Aquí vamos de nuevo... Armand echándome la culpa de todo.
Lestat de Lioncourt
Aparecí ante él como si fuera el
ángel de la redención. La luz de la iglesia iluminaba mis cabellos
rojizos dándoles el aspecto de una llamarada divina, mis ropas
raídas parecían las de un niño perdido y la fuerza de mis ojos
era, sin duda alguna, lo único que podía temer. Él sólo era un
vampiro joven, alocado, sin leyes ni rumbo. Había elegido una vida
indigna, según las normas que yo había aprendido, y decidí que él
diese el ejemplo frente a todos. Era un problema para mí y para la
supervivencia de algo en lo que ya no creía, y, que era muy
probable, que jamás hubiese creído tan fervientemente como Santino.
Admito que él me recordó la esperanza
que brilló en mí. Una esperanza dorada, como el sol de pan de oro
de algunas iglesias, y cálida como los días de verano en Venecia.
Pude sentir el vino de nuevo rodando por mis carnosos labios, la
grasa de los pollos ensuciando mis enjoyados dedos y los besos
incitantes de mi maestro. La música sonaba de nuevo a mi alrededor.
Podía escuchar a las mujeres riendo y agitando sus pechos en sus
despampanantes escotes. Sí, volvía al mundo del que surgí como un
ángel y que terminó reducido en cenizas. Mi maestro, mi Dios,
estaba allí vestido con su túnica roja y con esos mismos ojos, tan
similares a los de Lestat. Deseé ser amado de nuevo. Quise que me
abrazara en ese instante y así soportar mi derrota. Yo sabía que no
saldría indemne de aquel encuentro. Sabía que él podía
destruirme. Y aún así, pese a todo, estaba allí enfrentándome al
peor de mis monstruos.
Quise vengarme por recordarme esa
época. Deseé arrancarle esos hermosos ojos, quitarle el corazón de
su cálido pecho y robarle todo lo que él tenía. Necesitaba
destruirle. Sin embargo, me di cuenta que destruyéndole rompería
todo lazo con la esperanza. Él me dio la vida y la muerte. De nuevo
volví a ser aquel ángel, el hermoso querubín de alas negras, que
observaba desde su privilegiada posición al mundo.
Cuando él me dejó decidí esperarlo,
del mismo modo que esperé a Marius. Busqué en mí la firmeza que
siempre quise tener. Me mantuve atado al teatro, vinculado a sus
propiedades y a la promesa que él me había hecho. Nunca dijo que
regresaría, pero pensé que volvería cansado de buscar respuestas.
Y, cuando lo hizo, fue buscando a sus hermosas creaciones. No vino a
por mí, sino a por mi ayuda. Creí volverme loco. Le odié, pero a
la vez le deseé más que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario