Unas breves memorias, eso es todo, lo que me han dejado leer sobre lo ocurrido recientemente entre Armand y Marius. Pandora es parte de la bronca, pero diré que ha sido para defenderse el propio Armand y defenderla a ella. Creo que ambos han terminado molestos por la actitud que aún hoy día lleva Marius. ¿Y quién no lo estaría?
Lestat de Lioncourt
El silencio se interrumpió y sus ojos
se desviaron del cuadro. El pincel resbaló de sus dedos y quedó
quieto tras golpear el suelo. No esperaba esa expresión en su
rostro, pues podía ver la ira diluviando por sus mejillas,
recorriendo como una serpiente venenosa su piel y rozando al fin la
comisura de sus labios. Era un espectáculo terrible. Su pequeño
cuerpo de adolescente temblaba, casi retorciéndose con furia,
mientras sus puños se cerraban con fuerza y permitían que las
filosas uñas se clavaran en sus palmas.
—Todas tus palabras son tan
baratas—dijo, con voz quebradiza, mientras daba un par de pasos al
frente.
Aquella ropa juvenil, de jeans
desgastados y camiseta celeste, le daba un aspecto imposible; se veía
más delgado pues su cadera y clavículas se notaban marcadas por
debajo de la tela. Sus ojos castaños tenían destellos dorados y
dejaban escapar lágrimas de sangre cada vez más gruesas.
—¿Por qué dices eso?—preguntó en
tono solemne.
—Comprendo que te dejes cautivar por
su belleza e inteligencia, pues incluso yo quedé seducido en cierto
modo. Jamás creí que ella pudiera tener un cabello tan sedoso y
perfumado, unos ojos tan profundos y unos labios tan carnosos. Nunca
quise creer que mi rival fuese tan intrépida e inteligente, jamás.
Sin embargo, esperaba que aún así tuvieses la decencia de amarnos
por igual—explicó casi atragantándose con sus palabras—. Eres
un asco. Tus palabras de amor son tan baratas... tan vacías.
—Amadeo, yo os amo a ambos—intentó
calmar los ánimos esbozando una sonrisa, pero aquello sólo prendió
más a su discípulo.
—Amadeo... Amadeo murió hace siglos
porque tú no fuiste a rescatarme. Preferiste seguir los sueños que
te dictaba Akasha. Incluso creo que ella era y será más importante
que yo. Fui un juguete del cual te cansaste, un ser horrible que no
hizo lo que tú querías. Me deshice en halagos hacia ti, te hice el
amor como si fuese el último día de mi vida cada noche y te concedí
mi alma. Sólo tuve una cosa a cambio, una sola cosa, y fueron tus
mentiras—dijo varios pasos hacia él, tiró el caballete al suelo y
pisó la pintura que por supuesto aún estaba fresca—. Ojalá jamás
vuelvas a sentir amor. Ojalá ni ella ni yo creamos de nuevo tus
sucias palabras. Ojalá te pudras.
Marius sintió una rabia incontrolable,
como si un volcán entrara en erupción en su corazón y derramara
lava hacia cada trozo de su cuerpo. Sin embargo, Armand tenía razón.
Él había pedido torpemente disculpas, que no sirvieron de nada,
pero no lo iba a admitir jamás.
—¡Cómo te atreves!—exclamó.
—Me atrevo porque eres un mentiroso.
Dijiste que jamás sentí miedo o tristeza, que eso lo veías y
sentías. Siempre tuve miedo, jamás he dejado de tenerlo, y nunca he
conocido otra felicidad igual a la de Venecia. Eres tan rastrero y
tan sucio—sonrió amargamente y luego se echó a reír—. Dios es
más caritativo que tú.
De inmediato Marius lo agarró del
cuello con su mano derecha, sus dedos presionaron su delicada piel y
sintió la dureza de sus músculos. Armand sonreía victorioso a
pesar que seguía llorando.
—Hazlo, destruye lo que soy—susurró—.
Debiste hacer eso en vez de permitir que me llevara Santino. Aunque
él fue mejor que tú, siempre será mejor que tú.
—¡Largo de mi vista!—lo apartó
empujándolo contra una columna—. Vete.
—Por supuesto que me voy, pero no
esperes que Pandora regrese a tu lado. Te mereces la soledad en la
que vives—volvió a sonreír con una malicia terrible, justo antes
de darse la vuelta y salir corriendo hacia la salida de aquel
palazzo.
Marius se derrumbó. Había mentido
tanto sobre ambos que ya no sabía que era real y que no. Jamás le
perdonarían sus fracasos. Se lamentó profundamente por todo, pero
jamás lo admitiría. Él nunca admitiría esos errores. Nunca lo
haría. El cuadro que yacía destrozado era una pintura de Pandora.
Aún seguía pintándola, al igual que a Armand. Sus dos grandes
amores se evaporaban y quedaban reducidos a recuerdos mal narrados.
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