¿Cuántos siglos han pasado? Ya he
perdido la cuenta. Tal vez porque las últimas décadas han sido una
auténtica locura. Las aventuras han ocurrido una tras otra. Se han
convertido en mares de sueño y pasión. He caminado por junglas,
desiertos, callejones sin salida y edificios de lujo a punto de ser
demolidos. El ser humano es capaz de lo mejor y lo peor. Yo lo he
visto. Hemos visto juntos todo lo que ha ocurrido al mundo y a
nuestra raza. Si es que podemos llamarnos raza. ¿Estamos por encima
de los hombres? ¿Lo estamos? Quizás sí, tal vez no...
Sé que suena ridículo decirte que
jamás te he traicionado. Sin embargo, así ha sido. Nunca he dejado
de sentirte a mi lado a pesar de la distancia, las discusiones y los
imposibles trucos del destino. Te he embaucado, mentido y manipulado.
Sí, lo hice. En su momento fui el demonio en tu salón, sentado con
las mejores ropas, mientras contemplaba el fuego consumiendo la leña.
Te increpé, me burlé de mis sentimientos y cumplí mi terrible
promesa.
Soy un hombre de escasas virtudes,
lengua rápida y bragueta inquieta. Siempre he sido un hombre de
acción. Jamás he meditado mis acciones. He vivido el mundo, la vida
y el tiempo como he sabido. Libré muchas batallas, inclusive contra
mí mismo, para aceptar que aquello que primero fue un capricho,
después una corazonada y, por último, enamoramiento rápido se
convirtió en un amor desesperado que aún no puedo olvidar.
Me llaman príncipe, pero también
mocoso irresponsable y estúpido sin remedio. Mis aventuras las leen
cientos de jóvenes que quieren ser como yo. New Orleans, el lugar
donde vivimos nuestros años más felices, está lleno de imitadores
baratos que dicen ser yo o conocerme. Sin embargo, bien sabes que soy
único. Muchos me aman, pero yo sólo he sabido amarte por completo a
ti y al recuerdo que aún hay entre los dos. Ese recuerdo son las
sonrisas infantiles de nuestra damita. Esa criatura nos rompió el
corazón y nos condenó por siempre.
¿Cuántas veces he ido a rogarte una
pizca de amor? Tú, que bajas tu libro y me miras concienzudamente.
Ese hombre bohemio cargado de un aire de tristeza, la cual es tan
cínica como tus palabras de odio, no me rechaza sino que se
compadece. Has dicho muchas veces que crees que puedo lograr
cualquier imposible. ¿Y no es esto un imposible, Louis? ¿No es
imposible amarte como te amo aún hoy? ¡Dímelo! Dímelo, Louis.
Dime si esto no es peligroso para un alma frágil como es la mía, la
tuya y la de cualquiera.
Odio cuando te quedas en silencio
apartando tus ojos de mí. Lo odio porque sé que me desprecias, que
intentas apartarme y no sabes, y a la vez te amo. Te amo más que
nunca, pues tu rechazo me recuerda a tantas veces que te he tenido.
Cuando estoy a punto de perderte es cuanto más te necesito. Tal vez
no me merezco tu amor, pero tampoco me merezco tu silencio. Por
favor, mírame de nuevo con esos zafiros de color esmeralda y lánzame
mil maldiciones si quieres. ¡Pero habláme! Dime que odias, aunque
sea mentira, y luego bésame tras un fuerte bofetón. Hazlo, pues lo
estoy esperando.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario