Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 15 de febrero de 2015

Carnaval de pasión

Mientras yo iba a ver los espectáculos... ellos hacían otro. Así es como me pagan Louis y David. 

Lestat de Lioncourt


Aún recuerdo los ritmos calientes, el colorido y la sensación de libertad que llenó mi cuerpo. La última vez que había ido a Brasil era un hombre en pleno ocaso de su vida, pero con las facultades mentales en perfectas condiciones. Sin embargo, estaba haciéndome viejo y estaba a punto de llegar a un punto de mi vida, como suele suceder, que mi cuerpo me impediría gozar de los pequeños placeres como viajar, caminar entre los espíritus traviesos y sus dioses. La primera vez que visité Brasil tenía tan sólo veinte años. El ritmo, colorido y belleza de sus gentes me contaminaron hasta el día de hoy. En esos momentos, aquel viaje con mi nuevo cuerpo, sentí que nuevamente descubría sus selvas, calles y mercados.

La oscuridad reinaba, las luces bañaban toda la costa y el sonido en las calles era ensordecedor. Lestat se había contaminado por el buen ánimo que bañaba todo. Estaba empapado en la lujuria y el placer que todos sentían en esos momentos. Sus pies se movían por toda la habitación justo antes de desaparecer, dejándonos a solas a Louis y a mí.

Él parecía recto, filosófico y concentrado en sus pensamientos más terribles. Quise preguntar sobre sus emociones, pero lo vi innecesario e incluso soez. Tomé asiento a su lado observando sus elegantes ropas. Tenía el aspecto de un muchacho de veinticuatro años, con la boca proporcionada y un cuerpo perfecto que encajaba en unas prendas serias, pero cómodas. Llevaba una camisa blanca, con un par de botones abiertos, sin corbata y una chaqueta de lino de color café muy similar a sus pantalones de vestir. Había optado por descalzarse para estar cómodo en la habitación, pues parecía que el ritmo del Carnaval no lo emocionaba demasiado. Yo, en contraste suyo, llevaba camisa y traje de lino blanco junto a unas sandalias de gruesas tiras de cuero.

—Lamento que te aburras—suspiré.

—No lo hago—respondió, sin siquiera echarme un vistazo—. He encontrado varias librerías interesantes de camino al hotel.

—Brasil es para vivir cada segundo, ¿por qué tan sólo lees?—dije.

Él de inmediato bajó y cerró el libro. Sus delicadas manos quedaron sobre la tapa gruesa que tenía aquel ejemplar. Me miró con cierta suspicacia y sonrió. Comprendí de inmediato porque Lestat se había enamorado de él. Jugaba con la verdad y la mentira. Él era peligroso. Sin duda alguna, Lestat era inocente frente a sus ojos verdes, intensos y pecaminosos. Un cínico que te mentía, pero a la vez te llenaba de verdades terribles el alma. Aparté la mirada girando mi rostro, pero él seguía mirándome. Me acordé de la pantera, del peligro y deseé huir de la habitación. Sin embargo, él me agarró del brazo obligándome a quedar a su lado.

—Hazme vivir Brasil—dijo. Dejó el libro en una mesa auxiliar que estaba a su derecha, soltó mi brazo y, con cierta elegancia, se movió en el sofá para quedar sobre mis piernas.

Sus ojos volvieron a estar fijos en los míos, pero sus manos eran más indiscretas. Notaba como él desabrochaba mi chaqueta y camisa, para después apartarlas dejándolas a un lado. Sus carnosos labios rozaron los míos y los míos se dejaron contagiar. Sólo era un beso corto, pero acabó siendo intenso como el café brasileño.

En un arrebato lo arrojé al suelo y arranqué la ropa. Él me miró de una forma que jamás voy a olvidar. Esos ojos resplandecían fieros, pero sus movimientos eran delicados. Parecía querer incitar al cazador que aún era. Cuando logré desnudar, cada centímetro de piel, vi a un hombre atractivo, de escasa musculatura y ligera cintura. Sus piernas se abrieron y yo decidí entrar sin contemplaciones, o cualquier estúpido ritual innecesario. Él me necesitaba de inmediato y yo quería probar el pecado de su cuerpo. Su espalda se arqueó, elevando sus hombros mientras sus manos se aferraban a mis brazos. Me miró aún más fiero cuando hice el primer movimiento. Fue una llamada de atención, supongo. Él jadeó y movió suavemente sus caderas. Aquello era pecado. Se suponía que era el amante de Lestat, pero yo estaba probando su lujuria.

Me apoyé, con ambas manos, pegando las palmas al suelo. Lo hice dejando la cabeza de Louis en el centro de ambas. Él era más bajo, delgado y escurridizo. Sus cabellos negros y ondulados caían desparramados por las frías losas. Los escasas ondulas de mi flequillo se pegaban a la frente por el sudor. Ambos sudábamos. Los dos estábamos perlados de sudor sanguinolento, desnudos y desquiciados. Volvía a tener el vigor de un hombre joven, y la tentación era demasiada.

El sonido de nuestros cuerpos chocando, o más bien de mis testículos contra sus nalgas, era delirante. Sus jadeos y gemidos se volvían salmos llenos de palabras sin sentido. Yo apenas hablaba, pues tan sólo gruñía y bufaba como un animal salvaje. Sentía mi sexo apretado entre sus glúteos, los cuales apretaba con delirio. Sus mulos me contenían, mientras sus pies intentaban tener apoyo alguno. Sin embargo, él acabó recostado, con sus manos clavadas en mis costados y sus piernas en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Parecía estar sentado, pero en el suelo, con las piernas apretadas marcando cada músculo de sus muslos.

Su sexo, duro y de una proporción más pequeña que la mía, rozaba mi vientre. El escaso vello negro que coronaba su miembro era espeso, muy rizado y grueso. Carecía del camino de pelos diminutos hacia su ombligo, cosa que yo sí poseía. Su cuerpo era una mezcla entre una mujer y un hombre, por su delicadeza en ciertos aspectos. Eso mismo, su aspecto a camino entre ambos mundos, me enloquecía. Cada gemido y roce de su figura contra la mía, una figura esbelta y de músculos fuertes, me transformaba en un monstruo insatisfecho que quería más.

Entonces, en otro alarde de pasión, él me apartó arrojándome al suelo, para luego subirse sobre mí y penetrarse así mismo con mi miembro. El glande entró abriendo nuevamente aquella entrada que hice mía. Mi miembro pedía más sangre para continuar, pues me sentía sediento. El sudor era pegajoso. Sin embargo, verlo a él en esa posición calmaba cualquier necesidad o incomodidad.

Tomó mis manos y las llevó a su torso, el cual tenía un pecho con pequeños pezones cafés. Eran pequeños, pero gruesos. Mordió su labio inferior mientras me hacía pellizcarlos, casi retorciéndolos y arrancándolos. Después, la mano diestra, fue a mis nalgas y ayudó a uno de mis dedos a entrar junto a mi sexo. Quien jadeó entonces fui yo.

En algún momento llegamos. Creo que perdí el control de mi mente. Cuando recobré la compostura me di cuenta que él estaba recostado junto al lado izquierdo de mis caderas, con mi miembro en su boca y sus manos acariciando mis muslos. Su lengua era diestra y erótica, pues se movía suavemente sobre cada milímetro.


Me aparté alarmado. Lestat podía regresar. Corrí a vestirme y salí al balcón. Fuera, en alguna de las calles aledañas, él disfrutaba de la sangre de sus víctimas. Louis, en el salón de aquel hotel, se incorporaba torpemente, pero con elegancia, colocándose la ropa impune y sin remordimiento de conciencia. Estaba seguro que daba por hecho que Lestat estaba viviendo sus aventuras, sus pequeñas fechorías, y que él merecía hacer lo mismo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt