Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 12 de febrero de 2014

Un regalo de San Valentín II

Bonsoir mes amis

Arion nos trae la segunda parte del regalo para Petronia. Sí, como él anunció en la página hay una segunda parte. Esta parte la ha hecho en colaboración con Manfred. Ambos quieren regalarle algo especial a Petronia.


Lestat de Lioncourt


Un regalo de San Valentín II

La noche era plácida y agradable, a pesar del frío y de los días de lluvia anteriores. La humedad calaba los huesos pero Nápoles se veía encantadora. La vivienda de Grecia había quedado desalojada por completo. Ya no sentían la necesidad de huir de la ciudad durante mucho tiempo. Los viejos teatros de la ciudad abrían aún representaban lo mejor de sus temporadas de invierno, los cines eran mucho más confortables que los griegos y por supuesto la vieja biblioteca de la ciudad que acumulaban algunos libros incunables que eran sus favoritos. Manfred se hallaba en la sala donde solían jugar y estaba a punto de pedirle que le siguiera.

Quería que estuviera con él por las calles, las cuales parecían un cementerio, para ver alguna obra brillante, descarada y perfecta sin necesidad en uno de mis palcos. Tanto él como Petronia disfrutaban de las joyas más clásicas al teatro más vanguardista pasando por la Ópera y el ballet. Sabía bien que si invitaba al Loco le acompañaría encantado.

—Te veo desanimado—dijo barajando lentamente las cartas desde el rincón.

—He intentado ser amable con Petronia y obsequiarle con uno de mis más hermosas creaciones—comentó llevando su mano derecha a su rostro.

—¡Se puede saber el motivo por el cual me regalas esto!—se escuchó la voz de Petronia a sus espaldas, alzándose hacia el techo bellamente pintado, para caer como lluvia ácida sobre él.

—Es el día del amor y la amistad. No hay nada ni nadie que ame más que a ti—dijo con simpleza girándose hacia ella—. ¿Debería tener otro significado?

Ella guardó silencio mirándolo con furia ciega. Su mentón estaba apretado y sus pómulos se veían más marcados que nunca. Por su pose parecía más un hombre airado que una mujer. Sí, parecía uno de esos muchachos que aún se peleaban a la salida de los bares. Ella parecía un hombre rudo, violento y desconsolado. Pero en sus ojos estaba el brillo femenino de la rabia, sus labios eran seductores aunque tuvieran una mueca indescriptible de rabia y sus manos sostenían con delicadeza la joya. Ella jamás haría daño a un camafeo o joya. No. Ella no era así.

—¡No quiero tus regalos!—respondió devolviendo de forma brusca el camafeo.

—Este anillo te pertenece—susurró con una suave sonrisa en sus labios—. Está hecho a medida de tu dedo y es tu rostro. Es la imagen de tu rostro en un pequeño anillo. Si lo miras bien verás que eres tú.

—¡Cómo te atreves!—gritó furiosa.

—¡Me atrevo porque te amo! ¡Y sé que tú me amas aunque te resistas a creerlo! ¡Eres tan mía como este palazzo! ¡Soy tan tuyo como tus propias manos!—ella le abofeteó al escuchar aquellas palabras pero él la tomó de los brazos, la aproximó hacia él y la besó.

Manfred miraba todo como siempre. Los observaba en silencio dejando a un lado sus cartas. Decidió que había visto suficiente por aquella noche. Se acomodó los cabellos grises y se colocó el sombrero para marcharse. Arion forcejeaba con Petronia. Ella se resistía a darle muestra alguna de afecto delante del viejo.

Cuando logró zafarse de él lo abofeteó duramente y lo miró igual que un animal herido. Manfred ya bajaba las escaleras de mármol con pasador de madera. Ella estaba a punto de echarse a llorar por la rabia y la ira que la consumía. No tenía derecho a besarla frente a Manfed y menos a regalarle nada para ablandar su corazón.

—¡Te odio!—le escupió rabiosa a punto de pegarle un puñetazo, pero él detuvo ese puño sosteniéndola entre sus brazos.

—No—murmuró acariciando sus cabellos con ternura.

—¡Sí!—gritó revolviéndose.

—No me odias porque siempre regresas. No me puedes odiar porque sabes que en mis brazos siempre hallarás el hogar—después de esas palabras se hizo un silencio inquietante, ella logró alejarse unos pasos mirándolo con asombro y odio. Sabía que era así pero no se doblegaría ante un anillo de camafeo y bonitas palabras.

—¡No soy tu propiedad!—dijo en respuesta.

—Ambos nos pertenecemos—se encogió de hombros y se echó a reír como si aquello fuese divertido.

—¡No!—respondió tajante.

—Sí—se movió con velocidad y la besó en la mejilla—. Sí.

—¡No!—le abofeteó de nuevo, pero esta vez le quitó el anillo y se lo puso—. Pero el anillo me lo quedo porque no voy a permitir que otra lleve mi imagen en su dedo. Con permiso querido maestro—aquella frase era con amor, pero llevaba un tono sarcástico para camuflar sus verdaderos sentimientos.

Él conocía bien a Petronia y sabía que no podía rechazar ciertos regalos. Comprendía su amor hacia el arte, su exquisita fascinación por el detalle y los buenos trabajos en ese ámbito. Hubiese deseado que ella se quedara a su lado después de la discusión, besar sus labios y hacerla suya. Sentía un deseo irresistible por tocar su delicada piel de porcelana y percibir como se estremecía con el tacto de sus dedos. Quería contemplarla con las mejillas coloreadas como si se hubiese maquillado y con sus ojos profundos, radiantes y desesperados por sentirlo junto a ella. Sentía la osadía de palpar entre sus piernas, hundirse en su figura y hacer que gritara por motivos muy distintos a cualquier discusión. Sin embargo se mantuvo sereno, firme y con los ojos puestos en el largo pasillo.


En la puerta del final, cerca del salón donde solían deleitarse con las vistas más sobrecogedoras de la ciudad, se hallaba inclinada sobre la mesa, con el cabello recogido en una trenza y una pose poco femenina. Ella seguiría trabajando toda la noche y quizás mirando su mano con aquel obsequio. Él la dejaría trabajar hasta que se sintiera agotada, para luego acercarse y besar su sienes rogando alguna caricia como si fuese a querer ofrecérsela sin discusiones o malas miradas.  

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Lestat de Lioncourt