Si tanto quería verme, ¿por qué siempre me huye?
Lestat de Lioncourt
—Mentí—dije con mis ojos enfocados
aún en las líneas del libro que estaba sobre mis muslos. Tenía las
piernas juntas, rodilla contra rodilla, mientras acariciaba cada
párrafo como si fuese un misterioso regalo. Guardaba celosamente
cada recuerdo de esa noche, el murmullo de la cinta, el sonido de los
botones para seguir grabando mi voz y el humo del tabaco
dispersándose por la habitación. Él, un joven periodista, me decía
que prosiguiera y yo, un vampiro desesperado, narraba mi historia con
sutiles matices de drama y victoria que no correspondían a la
realidad—. Disfruté de las mentiras que conté sobre él. Sobre
Lestat—admití alzando el rostro, para encontrarme con aquel
muchacho algo desgarbado. Tenía un rostro hermoso. Sus ojos azules
eran profundos y ligeramente salvajes. Había dejado de tocar para
salir al jardín. Me buscaba. Quizás quería hablar de cosas que no
habíamos sabido admitir ni él ni yo. Me aterraba saber que Lestat
lo creó a él, quería que fuese nuestro compañero y a la vez veía
en aquella criatura el monstruo perfecto. Tenía cosas de su amante
Nicolas y poseía los modales refinados que yo tenía—. Fue mi
mejor venganza—dije—. Saboreé cada palabra, paladeé entre mis
dientes las sílabas de las mentiras que promulgué y juré que eran
testimonio cierto. Asumí de inmediato que si decía la verdad nadie
se vería interesado en mi historia, la cual no llegaría demasiado
lejos y él no respondería airado, frenético y dichoso de ser
recordado aunque fuese como un villano. Estúpidamente soñé con ese
momento.
—No te reprocho nada—susurró.
Parecía una pintura al óleo con
detalles perfectos y soberbios. Pude comprender el motivo por el cual
Lestat lo había convertido. Era hermoso. Y esa belleza, la cual me
arrancaba el corazón y lo apretaba con fuerza, me provocaba ciertas
inquietudes. Si Lestat podía crear compañeros como él, David o su
propia madre ¿por qué era yo tan importante? A veces sentía que
sólo jugaba con mis necesidades.
—¿Lo amas?—pregunté.
—Lo admiro. Amo su fuerza—dijo con
una sonrisa bondadosa.
Llovía. Estaba lloviznando antes que
él viniese. Las gotas de lluvia calaban ya su camisa, pegándose a
su cuerpo, mientras que mi chaqueta aún me guarecía ligeramente.
Sus ojos brillaron con una emoción impropia de un vampiro. Parecía
humano, igual que yo. Pero yo quizás parecía aún más entregado a
una humanidad que me parecía perversa, vacía y sin sabor. Mataba
por placer. Codiciaba la sangre. Había evolucionado hacia un lado
cruel y taciturno propio de un ser humano, propio de un codicioso
mortal.
—Amo a Armand y la música de
Sybelle, pero también amo tu compañía y la de Benji. Ahora no
estoy solo—dijo tomando asiento a mi lado—. Márchate.
—¿Qué?—me sobresalté y lo miré.
Él no me miraba. Miraba la casa. El jardín era nuestro y la casa
era de la música del piano de Sybelle y la voz dulce de Benji que
transmitía las últimas noticias.
—Deseas irte. No te retendré. Nadie
aquí desea retenerte, Louis. No sé como te has quedado a sabiendas
que él está reuniéndose en su castillo—rió bajo, como lo haría
un muchacho, y luego tomó el libro de entre mis manos y lo cerró—.
Es historia, no presente. Tu presente está en Francia.
Había tomado ya la decisión de
marcharme, pero no sabía que era tan evidente. Él me estaba dando
un empujón final. Quería que volara lejos de allí, me entregara a
sus brazos y me perdiera entre sus besos. Esa noche me marché.
Decidí irme. Quise buscarlo. Deseaba verlo a los ojos y reprocharle
cosas que jamás tuvimos. Era el momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario