París 1780

Bonsoir

Un texto de Nicolas de hace algunos siglos.

Lestat de Lioncourt

En ocasiones me he sentido tan vulnerable que el dolor ha terminado provocando que mis lágrimas aparecieran. La soledad suele caer sobre mí con su pesada capa de miseria. El silencio es estremecedor y por eso agito mi cuerpo, junto a mi alma, con cada nota de violín. ¿Alguna vez han tocado con lágrimas en los ojos una melodía feliz? Me siento como el payaso en mitad del circo, con hermosa sonrisa pintada en los labios y un dolor terrible en el pecho, o como el trapecista que intenta no caer al vacío.

Soy la maldad personificada gracias a la tristeza. Guardo en ella cada recuerdo como si fuera un tesoro, aunque se apolillen todos y termine aún más vacío. Llorar no es mi consuelo, o remedio, pues ahoga mis palabras y deseo embriagarme hasta perder la conciencia. He aprendido a gritar hasta perder la voz, desgarrar las cuerdas del violín como si fueran mis propias venas y suicidarme musicalmente mientras provoco que el mundo se convierta en cenizas.

Es el fuego del infierno el que me llama. Me agita el dolor hasta consumirme como si fueran las verdaderas llamas que allí habitan. Y mis lágrimas arden. Siento como se consumen en mi piel de porcelana. Soy como un muñeco perfecto y trágico que cobra vida deseando no ser marioneta, pero aún así soy esclavo de mis sentimientos y emociones. Percibo como me arrastra la vorágine de dolor.

Algún día abriré el telón de mi vida, arrancaré el corazón de mi pecho y lo cambiaré por una piedra. Estoy seguro que de ese modo dejaré de bombear tanta melancolía. Me gustaría ser de hielo o hierro. Tan frío, tan impermutable, tan de mármol y tan perfecto. Nada que me perturbe y me haga sentir abandonado. ¡Nada! Y aún así odiaría verme al espejo porque quizás no me reconocería.