Oh, Louis... Yo comprendo su dolor, entiendo como es... pero no acepto que esto tenga que ser así.
Lestat de Lioncourt
El tiempo nos cambia y nos pone a cada
uno en su lugar. Tal vez era el momento, quizás fueron las
circunstancias o un cúmulo de casualidades. Él estaba allí,
sentado en aquella barra con la mirada cabizabaja y perdida en un
vaso de whisky sólo con un par de hielos. Parecía recién salido de
la universidad. Uno de esos periodistas que se creen espíritus
libres, buscan un lugar en el mundo y una columna en los periódicos
de tirada nacional. Por así decirlo, era un chico a punto de
descubrir un mundo aún más terrible que una guerra, un atentado
terrorista o un asesinato. No tendría que escribir sobre
catástrofes, pero sí sobre las almas humanas que yo he enviado al
infierno. Si es que existe el infierno o simplemente vivimos en él.
Llegué hasta él con una invitación
atractiva. Pedí que confiara en mí, mis palabras y la buena fe de
un hombre que quería hacer que su nombre fuese relevante para todos.
No le pregunté siquiera como se llamaba, pero lo sabía. Había
visto su nombre en un periódico local con una entrevista a un
borracho que se creía santo. Una historia absurda, pero bien
redactada. Y yo quería eso: una entrevista bien redactada.
Subimos a un edificio que estaba vacío.
Se encontraba en una de las avenidas más concurridas de San
Francisco. Era un apartamento mugriento que se mantenía cerrado
porque el propietario había muerto. Un muerto nunca molesta cuando
interrumpen en su hogar, ¿no es así? No llama a la policía ni se
queja. No, un casero muerto es mejor que un casero vivo.
Era un apartamento sin más, con unas
buenas vistas, una mesa y un par de sillas. No precisábamos de nada
más. El joven se sentó en una de aquellas sillas de madera podrida,
la cual crujió bajo su escaso peso, y yo lo hice frente a él. La
noche se haría larga, pero él tendría sus cigarrillos y cinta
suficiente. Aquella grabadora hacía un ruido como un ligero susurro.
Dejé que mi alma vagara por la vieja
plantación de mi familia. Pude ver de nuevo los ojos azules de mi
hermano Paul, su joven rostro completamente perlado de sudor y furor
absurdo, y el hermoso cabello dorado revuelto sobre su frente.
Escuché el clavicémbalo de mi hermana, los cristales estallando y
las lágrimas de mi pobre madre. El vino en mi boca, el whisky barato
de barrica podrida, los besos ardientes de las mujeres, el olor a
tierra húmeda, el puerto donde las tabernas eran refugio de gentuza
y caballeros... todo de nuevo. Incluso él.
Me pareció atractivo la primera vez
que lo vi y todas las restantes noches, pero me negaba a mí mismo el
quererlo. Hicimos un pacto. La muerte no sería nada. Quería una
vida de purgatorio y él me quería a mí, pero soy tan estúpido que
pensé que era simplemente mi plantación, posición económica y el
verme sufrir. Parecía no prestarme atención, pero era falso.
También estaba ella. Una niña. Una
pequeña que abracé con fuerza y que se convirtió en la “Dama
Muerte”. Él tomó a la huérfana y la convirtió en nuestra hija.
Un vampiro con aspecto infantil, como una muñeca articulada, que
caminaba junto a nosotros ofreciéndonos su mejor sonrisa, ocultando
su dolor y rabia, mientras el mundo cambiaba.
Mi historia todos la conocen... todos
saben quien soy... soy Louis de Pointe du Lac. Soy el vampiro más
humano, pues los humanos son cínicos, mentirosos, están podridos y
a la vez desean ser santos, apreciar la vida y pedir la salvación.
Soy la “Muerte misericordiosa” que aún llora la desaparición de
los hermosos rizos dorados de Claudia y que necesita el consuelo de
saberse atado a un monstruo, un ser demasiado inteligente e
imprudente, llamado Lestat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario