David dejó un mensaje para Jesse, aunque no directamente para ella. Es como un mensaje oculto. Bueno, lean.
Lestat de Lioncourt
Si pudiera narrar la historia de mi
vida como si fuera un cuento de Dickens sería complicado. No
recuerdo demasiadas cosas de mi infancia, pero sí a los fantasmas
que solía contemplar como si fuesen parte de la vida misma. Jamás
tuve pánico ante las presencias, inclusive antes las más retorcidas
o terribles. Me sentía atraído por los lugares más oscuros y
horripilantes, las historias truculentas y los cementerios donde
yacían los huesos de mi pobre madre. Era el heredero de una familia
llena de títulos, dinero y propiedades. Sin embargo, preferí ser
algo distinto a lo que tenía predestinado.
Mis modales son cuidados,
milimétricamente cuidados, y ya forman parte de mí. Me muevo con
naturalidad olvidándome de los consejos habituales, aunque los sigo
a raja tabla. Esos mismos modales, ese pasado, me hicieron ser un
ejemplo ante los novicios de la Orden de La Talamasca. Sin embargo,
pocos recuerdan mis años rebeldes, aquellos en los cuales me
comportaba como un Indiana Jones buscando tesoros perdidos,
enfrentándome a animales salvajes y cazando para sobrevivir. Nadie
sospecharía que el viejo David Talbot fue un joven comprometido con
ese lado tan salvaje de lugares recónditos de Brasil, allí donde el
hombre blanco no era bienvenido.
Cuando me convertí en vampiro me costó
algunos años aceptar mi nuevo reflejo, pero poco a poco mi alma se
ha amoldado a la del joven que todos creen tener frente a ellos. Me
muevo como un hombre con una cultura y una edad superiores a las que
mi cuerpo de apenas treinta años, madurado a duras penas, me otorga.
Me he enfrentado a los inmortales más
diversos y he conversado con ellos intentando sacar sus memorias, sus
confesiones más prohibidas, deseando escuchar sus motivaciones y
deseos. Pude arrancar milagrosos pedazos de dolor de Armand, la
fuerza de Pandora con cada palabra trazada con aquellos bolígrafos
tan elegantes y el orgullo en versos de oro y sangre de Marius.
Admito que soy un incondicional en la vida de Lestat. Creo en él,
aunque cometa imprudencias. Todos los jóvenes cometen imprudencias y
él siempre lo será, jamás ha sido un anciano y no conoce el
respeto por la vida, ni siquiera por la suya, y ahora que es el
príncipe de todos no lo hará. Lo conozco bien. No va a cambiar.
Querrá investigar por sí mismo, zanjar los problemas de forma
salvaje e irreverente y deseará dejarse llevar por las diversas
emociones que confluyan en sus sentimientos, recuerdos y necesidades.
No soy un hombre honesto, pues guardo
muchos secretos. El mayor secreto de todos es el amor que tengo hacia
Jesse. Ella sabe que la amo, pero no sospecha hasta que punto. Sería
capaz de hacer cualquier cosa por quien fue una de mis discípulas,
aunque no fui yo quien la inició. No fue como con Merrick. Ella
venía de una familia con un legado aún más profundo, siniestro y
fuerte que mi adorada muchacha. Ambas fueron la cara y la cruz de mi
vida. Sólo queda Jesse. Sólo me queda ella para sentirme como el
viejo David, ese que solía pasear con Aaron mientras hablaban del
futuro de Yuri en la Orden, el mismo que vigilaba a Olivier Stirling,
como a otros muchos, cuando decidían hacer trabajos de campo. Ella
es la piedra angular de mi alma, mi corazón, mis sentimientos, mi
juicio y el motivo por el cual sigo aquí en medio de la selva
contemplando el lugar que una vez fue el templo de la sabiduría, el
amor y la paz.
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