Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 2 de octubre de 2014

Esperanza

Armand no desfallece en sus intentos, ¿eh? Yo desistiría. Pero claro, yo no soy él.

Lestat de Lioncourt 


Se hallaba frente al televisor de plasma, en el cual se proyectaba su imagen recitando poesía con gran entrega. Armand contemplaba sus facciones con una ligera sonrisa de satisfacción. Había mejorado. Se sentía capaz de recitar esos poemas con elegancia en cualquier fiesta, aunque era ajeno a la multitud y últimamente sólo se centraba en diversos asuntos financieros. La soledad le hacía desear tener una voz amiga, una voz que le recordara el motivo de su sufrimiento y la fortaleza que éste le había dado. Tenía sus enormes ojos castaños clavados en la imagen de su persona, una silueta menuda de cintura estrecha. Deseaba acariciar sus mejillas, hundir sus dedos en la carne y sentir que estaba vivo. Sólo era una imagen. Una simple grabación.

Los edificios resplandecían a sus espaldas. Toda la Isla de la Noche parecía rendir tributo a las estrellas. Los casinos, teatros, elegantes boutiques, cines y bares de moda estaban abarrotados. La noche era sin duda muy llamativa. Podía verse como una joya que resplandece con un efecto deslumbrante en el cuello de una mujer, muy cerca de su prominente escote.

Escuchó el ascensor mucho antes que este se deslizara hasta su planta. Sabía quien estaba dentro. No se movió de su asiento de orejas y permitió que entrara desafiante en la sala, aunque con la misma mirada de niño perdido. ¿No era él Peter Pan en ese lugar? Un niño que nunca crecería rodeado de jóvenes como él, como Daniel, que siempre estaría perdido.

—¿Por qué?—dijo arrastrando las palabras.

—¿Qué cosa?—murmuró sin siquiera mirarle.

—¡Has tirado mis maquetas!—se aproximó a él para abalanzarse sobre su menuda figura. Las grandes, aunque finas, manos de Daniel lo agarraron de la camisa arrugándola—. ¡Qué has hecho!

—Las he enviado a un pequeño museo en la planta inferior y he pedido que te envíen nuevos materiales—una sonrisa de expresión amable le dio un toque encantador a su rostro de ángel.

—¿Por qué?—preguntó titubeante, como si estuviese delirando. Tenía los ojos hundidos, posiblemente de no beber sangre en días, y sus manos temblaban. Su aspecto era nefasto. Aunque, para ser sinceros, era mucho mejor que cuando era un simple mortal. Para Armand esa decadencia tenía un toque erótico—. ¡Por qué no avisas! ¡Por qué nunca me dices nada! ¡Vienes a mí con preguntas retorcidas y te sientas en mis rodillas! ¡Pero nunca me dijiste de tus planes! ¡Por qué!

—Porque te amo—aquellas palabras aplastaron la ira de Daniel, aunque sólo momentáneamente—. Y no entiendo que tiene de retorcido preguntarte si me amas. ¿Eso es retorcido?

—¡Tú no me amas! ¡Nunca lo hiciste!—espetó saliendo de la habitación.

Iba descalzo, con la camisa blanca de algodón abierta, sus pantalones tejanos estaban sucios de pintura y pegamento y su pelo era indomable. Era la viva imagen de la locura. Sin embargo, Armand sólo se fijó en sus palabras, las cuales le hirieron profundamente. Claro que le amaba, por supuesto. Había dicho que no en sus memorias, pero siempre demostraba lo contrario. Amaba a ese imbécil que acababa de llamarlo prácticamente monstruo.

—Yo sólo quería hacer algo bien... algo bueno... por amor... —susurró deseando que Benji y Sybelle hubiesen viajado con él, pero en ésta ocasión decidió hacerlo solo. No debió hacerlo.


Se hundió en el sillón y se echó a llorar manchando su camisa de seda blanca, así como el forro del asiento. Lloró amargamente durante horas. Daniel nunca le daría su amor, Marius le apartaba continuamente y se sentía perdido. Era un náufrago cargando tristeza en una isla llena de placeres.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt