A solas por primera vez es el primer recuerdo que poseo de Louis y yo a solas, en un pequeño hotel donde nos hospedamos. ¡Sin duda fue mágico! Aunque ya sólo es pasado. Ni él me ama ya y ni yo lo amo a él. Sólo queda cierto cariño y el consuelo de los recuerdos.
Lestat de Lioncourt
Siempre creí que la
soledad tan sólo se encontraba cuando el silencio te golpeaba los
tímpanos. Desde niño he apreciado el murmullo del silencio y a la
vez he temido sus grandes zancadas hacia mí. Nunca he pretendido
estar solo. La soledad me aterra. Comprendo que para otros es
apetecible, se muestra como una mujer desnuda en sus camas esperando
ser amada, pero para mí es la peor tortura a la cual me pueden
someter. Nunca he pretendido ocultar que la sola idea de permanecer
sin compañía, por mala que sea, no me preocupa. Realmente estaba
aterrado cuando vi partir a mi madre sin rumbo fijo, dejándome solo
en Cairo, y posteriormente cuando Marius me expulsó de su lado.
La muerte de Nicolas fue
un duro golpe para mí y aún más el ver destrozado su violín. Fue
mi culpa. Todo fue mi culpa. Debí quizás ir a buscarlo aquella
misma noche. Si hubiese ido después de mi desaparición, esa noche o
la siguiente, era posible que lo hubiese transformado y él no
merecía ese castigo. Pensé que podría olvidarse de mí, pero la
verdad fue muy distinta. Ni yo podía estar solo ni él aceptó mi
renuncia.
Transformé a mi madre
por amor, necesidad, respeto y porque la soledad me agobiaba. Creí
que ella se quedaría a mi lado y me permitiría peinar sus cabellos
eternamente. Pero ella había descubierto la libertad tras más de
veinte años. Era una niña cuando cayó en las manos de un marqués
y perdió cualquier sueño que una vez rozó su almohada. Tomó la
decisión de poseer los derechos que antes sólo eran de hombres. Aún
hoy llegan a mí comentarios de otros inmortales, los cuales la han
visto, y ven en ella a un hombre con poder, belleza e inteligencia.
Tuvo que comportarse como un hombre para que otros tuviesen
conciencia que las mujeres son iguales que nosotros los varones.
Marius fue un padre para
mí. Nunca había tenido una figura masculina como referente. Aprendí
mucho aquella noche, pero siendo joven a veces se olvida todo lo que
nos intentan inculcar. Aún así los tropiezos son nuestros mejores
maestros. Sin embargo debo agradecer a Armand por haberme hablado de
él, pero jamás podré amarlo como él desea. Armand jamás tendrá
mi apoyo, mi amor o mi respeto por entero. Claro que acepto su
presencia, pero en contadas ocasiones. Marius es distinto. Él ve en
mí su propio reflejo y creo que es por ello, y no por mis tropiezos,
lo que hace que ambos quedemos divididos.
Decidí trasladarme a
otras tierras. Pero antes, antes que eso sucediese, regresé a casa y
la encontré muy cambiada. Todo era miseria. Acepté entonces que mi
vida como mortal había quedado por completo desvinculada. Ni existía
el mundo que yo había conocido ni podía aceptar aquello que estaban
brindándome. Tenía que crear mi propio rumbo.
Las nuevas tierras, o el
Nuevo Mundo, se abrió ante mí apetecible. Era como una botella de
champán fría, recién abierta y comenzando a burbujear al verterse
en una copa. Y yo tenía sed. Deseaba beber esa botella hasta
vaciarla en mi garganta. Necesitaba embriagarme de nuevos aires,
sabores y sensaciones. Me marché en un barco donde tuve que consumir
ratas.
Al llegar a Luisiana
sentí que me embriagaba de nuevas emociones. Había una hermosa
cultura mezclada por la libertad, los sueños y la esclavitud. Era un
sabor amargo y ácido. La sangre nueva y fresca con la vieja y añeja.
Sus calles tenían un toque bohemio desconcertante. La música de los
teatros y las tabernas era seductora. Pero lo mejor eran sus burdeles
de bellezas mestizas que se ofrecían como flores en campo abierto.
Acepto que caminé durante noches completamente enloquecido. No
obstante unos ojos me hicieron revivir el infierno de las pasiones
más bajas, desesperadas y agradables.
Deambulaba de taberna en
taberna, de burdel en burdel y de cuello en cuello. Había bebido
tanto aquella noche que estaba mareado. A penas controlaba mis
piernas. Me sentía pletórico y cruel. Era el villano en una tierra
de demonios. Sonreía con carisma y agitaba mis rizos al son de la
música que allí se tocaba. Reconozco que era el Príncipe Travieso
y el mejor actor que jamás tuvo la ciudad. Con encanto saludaba a
damas y caballeros así como a las fulanas y borrachos. Si bien
cuando me crucé con él, completamente hundido en una terrible
depresión, vi el alma de Nicolas saludarme envuelta en el color
esmeralda de su mirada.
Contuve el aliento y
apreté los puños para clavar mis uñas en las palmas de mis manos,
pues no quería correr tras él y destrozar el momento. Lo seguí
durante esa noche. Allá donde iba él aparecía yo, entre la
multitud. Él derrochaba su fortuna, juventud y esperanzas. Dejaba
que la espada de la desesperación se enterrara en su tierno corazón.
Las lágrimas que veía en sus ojos tristes, sus labios seductores y
esos cabellos sueltos, negros y ondulados, me provocaban ciertos
deseos. Quería desnudar su figura, acariciar su tez húmeda por el
sudor y besar sus labios hasta el delirio.
¿Amarlo? Era imposible
no amarlo. Codiciaba las caricias que ofrecía a las mujeres, aunque
eran sin interés alguno y buscaba quizás los abrazos que nadie le
daba. Quería atraparlo entre mis brazos y consolarlo, pero sabía
también que yo era el mismísimo infierno. Era peor que cualquier
tortura.
Las noches dejaron de ser
tan deslumbrantes y se convirtieron en tinieblas. La desesperación
de su alma era tan intensa que incluso yo lloraba sus miserias. Había
perdido un hermano debido a un accidente del cual no tuvo culpa, pero
eso no era importante para él. Un hermano que a penas era un
adolescente, completamente enloquecido por su fe y hundido en sus
propias visiones. No pude más que aceptar ese dolor lo estaba
destrozando. También había una mujer. Una chica de una plantación
vecina que jamás se fijaría en él más allá de su dinero. Aún
así ella tenía un prometido y él ninguna esperanza. No sé si era
amor platónico o un amor carente de deseo.
Casi un mes pasó desde
aquel cruce de miradas que él ni siquiera recordaba. Su invitación
llegó a mí con un golpe de suerte. Quería morir y yo decidí darle
una oportunidad. Salvé su vida para hundirlo en otra más trágica.
Después de mi presentación y nuestro trato cumplido llegó la
primera noche.
—¡Me niego a dormir en
ese ataúd!—gritó aterrado—. ¡Es un ataúd!
—¿Pretendes decirme
que prefieres morir abrasado?—dije visiblemente molesto.
¡Oh! Su expresión era
divina y trágica. Se veía aterrado negando su nueva realidad. Pero
él era mío y no podría escapar de mis depravados deseos. Me
acerqué a él con pasos elegantes tomándolo del rostro. Alcé su
cabeza para que me viera a los ojos y noté que estaba a punto de
llorar.
—Dime, Louis—susurré
acariciando con el pulgar de mi mano derecha su mejilla y con la
izquierda despejé su frente.
—No...—murmuró dando
un paso atrás—. Puedo dormir en el armario.
—No es seguro—respondí
tajante.
—¡No pienso dormir con
un desconocido!—gritó pegándose a la pared.
Tenía sus músculos
tensos, el ceño fruncido como sus labios, sus dedos palpaban la
rugosidad de la pared y la noche se perdía. Quedaba una hora para el
amanecer y aún no había siquiera conseguido que se acercara al
ataúd. Sus cabellos caían despeinados en ondulas perfectas.
—Louis, por favor—dije
aproximándome a él.
Llevaba una hermosa
camisa blanca de chorreras, un pañuelo color marfil en el cuello, la
chaqueta era verde botella con hermosos bordados de oro y unas
elegantes calzas blancas que moldeaban sus piernas. Juro que deseé
quitarle las botas que llevaba para poder tocar sus tobillos. Olía a
sangre, pantano y sufrimiento. Nuevamente quise estrecharlo entre mis
brazos, rodeándolo con cariño, mientras besaba su cabello ondulado.
Mi aspecto era incluso
más cuidado y sofisticado. Mis ropas eran azul marino con bordados
dorados, la camisa de chorrera tenía puños con ricos encajes y unas
botas mucho más lustrosas. Tenía el cabello atado en una coleta y
caían estratégicamente algunos mechones en mi frente, rozando mis
cejas doradas y perfiladas. Mi enorme boca tenía una sonrisa burlona
casi perpetua, como si fuese un gran felino observando un tímido
roedor.
—¡Aléjate de mí!
¡Eres un monstruo! ¡No te acerques a mí!—explotó buscando el
rincón para protegerse en vano.
¿Desilusión? Es posible
que me encontrara desilusionado. Había buscado compañía y al
encontrarlo a él lo quise a mi lado. No me había importado revelar
a un mortal mi verdadera forma e historia. Aunque realmente no dije
demasiado. Quería ser un misterio porque mi pasado ya no importaba.
Él estaba allí y yo deseaba que fuera parte de un nuevo renacer.
—Sólo veo un monstruo
en esta sala y me está mirando con ojos cobardes—respondí
mirándolo con rabia—. Tú y yo somos lo mismo. ¡Eres mío! ¡Y yo
te estoy ordenando que entres en ese maldito ataúd!
—¡No!—gritó.
Entonces sin que él lo
sospechara, o pudiese imaginar, caí sobre él. Mis manos se
aferraron a sus hombros estrechos, sus brazos mucho más débiles que
los míos temblequearon, y pude ver sus ojos aferrándose al temor.
Me temía. Tenía miedo de mi reacción. Si bien me arrodillé frente
a él, apoyando mis rodillas en el suelo entre sus piernas, para
aproximar mi boca a la suya. Sus labios eran suaves y estaban húmedos
esperando un beso robado. No tardé en atraparlos con deseo mientras
saboreaba el sabor metálico, y excitante, que tenía aún su boca.
Él colocó sus manos
sobre mis hombros clavando sus uñas, podía notar sus piernas
moverse pataleando y como intentaba apartar su rostro del mío. Sus
mejillas ardían, y parecía que la sangre que había ingerido se
había agolpado en aquella pequeña zona de su cara. Con dificultad
logró apartarme y me abofeteó.
—¡No soy tu
puta!—exclamó con la voz ronca y temblorosa.
Me llevé la mano a mi
rostro, justo donde me había golpeado, para luego echarme a reír.
Era igual que un gato acorralado en un callejón. Se resistía a caer
en mis encantos a pesar que conocía bien sus deseos hacia mí. Me
tenía miedo y a la vez me deseaba. Sabía que había algo en él que
no podía ocultar de ninguna forma.
—Lo eres—respondí
con una sonrisa burlona mientras él me maldecía en silencio.
Empezamos a forcejear. Yo
intentaba quitarle la ropa y él buscar la salida de la habitación.
Quería huir de aquel hotel donde nos habíamos instalado. Las tablas
del suelo crujían bajo nuestros cuerpos debido a la trifulca, las
paredes eran golpeadas por sus puños y mis piernas, podía escuchar
los gruñidos por el esfuerzo y también sus malas palabras
redobladas en su fuerza por el eco que aquella gran habitación sin
apenas muebles.
—¡No!—dijo entre
sollozos mientras rompía su camisa mostrándome su pecho liso y sus
pezones cafés.
—¡Sí!—exclamé
notando como se revolvía entre mis brazos.
El ruido de las ropas
rompiéndose entre mis garras, rasgándose por mis uñas y como se
arrugaban en mis puños, era excitante. Sus piernas golpeaban mis
costados con patadas duras, de igual modo que mi vientre o incluso
las mías, mientras yo intentaba abrirlas para arrancar también sus
pantalones y calcetas. Podía ver su pelo alborotado rozando aquel
sucio suelo de madera de igual que él podía ver el mío, en esos
momentos sueltos por la pelea, cayendo sobre mis hombros en bucles
dorados.
Empezó a llorar como
haría una damisela en apuros. Mis labios se posaron sobre sus
lágrimas y comencé a lamerlas. Él quedó arrinconado cerca de la
puerta, completamente aplastado por mi cuerpo y con mis manos
acariciando sus caderas. Había decidido doblegarse antes de sentir
algún golpe por mi parte. Su respiración era agitada y sus ojos se
hundían en la oscuridad de la habitación. Miraba la vela para
calmarse y posiblemente soportar la tortura que estaba a punto de
aplicarle.
—Tus lágrimas saben
tan bien—murmuré cerca de su oído mientras besaba el lado derecho
de su cuello.
—¿Por qué haces
esto?—balbuceó moviendo sus manos por mi torso.
Tenía las manos cerradas
en puño sobre mi torso, con sus brazos flexionados y los codos
apoyados en el suelo. Sus dedos eran largos y finos, muy hermosos, y
no dudé en tomar su mano derecha entre las mías. Las uñas que
ahora poseía eran las de un inmortal. Besé la punta de sus dedos y
la dejé en mi rostro, colocando la zurda sobre ésta mientras
deseaba romper a llorar como él lo hacía.
—¿Quién es el mártir
aquí? ¿Eres tú el mártir o yo?—pregunté en un tono quedo
provocando que al fin me mirara de nuevo a los ojos, con los suyos
completamente empañado por las lágrimas y los míos hundidos en el
dolor—. Me he enamorado de un hombre que ni siquiera ve una pizca
de bondad en mí—murmuré apartando algunos mechones de su rostro.
—¿Amor? ¡Qué sabrás
tú del amor!—gritó con la voz quebrada por el pánico que sintió
al saber que lo amaba.
—Más que tú—me
incliné hacia él y rocé sus labios con los míos.
Aquel beso fue tierno y
suave. Noté como su boca se abrió y me permitió introducir mi
lengua. Su mano izquierda se unió a la derecha y acabó sosteniendo
mi rostro entre ellas. Mis labios temblaban del mismo modo que los
suyos y recordé la última vez que había besado así. Nicolas se
había llevado mi último beso a escondidas en aquel teatro. Por
momentos pude verlo con su chaqueta verde oliva, sus cabellos
empolvados y esa sonrisa triste mirándome antes de desaparecer para
ocupar cada uno su lugar. Pude escuchar su violín rogándome que
volviese a por él, pero de él no quedaba nada y ni sabía que fue
de las ruinas de astillas de su violín.
—Tengo miedo—murmuró
cuando aparté mis labios de él, pues quería contemplar sus ojos
color esmeralda y sus divinas facciones—. ¿Y si termino amándote?
Reí quitando algunos
trozos de su ropa para tirarla a un rato. Quedó su figura desnuda,
tan frágil como masculina, bajo mi cuerpo que aún seguía envuelto
en mis ropas de noble gallardo. Sus manos comenzaron a jugar con
nerviosismo con mis cabellos y abrió suavemente sus piernas como una
muchachita virginal. Mis labios recorrieron su rostro y mis dientes
mordisquearon su mentón, para luego hundir mi cara en su pecho.
Rozaba con mi lengua sus pezones y los succionaba apretando mi boca
entorno a su aro. Su vientre era plano y suavemente marcado. A penas
tenía vello en el torso y era ligeramente más claro que su rostro y
manos.
—Oh Louis... sentirías
el mismo miedo que yo siento—susurré notando como sus dedos
recorrían mi nuca provocándome escalofríos.
Su mirada cambió y pude
ver un ápice de sensualidad. En sus labios se pintó una seductora
sonrisa que iluminó mi deseo. Los besos que siguieron a ese instante
fueron terriblemente fogosos y él se relajó entre mis brazos. Pude
percibir un cambio en él que me estremeció. Rápidamente me ayudó
a deshacerme de mi ropa, la cual voló por la habitación cayendo en
todas dirección y prácticamente rozando la vela que se consumía.
Nuestros cuerpos se
fundieron en caricias mientras él suspiraba cada vez más nervioso.
Abrí sus piernas dejando suaves besos en sus ingles. Lamí su
miembro en su punta llevándola a mis labios, apretándola y
saboreando cada milímetro. Él gimió curvando su espalda, apoyando
sus hombros en el suelo y dejando mayor acceso al abrir sus piernas.
Sin embargo no era lo que deseaba, pues pronto acabé levantándome
para arrodillarlo frente a mí.
—Cuidado con tus
dientes, cher—mostraba mi miembro frente a su rostro, acercándolo
a sus labios y hundiéndolo lentamente en su boca.
Su lengua era tímida y
su mentón se abría con dificultad. No era capaz de albergar todo mi
sexo en su interior. Tenía una mirada lujuriosa y sus manos buscaban
sujetarse agarrándome de las caderas. Me apoyé en sus hombros en un
principio, pero pronto las llevé a su cabeza enterrándome en sus
mechones y tiré de ellos jadeando. Mis ojos se cerraron y mi cabeza
se echó hacia atrás. Sentía como mis piernas se volvía débiles y
quería caer de bruces. El placer que sentía en aquella boca virgen
fue terrible, si bien lo arrojé al suelo y lo recosté de una forma
que podía ver su rostro mientras lo penetraba.
Si fue una experiencia
única, fascinante y deliciosa el sentir su lengua húmeda, aún más
increíble fue el quedar apretado entre sus nalgas. Su entrada era
estrecha y tuve que entrar lentamente, con cuidado, mientras él
balbuceaba palabras de amor entre quejidos. Pero lo más agradable
fue el ver sus mejillas arrobadas, completamente encendidas, y sus
ojos brillantes al quedar por completo en su interior. Mi rostro
mostraba unas facciones más duras, serias y posiblemente
concentrada.
Los gemidos suaves
inundaron la habitación. Eran gemidos que venían por parte de
ambos, pero yo además gruñía su nombre mientras me movía cada vez
más rápido. Sus brazos me rodearon mientras yo me apoyaba en el
suelo. Sentí como sus caderas se movían cuando el ritmo aumentó
aún más, como si quisiera romperlo. Creo que deseaba romperlo.
Destrozarlo se había vuelto una necesidad. Grité su nombre y él
comenzó a decir el mío constantemente.
—¡Quiero ser tu puta!
¡Quiero serlo! ¡Lestat! ¡Lestat! ¡Lestat!—terminó
sorprendiéndome al agarrarme del pelo, dejando sus manos a ambos
lados de la cabeza, mientras rogaba a gritos.—. ¡Dilo! ¡Di que lo
soy! ¡Quiero serlo! ¡Lestat!
Descubrí en él un deseo
profundo de sentirse mío y sin duda ya lo era. Gemía bombeando cada
vez más rápido y notando como mi miembro palpitaba estrangulado por
su deseo. Se retorcía como una serpiente y mordisqueaba sus labios,
pero a la vez buscaba los míos para morderlos con voracidad. Había
cortado las ataduras de sus alas y le había ofrecido la libertad.
Él llegó al orgasmo
salpicando mi vientre con su esperma. Ni siquiera había recordado
estimularlo. Me había comportado como un adolescente que aún
aprendía a tocar, pero él no pareció necesitarlo. Había encendido
su cuerpo con besos y caricias, así como las penetraciones precisas,
para que se bañara, al igual que yo, con sudor y deseo. Sentí como
las cosquillas en mi vientre aumentaban y sentí el deseo de terminar
con todo aquello. Cuando llegué, pocas estocadas después, bañé
sus entrañas. Sus piernas temblaron mientras su cuerpo quedaba
agitado.
—Te amo—dijo con los
ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué me has hecho amarte? ¿Por
qué?
—Louis... —balbuceé
sobrecogido por su belleza y sinceridad.
—¡Todas las malditas
noches te veía rodeado de damas y sentía celos! ¡Sentía celos
porque yo quería estar en tus brazos! Tus malditos ojos grisáceos
con esa tonalidad azul, esa belleza descarada, me calentaba desde el
primer día. ¿Cómo no viste eso? ¡Maldita sea!-me golpeó el pecho
y se hizo hueco entre mis brazos que lo rodearon apresuradamente.
—¿Dices la
verdad?—susurré controlando mi sonrisa pues él lloraba, pero yo
era feliz. Era muy feliz.
Faltaban pocos minutos
para el amanecer y logré colocarlo en el ataúd, cerrar todo mucho
mejor y hundirme entre las tablas con él pegado a mí. Mis labios
rozaron los suyos, las huellas visibles de sus lágrimas y su frente.
Aquel día fui feliz. Creo que es uno de los días más felices de mi
vida. Sin duda alguna fui muy feliz y creo que él también lo fue.
1 comentario:
Es la primera vez que comento en el blog, las veces que comento lo hago en face. ¡¡Fue hermoso!! El momento en que Louis dijo "tengo miedo, y si termino amándote" y Lestat contesto "sentirás el mismo miedo que yo" en esa parte me emocione mucho. Me encanto el fic. Gracias por escribirlo.
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