre pero encantador. Los ángeles
de piedra parecían llorar por la inocencia perdida, los derrumbados
sobre las tumbas se quejaban de la miseria que en él aún anidaba y
esa melancolía perpetua de sus ojos, tan humanos a veces, recorrían
los que alzaban sus brazos al cielo preguntándose si Dios acabaría
con todos de una maldita vez.
Ya no había melancolía en su vida y a
decir verdad los sentimientos más apesadumbrados, grotescos e
incluso suicidas, se habían evaporado con la nueva sangre que corría
por sus venas. Pero era sangre lo que quería ahora. Una sangre
distinta. La sangre de cualquiera. Un líquido rojo y cálido que le
hiciera volver a tener un aspecto delicado, sonrosado e incluso
animado por una chispa de locura.
Sus pies le llevaron rumbo al viejo
barrio francés. Allí donde Lestat aún cazaba y se divertía, el
mismo donde Julien había hecho sus correrías y donde cualquier
habitante de New Orleans había pisado aunque fuese una vez en su
vida. Un barrio en decadencia y a la vez lleno de gloria. Los
misterios que se guardaban tras las puertas de aquellas casas eran
sin duda atractivas. Pero no era allí, él quería ir más allá y
caminó hacia la calle Bourbon.
Allí, bajo un luminoso, una chica
paseaba con sus botas altas de tacón de aguja y una pequeña falda
que a penas cubría sus ingles. Llevaba un abrigo de talle corto que
rozaba el final con su cintura y con un cuello de piel sintética
descuidada. Sus cabellos rizados caían sobre su rostro mientras se
miraba en un pequeño espejo. Pintaba con desgana sus labios
sintiendo el discurrir lento de algunos vehículos.
Louis decidió cruzar y aproximarse.
Ella lo miró largamente con aquellos zapatos algo sucios de fango,
pero caros, con unos pantalones de vestir de tela gruesa negros y un
chaleco verde a juego con sus ojos. La camisa blanca de Louis no
tenía corbata que la acompañara, pero el blanco resplandeciente
jugaba con las tonalidades de las luces. El abrigo de cuero de tres
cuartos negros era el único tono discorde, pero hacía frío y era
bueno aislando la humedad.
No tuvo que decir nada. Ambos caminaron
mientras ella sentía la seducción letal de aquel asesino. Él
sonreía con encanto y sin decoro. La llevó a un callejón oscuro,
algo estrecho y de escaso tránsito donde la rodeó por la cintura,
besó su cuello con sensualidad y abrió su abrigo. Tenía los pechos
envueltos en sujetador de satén azul, el cual rompió y hundió su
rostro entre sus senos. Sintió la cálida oleada de calor que estos
desprendían, su aroma femenino y la sangre brotar de la herida que
rápidamente le hizo.
Pronto ella cayó al suelo desplomada
sin siquiera la marca de los orificios de los colmillos de Louis,
pues había usado su propia sangre para cerrar la herida. Ni una gota
derramada, ni un grito, ni un remordimiento y ni mucho menos
demasiado tiempo para deleitarse con su compañía.
Louis salió del callejón
abandonándola como si fuera desperdicio y miró la luna enorme,
majestuosa y sensual. Deseó volar hacia ella, pero eso era imposible
y cosas que sólo un soñador quiere. Negó con la cabeza, se llevó
las manos a los bolsillos y decidió comprar un nuevo libro para
terminar de añadir una guinda a su encantadora velada.
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