Avicus y Mael eran una dualidad, pero terminó rota. Aquí un texto de Avicus, una pequeña memoria.
Lestat de Lioncourt
—Ella o yo—dijo mirándome a los
ojos.
Jamás había estado en una encrucijada
tan terrible. Era la primera vez que nos dividíamos de ese modo.
Podía notar su decepción, furia y rabia. En él ardía la llama del
rencor y podía sentir que no se arreglaría con una respuesta a
medias. Guardé silencio otorgándome unos segundos de paz, los
cuales se rompieron de inmediato. Pude escuchar su respiración
agitada y su corazón bombeando con fuerza.
—No podrá sobrevivir sola—respondí.
—Entonces todo está decidido—susurró
guardando esa furia, provocando que todo desapareciera salvo esa
mirada llena de decepción y dolor.
Nunca creí que esas serían nuestras
últimas palabras. Horas más tarde no se hallaba en la biblioteca,
tampoco en las otras estancias de la vivienda que compartíamos.
Aquel lugar se convirtió en una tumba donde Zenobia parecía
permanecer quieta, esperando que yo dijese algo o hiciese algo
importante. Sólo lloré. Me sentí abandonado. No había sabido
mediar entre ambos y él tomó una decisión terrible. Aunque en
realidad la decisión fue mía. Yo quise que ella se quedara y fuese
el cuchillo que amputaba a ambos convirtiéndonos en dos mundos
distintos, distanciados por un mar insondable lleno de horrores y
recuerdos.
Me mantuve a la espera durante años.
Creía firmemente en su regreso. Mi corazón no quería admitir que
el suyo pudo sobrevivir lejos de mí, del único recuerdo de los
frondosos bosques que le dieron la bienvenida y se convirtieron en
nuestro refugio. Yo era su Dios y él era mi druida. Sin embargo,
comprendí que éste viejo guerrero egipcio, este Dios de los
bosques, no era más que un iluso esperando algo que era imposible.
Cuando un druida tomaba una decisión era firme. Él era salvaje,
libre y poseía una fuerza que no podría controlarse. Yo debí
saberlo. Si bien amaba a Zenobia, pero él también era parte de mi
corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario