Admiro el amor puro y sincero que tiene Michael Curry hacia Rowan Mayfair. Ella fue muy importante en mi vida. Aún lo es. Sin embargo, él la cuida mejor que yo.
Lestat de Lioncourt
Escasean en mi memoria los recuerdos
dulces que tengo de mi madre. Es como si las viejas fotografías se
hubiesen evaporado y las sonrisas, en ocasiones amargas, fuesen tan
sólo lágrimas. La bebida enterró las pocas esperanzas de mi madre
hasta ahogarla. Cuando mi padre murió ella terminó de tener valor
para caminar derecha. La perdí como quien pierde parte de su alma
tras caminar por un desierto similar al infierno.
Tía Vivian es mi madre. Ella fue quien
me tomó de la mano en los malos momentos y me estrechó contra su
pequeño cuerpo. Era mil veces más fuerte que mi madre y decidió
sentirse orgullosa por cada paso que di en mi vida. Mi padre fue un
hombre honorable, alguien que dio su vida por salvar a otros, como
todo buen bombero. Mi madre, alcohólica y desequilibrada, se
precipitó por caminos de escasa fe y terribles recuerdos. Cuando era
un adolescente decidí estudiar arquitectura pues estaba obsesionado
con rescatar las joyas más hermosas que posee una ciudad: sus viejas
mansiones. Quería ser un héroe, trabajar con mis propias manos, y a
la vez usar los diversos conocimientos que iba adquiriendo con el
paso de los años. Deseaba que ellos, estuviesen donde estuviesen sus
almas, pudiesen sentirse recompensados de una vida dura en aquel
humilde barrio irlandés. También, por supuesto, quería que ella,
tía Viv, no tuviese jamás que llorar por mis fracasos.
Recuerdo aquel viaje en el cual decidí
acabar con mi vida, como si fuese algo fácil de elegir. Pensé en
los viejos recuerdos que aún atrapaba con firmeza, igual que el
volante de mi vehículo, antes de armarme de valor para cometer una
locura. Sin embargo, el despertar no fue con Dios o el Diablo. Mi
despertar fue al lado de una mujer hermosa que me había traído de
entre los muertos, acariciando mi húmedo rostro y rozando sus labios
con los míos. Ella era Rowan. Se convirtió en mi ángel, en la
sirena de un mar revuelto, y durante semanas quise estar en contacto
con ella. Necesitaba conocer a la persona que me rescató. Quería
ver esos ojos grises que me habían devuelto a la vida con una nueva
misión y acto de fe.
Rowan es mi mujer. Decidí cuidarla y
respetarla. Mi mayor deseo es protegerla hasta el último día de mi
vida. Del mismo modo que quiero sentir su protección hasta que mi
corazón deje de funcionar, al igual que dejan de funcionar los
viejos relojes si no se les da cuerda. Mis manos ásperas,
acostumbradas al trabajo más rudo y terrible, la sostienen con
cuidado. Ella es fuerte y sabe mantenerse sola, pero aún así deseo
con toda mi alma ofrecerle mi apoyo y amor.
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