Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 12 de diciembre de 2014

Nieve y sangre en Nueva York

Se nota que Armand odia a los mediocres.

Lestat de Lioncourt 


He contemplado la ciudad mil veces desde lo alto de este imponente rascacielos. Nueva York es inmensa. Puedes ver mareas ingentes de almas atormentadas que se acumulan en las aceras, negándose unos a otros, mientras el claxon de algún taxi grita enfurecido. Los grises perfiles de los todopoderosos edificios parecen borrosos en los días de mayor polución. Aún así, desde estas vistas privilegiadas, puedes ver la vida discurriendo bajo tus pies.

Hoy, justo hoy, ha comenzado a nevar. Al parecer tendremos navidades blancas en este edén salvaje y ruidoso. Una jungla de metal, cristales y asfalto que queda convertida en un paisaje característico de alguna película bobalicona y entrañable de estas fechas. Los copos caen como plumas. ¿Tal vez son las alas que un día Dios me negó? Lo desconozco. Sin embargo, tengo la inmensa fortuna de encontrarme al borde del precipicio, con los pies firmes y las manos en cruz. Podría precipitarme, sintiendo el aire gélido cortando mi rostro y agitando mi cabello. Sí, podría. Pero sé que me alzaría por los aires, volaría hasta más allá de las nubes y contemplaría la ciudad desde unas vistas aún más impresionantes.

Tengo las mejillas ardiendo, las manos teñidas de rojo y una sonrisa traviesa en los labios. Mi pelo está largo, como solía estarlo cuando era sólo un muchacho. Mi aspecto delicado, casi enfermizo, provocaría que muchos se acercaran a mí consternados. Tan sólo llevo una ligera camisa celeste de satén y unos pantalones de vestir blancos, manchados de sangre en el pernil derecho. Quizás piensen que estoy endemoniadamente loco y me muero de frío, pero el frío siempre estuvo calando mis huesos. El frío más puro y desconsolador: el frío de no tener amor.

Como decía Oscar Wilde, en uno de sus más célebres pensamientos, mi corazón ha terminado haciéndose de piedra. No obstante en dudosas ocasiones se vuelve vulnerable, late y suspira por los besos de aquellos que dicen adorarme. ¿Quién no amaría al niño del coro? Aparento ser un castrati esbelto en una mañana de Navidad en mitad de una de las catedrales más fastuosas de la vieja Europa. Sí, lo aparento muy bien. Quizás soy un ángel y aún no me he percatado, pero lo dudo. Sólo soy un monstruo de más de cinco siglos con unos puntiagudos colmillos asomando de mis labios.

Mis pies están desnudos, pero lo importante es lo que pisan. Bajo estos hay un cuerpo mutilado. No he bebido únicamente de él, sino que me he dedicado a rasgar su piel imprimiendo el mayor dolor posible. Su rostro, poco agraciado, se hunde en la espesa nieve que ya va cubriendo todo. Los villancicos navideños suenan por doquier en cualquier dirección, pero mi amigo ya no los escucha. He regalado el don más preciado en estas fechas de amor y paz. Le he regalado la paz a su cerebro podrido y su alma hecha de pedazos de basura.

Detesto a la gente que no aprecia la vida, pero detesto aún más a todos aquellos que se la hacen imposible a otros. Él era uno de esos estúpidos. Un famoso columnista de redes sociales tan absurdas, baratas y vacías de inteligencia como la gente que suele darles soporte. Y no, no es porque odie la tecnología. Me apasiona. Internet es un lugar asombroso. Sin embargo, odio a este tipo de personas que humillan y dilapidan el trabajo de otros por el mero hecho de existir. Si bien este no era su mayor pecado.

He seguido los pasos de este miserable durante varias semanas. Un ser mezquino que solía beneficiarse del trabajo ajeno. Alguien que se apropiaba de ideas de otros. Tenía una hermana, igual que Sybelle, y su comportamiento era igual de reprochable que el de Fox. Sin embargo, cientos de mujeres lo adulaban sin cesar. Me provocaba náuseas, aunque su sangre me ha sentado bastante bien. Siendo sinceros... he disfrutado con su muerte.

Conduje al sujeto a un callejón. Supuestamente tenía suculenta información sobre ciertas personas que deseaba hundir de forma económica, pero también moralmente, para lograr subir un pequeño peldaño. Aguardé con las manos metida en los bolsillos de mi chaqueta, permanecí en silencio y cuando él apareció lo atrapé con palabras tan baratas como las suyas. Poco después estaba sobre una camilla de hierro, muy fría al tacto, completamente desnudo mientras disfrutaba apreciando cuanto duraría a pesar de la tortura. De vez en cuando daba unos pequeños tragos o lametones. Por último tomé su corazón, arrancándoselo del pecho, para beber directamente de ese músculo extraño, y ocasionalmente torturado, para acto seguido arrojarlo al cajón de desperdicios. Soy como el barrendero, pues limpio las calles de desechos y suciedad.

¿Por qué estoy aquí? Aquí arriba. Podía haberlo hecho desaparecer. Sin embargo, creo que le daré una muerte tan popular como su vida. Arrojaré su cuerpo a las aceras como imprevisto regalo navideño.


—Feliz Navidad, ingrato. Que el Señor te acoja.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt