Antoine es un dramático... Me gustaba ayudarlo y me divertía. Louis se había amargado en los últimos años. Nada más. Además, ¿qué hay de malo tener un amigo?
Lestat de Lioncourt
Él vino a mí. Me sedujo como suele
hacerlo con todas sus víctimas sin importar nada. Es un monstruo
perfecto. Posee una belleza mágica que sabe canalizar con sus
palabras seductoras, su sonrisa canalla y su pose elegante. Jamás he
visto a un hombre tan distinguido, pero tan patán a la vez. Me llamó
la atención su acento. No era un criollo, sino alguien que había
venido de la misma zona de Francia de la cual yo había escapado. Sus
labios carnosos se movían lentamente mientras pronunciaba frases en
inglés, pero también en francés. Parecía hechizado porque nadie
puede ser tan perfecto.
Vivía en un cuartucho con las pocas
pertenencias que mi familia había logrado rescatar. Parte de mi vida
había quedado reducida a nada. Mis padres ya no estaban ahí para
llenarme con su amor y respaldar mis estúpidas decisiones. Tan sólo
tenía diecinueve años y había perdido todo. Mi apellido, el pasado
glorioso de mi familia, no servía para nada salvo para sacarme
lágrimas. La Revolución había hecho rodar cabezas, salpicar de
sangre inocentes los vestidos de las burguesas y alentar al pueblo a
masacrar a los nobles a cambio de alzar a los nuevos ricos.
Estúpidos. No mataban al opresor, pues sólo se colocaban nuevas
cadenas y bozales.
El piano era mi único consuelo. La
música me daba cierta paz. La música y el alcohol me calmaban. El
vino se deslizaba por mi garganta y me hacía sentir pletórico. Mis
manos no temblaban al rozar las piezas de diminuto marfil. Tampoco lo
hacían al levantar el vaso. Sin embargo, el resto del tiempo
temblaba aterrado y sollozante.
Él calmó del todo ese dolor. Él
llenó el vacío. Él me besó arrebatándome el aliento y yo caí en
sus brazos aferrándome a su chaqueta. Fue tras una larga
conversación en una taberna, después de llevarlo a mi cuchitril y
demostrarle mi escaso talento frente al piano. Creo que jamás he
visto a nadie tan eufórico ante una pieza tan simple. Parecía
rememorar viejos tiempos, sobre todo porque murmuró un nombre un par
de veces. El nombre era Nicolas. Pero lo importante fue su beso. Un
beso terrible que me empujó a desnudar mi alma, permitiendo que me
tocara y me liberara de mis cadenas.
Las siguientes noches lo esperaba con
miedo y ansiedad. Se convirtió en mi mecenas, mi amigo y en ocasione
mi amante. Ocasiones furtivas y terribles. Su lengua hacía estragos,
sus manos me arañaban el alma y sus caderas marcaban el ritmo de la
música que no cesaba cuando me tenía frente al instrumento. Fui su
amante sin saber la verdad. Cuando la supe me sentí tentado, pero
también dolido.
Un vampiro. Era un vampiro. Un ser de
la noche. Un monstruo para todos, inclusive para mí. Alguien que ya
tenía el corazón vetado por la reveladora historia que él me
narró. Secuestró mi felicidad y me hizo sentir humillado, pero aún
así estaba encandilado por su arrogancia, sentido de la belleza y
pasión. Era leal a él. Acepté ser su “hijo” del mismo modo que
acepté que huyera tras Louis y Claudia, su familia. Él dijo que se
quedaría conmigo, pero ellos eran más importantes. Ellos siempre lo
han sido. No importaba los crímenes cometidos contra él, tampoco
que huyesen de su lado o lo odiasen. Él los amaba. Y, de alguna
forma, sé que lo sigue haciendo.
He regresado a su vida, pero lo he
hecho de forma silenciosa. Sé bien cual es mi lugar.
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