Hoy la emisión en la radio será de Los Archivos Talamasca, en vez de las entrevistas de La Voz de la Tribu. La entrevista a Viktor se hará la próxima semana.
Lestat de Lioncourt
Sucedió hace algunos años. Fue algo
que nadie desea recordar, salvo los estudiosos vinculados a cada uno
de los hechos que acontecieron entre aquellos frágiles muros. La
vida no volvió a ser igual, el té ya no tenía el mismo sabor y las
noches se convirtieron en horas intranquilas.
El comienzo de la historia la podemos
situar en un barrio tranquilo, de personas de clase media y
ajardinado para que los más jóvenes, tanto niños como muchachos,
disfrutaran de su tiempo de ocio. Es el típico barrio agradable al
que todos desean mudarse para pasar sus días rodeados de una
comunidad de vecinos agradables. El barrio en concreto está en Gran
Bretaña, en las afueras de Londres, donde el césped crece con
fuerza y diversos colegios parecen tener fama por sus estrictas
normas.
Hacía más de quince años que la
vivienda se encontraba a la venta. Algunos vecinos habían logrado
trasladarse a otras zonas de la ciudad, unas aún más tranquilas
porque sus hijos habían crecidos y ellos deseaban viviendas más
pequeñas. Sin embargo, aquella casa estaba situada en el corazón
del vecindario y estaba comenzando a ser un punto negro para la
oficina de venta de viviendas. La inmobiliaria era incapaz de vender
aquella hermosa casa de ladrillos vistos, amplio jardín, garaje con
buen acceso a la carretera y elegante mobiliario. No era la zona,
sino la historia.
La vivienda había sido adquirida al
principio de la década de los ochenta, cuando el barrio comenzó a
tener vida. Era una familia joven que se había trasladado desde las
afueras. Deseaban tener mayor acceso a las escuelas y también, por
supuesto, a las oficinas que se encontraban muy cercanas al centro de
la ciudad. Tenían un bebé de tan sólo unos meses y esperaban
llegar a ser una familia numerosa, como siempre habían soñado.
Aquel barrio les daba todas las facilidades que habían soñado
alguna vez.
George y Louise eran personas creyentes
y decidieron comprar aquella casa, y no otras algo más alejadas,
porque la iglesia estaba tan sólo a cinco minutos andando. Para
ellos tener la iglesia, el colegio y varios parques agradables cerca
de su vivienda era algo importante. Al igual del sosiego de vivir
cerca de vecinos de apariencia tranquila y bondadosa. Fueron
recibidos con cordialidad y se adaptaron al barrio con asombrosa
facilidad. Sus respectivos trabajos estaban a menos de treinta
minutos en coche. Ambos trabajaban para la misma empresa y tenían
horarios similares. El pequeño solía quedarse con la asistenta, la
cual contrataron con la esperanza que fuese de ayuda también para
mantener el hogar aseado y habitable.
El pequeño, Lionel, era tranquilo y no
solía escucharse su llanto. Solía estar en su cuna apaciguado
jugando con algún peluche de trapo, así como jugando con su pelota
en el pequeño recinto de juegos. El pequeño tan sólo tenía diez
meses. La cuidadora solía dormir mientras el niño jugaba, sin
prestar atención a sus necesidades.
Una tarde, cuando ambos padres llegaron
del trabajo, se encontraron que el bebé se había caído de la cuna.
Ella había dejado mal colocada la barandilla y se había precipitado
al suelo. El pequeño estaba frío, su pequeña frente se encontraba
abierta y sus pequeñas manos se hallaban cerca de sus rizos dorados.
Había estado llorando hasta que terminó muerto. La cuidadora se
hallaba en una de las habitaciones dormida, recostada en la cama de
invitados, y ni siquiera había escuchado a los padres llegar.
La rabia, la impotencia y el dolor
provocaron que aquel hombre bondadoso, de sonrisa tranquila, y
comprensivo se convirtiera en un demonio. Su hijo, su primogénito,
en el cual había puesto tantos maravillosos planes había muerto por
la ineptitud de aquella mujer. De inmediato arrancó el teléfono y
con el cable la asfixió. La asistenta no pudo siquiera gritar. Tan
sólo intentó resistirse arañando las ropas del joven padre. Ella
terminó muerta sobre la cama, mientras Louise, la madre, lloraba
aferrada al cuerpo del pequeño.
Rápidamente intentaron ocultar el
cuerpo, pero el llanto desgarrador de la madre había provocado que
una vecina llamara a la policía. El padre terminó en la cárcel y
la madre en una institución mental, pues no logró reponerse del
acto cruel de su esposo y de la muerte del pequeño.
Los siguientes compradores adquirieron
la casa gracias a una cuantiosa rebaja, pero al saber la historia
sintieron cierto rechazo por la vivienda. Sin embargo, decidieron
seguir viviendo. Sin embargo, una noche huyeron de la casa. Dentro de
ella ocurrían fenómenos extraños, se escuchaba el llanto
desgarrador de un bebé y había objetos que se arrojaban a la pared.
La casa, por supuesto, pronto encontró comprador y terminó en manos
de una pareja joven. Eran tan jóvenes como los primeros compradores.
Una mañana, tras varias noches en vela
por los extraños sonidos que lograban destrozar su descanso, Peter,
el esposo, despertó sobresaltado al encontrar a su mujer muerta en
la cama. Había muerto a golpes. Llamó a la policía y descubrieron
que había sido él, pero él no lo recordaba. No sólo perdió a su
mujer, sino a su futuro hijo y la libertad.
Después de aquello estuvo cerrada por
casi quince años. Pero finalmente fue adquirida por un matrimonio
con tres hijos, uno de ellos a punto de irse a la universidad. Nadie
en el barrio era capaz de explicarle los extraños y terribles hechos
que habían sucedido. Sin embargo, una mañana todos se habían
marchado y en la habitación, donde murió el bebé, rezaba en letras
de sangre “Bienvenidos al infierno”.
Dos destacados miembros de la actual
orden de la Talamasca decidieron investigar cada uno de los sucesos.
Estuvieron al corriente de cada hecho que sucedía. Pero jamás
lograron dar con la familia. Ésta desapareció. Quizás viajaron
fuera del país, o tal vez otro hecho aún más terrible les
persiguió aquella noche. Es algo que no se ha podido esclarecer.
Estos dos miembros, cuyos nombres no se
ofrecen por seguridad de ambos, decidieron vivir allí durante
algunos días. Captaron violetas sacudidas en las puertas, objetos
que volaban por las habitaciones hasta encontrar una pared, muebles
que se movían y espectros. Había fantasmas. Lograron vincularlos a
los asesinatos a excepción de uno. Era un niño. Un pequeño de
escasa estatura de ojos verdes y cabellos negros, muy rizados, con la
piel blanca. Él no hablaba, no lloraba y tampoco actuaba. Sin
embargo, los demás espíritus tenían miedo de él y el bebé
lloraba arrastrándose por el piso.
Ellos habían estudiado la vivienda
incluso mucho antes de su construcción. Allí no había muerto
nadie. Era un campo. Nunca hubo hechos terribles antes del primer
asesinato y el homicidio negligente. Sintieron un terrible dolor de
cabeza, algo que comentó Peter Smith que pudo declarar sobre el
asesinato de su esposa, y ambos comprendieron que era aquel niño el
inicio de todo. Podría decirse que era el culpable de la muerte del
pequeño Lionel y su cuidadora, ya que pensamientos extraños
empezaron a discurrir por la mente de ambos. Finalmente se marcharon.
La casa sigue vacía esperando
comprador y lo vecinos intentan no transitar por la acera. Todos
sienten pánico. Los ruidos permanecen en la vivienda haya o no
personas viviendo allí. Inclusive hay luz en la habitación que fue
del pequeño, aunque no hay electricidad en la vivienda.
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