Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 1 de marzo de 2014

A solas por primera vez

A solas por primera vez es el primer recuerdo que poseo de Louis y yo a solas, en un pequeño hotel donde nos hospedamos. ¡Sin duda fue mágico! Aunque ya sólo es pasado. Ni él me ama ya y ni yo lo amo a él. Sólo queda cierto cariño y el consuelo de los recuerdos. 

Lestat de Lioncourt


Siempre creí que la soledad tan sólo se encontraba cuando el silencio te golpeaba los tímpanos. Desde niño he apreciado el murmullo del silencio y a la vez he temido sus grandes zancadas hacia mí. Nunca he pretendido estar solo. La soledad me aterra. Comprendo que para otros es apetecible, se muestra como una mujer desnuda en sus camas esperando ser amada, pero para mí es la peor tortura a la cual me pueden someter. Nunca he pretendido ocultar que la sola idea de permanecer sin compañía, por mala que sea, no me preocupa. Realmente estaba aterrado cuando vi partir a mi madre sin rumbo fijo, dejándome solo en Cairo, y posteriormente cuando Marius me expulsó de su lado.

La muerte de Nicolas fue un duro golpe para mí y aún más el ver destrozado su violín. Fue mi culpa. Todo fue mi culpa. Debí quizás ir a buscarlo aquella misma noche. Si hubiese ido después de mi desaparición, esa noche o la siguiente, era posible que lo hubiese transformado y él no merecía ese castigo. Pensé que podría olvidarse de mí, pero la verdad fue muy distinta. Ni yo podía estar solo ni él aceptó mi renuncia.

Transformé a mi madre por amor, necesidad, respeto y porque la soledad me agobiaba. Creí que ella se quedaría a mi lado y me permitiría peinar sus cabellos eternamente. Pero ella había descubierto la libertad tras más de veinte años. Era una niña cuando cayó en las manos de un marqués y perdió cualquier sueño que una vez rozó su almohada. Tomó la decisión de poseer los derechos que antes sólo eran de hombres. Aún hoy llegan a mí comentarios de otros inmortales, los cuales la han visto, y ven en ella a un hombre con poder, belleza e inteligencia. Tuvo que comportarse como un hombre para que otros tuviesen conciencia que las mujeres son iguales que nosotros los varones.

Marius fue un padre para mí. Nunca había tenido una figura masculina como referente. Aprendí mucho aquella noche, pero siendo joven a veces se olvida todo lo que nos intentan inculcar. Aún así los tropiezos son nuestros mejores maestros. Sin embargo debo agradecer a Armand por haberme hablado de él, pero jamás podré amarlo como él desea. Armand jamás tendrá mi apoyo, mi amor o mi respeto por entero. Claro que acepto su presencia, pero en contadas ocasiones. Marius es distinto. Él ve en mí su propio reflejo y creo que es por ello, y no por mis tropiezos, lo que hace que ambos quedemos divididos.

Decidí trasladarme a otras tierras. Pero antes, antes que eso sucediese, regresé a casa y la encontré muy cambiada. Todo era miseria. Acepté entonces que mi vida como mortal había quedado por completo desvinculada. Ni existía el mundo que yo había conocido ni podía aceptar aquello que estaban brindándome. Tenía que crear mi propio rumbo.

Las nuevas tierras, o el Nuevo Mundo, se abrió ante mí apetecible. Era como una botella de champán fría, recién abierta y comenzando a burbujear al verterse en una copa. Y yo tenía sed. Deseaba beber esa botella hasta vaciarla en mi garganta. Necesitaba embriagarme de nuevos aires, sabores y sensaciones. Me marché en un barco donde tuve que consumir ratas.

Al llegar a Luisiana sentí que me embriagaba de nuevas emociones. Había una hermosa cultura mezclada por la libertad, los sueños y la esclavitud. Era un sabor amargo y ácido. La sangre nueva y fresca con la vieja y añeja. Sus calles tenían un toque bohemio desconcertante. La música de los teatros y las tabernas era seductora. Pero lo mejor eran sus burdeles de bellezas mestizas que se ofrecían como flores en campo abierto. Acepto que caminé durante noches completamente enloquecido. No obstante unos ojos me hicieron revivir el infierno de las pasiones más bajas, desesperadas y agradables.

Deambulaba de taberna en taberna, de burdel en burdel y de cuello en cuello. Había bebido tanto aquella noche que estaba mareado. A penas controlaba mis piernas. Me sentía pletórico y cruel. Era el villano en una tierra de demonios. Sonreía con carisma y agitaba mis rizos al son de la música que allí se tocaba. Reconozco que era el Príncipe Travieso y el mejor actor que jamás tuvo la ciudad. Con encanto saludaba a damas y caballeros así como a las fulanas y borrachos. Si bien cuando me crucé con él, completamente hundido en una terrible depresión, vi el alma de Nicolas saludarme envuelta en el color esmeralda de su mirada.

Contuve el aliento y apreté los puños para clavar mis uñas en las palmas de mis manos, pues no quería correr tras él y destrozar el momento. Lo seguí durante esa noche. Allá donde iba él aparecía yo, entre la multitud. Él derrochaba su fortuna, juventud y esperanzas. Dejaba que la espada de la desesperación se enterrara en su tierno corazón. Las lágrimas que veía en sus ojos tristes, sus labios seductores y esos cabellos sueltos, negros y ondulados, me provocaban ciertos deseos. Quería desnudar su figura, acariciar su tez húmeda por el sudor y besar sus labios hasta el delirio.

¿Amarlo? Era imposible no amarlo. Codiciaba las caricias que ofrecía a las mujeres, aunque eran sin interés alguno y buscaba quizás los abrazos que nadie le daba. Quería atraparlo entre mis brazos y consolarlo, pero sabía también que yo era el mismísimo infierno. Era peor que cualquier tortura.

Las noches dejaron de ser tan deslumbrantes y se convirtieron en tinieblas. La desesperación de su alma era tan intensa que incluso yo lloraba sus miserias. Había perdido un hermano debido a un accidente del cual no tuvo culpa, pero eso no era importante para él. Un hermano que a penas era un adolescente, completamente enloquecido por su fe y hundido en sus propias visiones. No pude más que aceptar ese dolor lo estaba destrozando. También había una mujer. Una chica de una plantación vecina que jamás se fijaría en él más allá de su dinero. Aún así ella tenía un prometido y él ninguna esperanza. No sé si era amor platónico o un amor carente de deseo.

Casi un mes pasó desde aquel cruce de miradas que él ni siquiera recordaba. Su invitación llegó a mí con un golpe de suerte. Quería morir y yo decidí darle una oportunidad. Salvé su vida para hundirlo en otra más trágica. Después de mi presentación y nuestro trato cumplido llegó la primera noche.

—¡Me niego a dormir en ese ataúd!—gritó aterrado—. ¡Es un ataúd!

—¿Pretendes decirme que prefieres morir abrasado?—dije visiblemente molesto.

¡Oh! Su expresión era divina y trágica. Se veía aterrado negando su nueva realidad. Pero él era mío y no podría escapar de mis depravados deseos. Me acerqué a él con pasos elegantes tomándolo del rostro. Alcé su cabeza para que me viera a los ojos y noté que estaba a punto de llorar.

—Dime, Louis—susurré acariciando con el pulgar de mi mano derecha su mejilla y con la izquierda despejé su frente.

—No...—murmuró dando un paso atrás—. Puedo dormir en el armario.

—No es seguro—respondí tajante.

—¡No pienso dormir con un desconocido!—gritó pegándose a la pared.

Tenía sus músculos tensos, el ceño fruncido como sus labios, sus dedos palpaban la rugosidad de la pared y la noche se perdía. Quedaba una hora para el amanecer y aún no había siquiera conseguido que se acercara al ataúd. Sus cabellos caían despeinados en ondulas perfectas.

—Louis, por favor—dije aproximándome a él.

Llevaba una hermosa camisa blanca de chorreras, un pañuelo color marfil en el cuello, la chaqueta era verde botella con hermosos bordados de oro y unas elegantes calzas blancas que moldeaban sus piernas. Juro que deseé quitarle las botas que llevaba para poder tocar sus tobillos. Olía a sangre, pantano y sufrimiento. Nuevamente quise estrecharlo entre mis brazos, rodeándolo con cariño, mientras besaba su cabello ondulado.

Mi aspecto era incluso más cuidado y sofisticado. Mis ropas eran azul marino con bordados dorados, la camisa de chorrera tenía puños con ricos encajes y unas botas mucho más lustrosas. Tenía el cabello atado en una coleta y caían estratégicamente algunos mechones en mi frente, rozando mis cejas doradas y perfiladas. Mi enorme boca tenía una sonrisa burlona casi perpetua, como si fuese un gran felino observando un tímido roedor.

—¡Aléjate de mí! ¡Eres un monstruo! ¡No te acerques a mí!—explotó buscando el rincón para protegerse en vano.

¿Desilusión? Es posible que me encontrara desilusionado. Había buscado compañía y al encontrarlo a él lo quise a mi lado. No me había importado revelar a un mortal mi verdadera forma e historia. Aunque realmente no dije demasiado. Quería ser un misterio porque mi pasado ya no importaba. Él estaba allí y yo deseaba que fuera parte de un nuevo renacer.

—Sólo veo un monstruo en esta sala y me está mirando con ojos cobardes—respondí mirándolo con rabia—. Tú y yo somos lo mismo. ¡Eres mío! ¡Y yo te estoy ordenando que entres en ese maldito ataúd!

—¡No!—gritó.

Entonces sin que él lo sospechara, o pudiese imaginar, caí sobre él. Mis manos se aferraron a sus hombros estrechos, sus brazos mucho más débiles que los míos temblequearon, y pude ver sus ojos aferrándose al temor. Me temía. Tenía miedo de mi reacción. Si bien me arrodillé frente a él, apoyando mis rodillas en el suelo entre sus piernas, para aproximar mi boca a la suya. Sus labios eran suaves y estaban húmedos esperando un beso robado. No tardé en atraparlos con deseo mientras saboreaba el sabor metálico, y excitante, que tenía aún su boca.

Él colocó sus manos sobre mis hombros clavando sus uñas, podía notar sus piernas moverse pataleando y como intentaba apartar su rostro del mío. Sus mejillas ardían, y parecía que la sangre que había ingerido se había agolpado en aquella pequeña zona de su cara. Con dificultad logró apartarme y me abofeteó.

—¡No soy tu puta!—exclamó con la voz ronca y temblorosa.

Me llevé la mano a mi rostro, justo donde me había golpeado, para luego echarme a reír. Era igual que un gato acorralado en un callejón. Se resistía a caer en mis encantos a pesar que conocía bien sus deseos hacia mí. Me tenía miedo y a la vez me deseaba. Sabía que había algo en él que no podía ocultar de ninguna forma.

—Lo eres—respondí con una sonrisa burlona mientras él me maldecía en silencio.

Empezamos a forcejear. Yo intentaba quitarle la ropa y él buscar la salida de la habitación. Quería huir de aquel hotel donde nos habíamos instalado. Las tablas del suelo crujían bajo nuestros cuerpos debido a la trifulca, las paredes eran golpeadas por sus puños y mis piernas, podía escuchar los gruñidos por el esfuerzo y también sus malas palabras redobladas en su fuerza por el eco que aquella gran habitación sin apenas muebles.

—¡No!—dijo entre sollozos mientras rompía su camisa mostrándome su pecho liso y sus pezones cafés.

—¡Sí!—exclamé notando como se revolvía entre mis brazos.

El ruido de las ropas rompiéndose entre mis garras, rasgándose por mis uñas y como se arrugaban en mis puños, era excitante. Sus piernas golpeaban mis costados con patadas duras, de igual modo que mi vientre o incluso las mías, mientras yo intentaba abrirlas para arrancar también sus pantalones y calcetas. Podía ver su pelo alborotado rozando aquel sucio suelo de madera de igual que él podía ver el mío, en esos momentos sueltos por la pelea, cayendo sobre mis hombros en bucles dorados.

Empezó a llorar como haría una damisela en apuros. Mis labios se posaron sobre sus lágrimas y comencé a lamerlas. Él quedó arrinconado cerca de la puerta, completamente aplastado por mi cuerpo y con mis manos acariciando sus caderas. Había decidido doblegarse antes de sentir algún golpe por mi parte. Su respiración era agitada y sus ojos se hundían en la oscuridad de la habitación. Miraba la vela para calmarse y posiblemente soportar la tortura que estaba a punto de aplicarle.

—Tus lágrimas saben tan bien—murmuré cerca de su oído mientras besaba el lado derecho de su cuello.

—¿Por qué haces esto?—balbuceó moviendo sus manos por mi torso.

Tenía las manos cerradas en puño sobre mi torso, con sus brazos flexionados y los codos apoyados en el suelo. Sus dedos eran largos y finos, muy hermosos, y no dudé en tomar su mano derecha entre las mías. Las uñas que ahora poseía eran las de un inmortal. Besé la punta de sus dedos y la dejé en mi rostro, colocando la zurda sobre ésta mientras deseaba romper a llorar como él lo hacía.

—¿Quién es el mártir aquí? ¿Eres tú el mártir o yo?—pregunté en un tono quedo provocando que al fin me mirara de nuevo a los ojos, con los suyos completamente empañado por las lágrimas y los míos hundidos en el dolor—. Me he enamorado de un hombre que ni siquiera ve una pizca de bondad en mí—murmuré apartando algunos mechones de su rostro.

—¿Amor? ¡Qué sabrás tú del amor!—gritó con la voz quebrada por el pánico que sintió al saber que lo amaba.

—Más que tú—me incliné hacia él y rocé sus labios con los míos.

Aquel beso fue tierno y suave. Noté como su boca se abrió y me permitió introducir mi lengua. Su mano izquierda se unió a la derecha y acabó sosteniendo mi rostro entre ellas. Mis labios temblaban del mismo modo que los suyos y recordé la última vez que había besado así. Nicolas se había llevado mi último beso a escondidas en aquel teatro. Por momentos pude verlo con su chaqueta verde oliva, sus cabellos empolvados y esa sonrisa triste mirándome antes de desaparecer para ocupar cada uno su lugar. Pude escuchar su violín rogándome que volviese a por él, pero de él no quedaba nada y ni sabía que fue de las ruinas de astillas de su violín.

—Tengo miedo—murmuró cuando aparté mis labios de él, pues quería contemplar sus ojos color esmeralda y sus divinas facciones—. ¿Y si termino amándote?

Reí quitando algunos trozos de su ropa para tirarla a un rato. Quedó su figura desnuda, tan frágil como masculina, bajo mi cuerpo que aún seguía envuelto en mis ropas de noble gallardo. Sus manos comenzaron a jugar con nerviosismo con mis cabellos y abrió suavemente sus piernas como una muchachita virginal. Mis labios recorrieron su rostro y mis dientes mordisquearon su mentón, para luego hundir mi cara en su pecho. Rozaba con mi lengua sus pezones y los succionaba apretando mi boca entorno a su aro. Su vientre era plano y suavemente marcado. A penas tenía vello en el torso y era ligeramente más claro que su rostro y manos.

—Oh Louis... sentirías el mismo miedo que yo siento—susurré notando como sus dedos recorrían mi nuca provocándome escalofríos.

Su mirada cambió y pude ver un ápice de sensualidad. En sus labios se pintó una seductora sonrisa que iluminó mi deseo. Los besos que siguieron a ese instante fueron terriblemente fogosos y él se relajó entre mis brazos. Pude percibir un cambio en él que me estremeció. Rápidamente me ayudó a deshacerme de mi ropa, la cual voló por la habitación cayendo en todas dirección y prácticamente rozando la vela que se consumía.

Nuestros cuerpos se fundieron en caricias mientras él suspiraba cada vez más nervioso. Abrí sus piernas dejando suaves besos en sus ingles. Lamí su miembro en su punta llevándola a mis labios, apretándola y saboreando cada milímetro. Él gimió curvando su espalda, apoyando sus hombros en el suelo y dejando mayor acceso al abrir sus piernas. Sin embargo no era lo que deseaba, pues pronto acabé levantándome para arrodillarlo frente a mí.

—Cuidado con tus dientes, cher—mostraba mi miembro frente a su rostro, acercándolo a sus labios y hundiéndolo lentamente en su boca.

Su lengua era tímida y su mentón se abría con dificultad. No era capaz de albergar todo mi sexo en su interior. Tenía una mirada lujuriosa y sus manos buscaban sujetarse agarrándome de las caderas. Me apoyé en sus hombros en un principio, pero pronto las llevé a su cabeza enterrándome en sus mechones y tiré de ellos jadeando. Mis ojos se cerraron y mi cabeza se echó hacia atrás. Sentía como mis piernas se volvía débiles y quería caer de bruces. El placer que sentía en aquella boca virgen fue terrible, si bien lo arrojé al suelo y lo recosté de una forma que podía ver su rostro mientras lo penetraba.

Si fue una experiencia única, fascinante y deliciosa el sentir su lengua húmeda, aún más increíble fue el quedar apretado entre sus nalgas. Su entrada era estrecha y tuve que entrar lentamente, con cuidado, mientras él balbuceaba palabras de amor entre quejidos. Pero lo más agradable fue el ver sus mejillas arrobadas, completamente encendidas, y sus ojos brillantes al quedar por completo en su interior. Mi rostro mostraba unas facciones más duras, serias y posiblemente concentrada.

Los gemidos suaves inundaron la habitación. Eran gemidos que venían por parte de ambos, pero yo además gruñía su nombre mientras me movía cada vez más rápido. Sus brazos me rodearon mientras yo me apoyaba en el suelo. Sentí como sus caderas se movían cuando el ritmo aumentó aún más, como si quisiera romperlo. Creo que deseaba romperlo. Destrozarlo se había vuelto una necesidad. Grité su nombre y él comenzó a decir el mío constantemente.

—¡Quiero ser tu puta! ¡Quiero serlo! ¡Lestat! ¡Lestat! ¡Lestat!—terminó sorprendiéndome al agarrarme del pelo, dejando sus manos a ambos lados de la cabeza, mientras rogaba a gritos.—. ¡Dilo! ¡Di que lo soy! ¡Quiero serlo! ¡Lestat!

Descubrí en él un deseo profundo de sentirse mío y sin duda ya lo era. Gemía bombeando cada vez más rápido y notando como mi miembro palpitaba estrangulado por su deseo. Se retorcía como una serpiente y mordisqueaba sus labios, pero a la vez buscaba los míos para morderlos con voracidad. Había cortado las ataduras de sus alas y le había ofrecido la libertad.

Él llegó al orgasmo salpicando mi vientre con su esperma. Ni siquiera había recordado estimularlo. Me había comportado como un adolescente que aún aprendía a tocar, pero él no pareció necesitarlo. Había encendido su cuerpo con besos y caricias, así como las penetraciones precisas, para que se bañara, al igual que yo, con sudor y deseo. Sentí como las cosquillas en mi vientre aumentaban y sentí el deseo de terminar con todo aquello. Cuando llegué, pocas estocadas después, bañé sus entrañas. Sus piernas temblaron mientras su cuerpo quedaba agitado.

—Te amo—dijo con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué me has hecho amarte? ¿Por qué?

—Louis... —balbuceé sobrecogido por su belleza y sinceridad.

—¡Todas las malditas noches te veía rodeado de damas y sentía celos! ¡Sentía celos porque yo quería estar en tus brazos! Tus malditos ojos grisáceos con esa tonalidad azul, esa belleza descarada, me calentaba desde el primer día. ¿Cómo no viste eso? ¡Maldita sea!-me golpeó el pecho y se hizo hueco entre mis brazos que lo rodearon apresuradamente.

—¿Dices la verdad?—susurré controlando mi sonrisa pues él lloraba, pero yo era feliz. Era muy feliz.


Faltaban pocos minutos para el amanecer y logré colocarlo en el ataúd, cerrar todo mucho mejor y hundirme entre las tablas con él pegado a mí. Mis labios rozaron los suyos, las huellas visibles de sus lágrimas y su frente. Aquel día fui feliz. Creo que es uno de los días más felices de mi vida. Sin duda alguna fui muy feliz y creo que él también lo fue.  

1 comentario:

stephyrice dijo...

Es la primera vez que comento en el blog, las veces que comento lo hago en face. ¡¡Fue hermoso!! El momento en que Louis dijo "tengo miedo, y si termino amándote" y Lestat contesto "sentirás el mismo miedo que yo" en esa parte me emocione mucho. Me encanto el fic. Gracias por escribirlo.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt