—Deberías darme las gracias—dijo
con el tono más frío y áspero que recordaba. Sus ojos grises
parecían contener una tormenta atroz. La ira recorría cada parte de
su frágil y torturado cuerpo. Sus manos blancas, como si fueran
nieva, se abalanzaron sobre mí y en vez de abofetearme, como tanto
temía, me tomaron del rostro y secaron mis lágrimas—. Llorar no
te servirá de nada, ¿me oyes? De nada. Mientras tú lloras otros
consiguen sus sueños—se arrodilló frente a mí, me besó la
frente y me abrazó.
Me sentía condenado. Creo que jamás
dejé de estarlo. Por más que he intentado encontrar el camino de lo
correcto, aquel que posiblemente me daría la felicidad que tanto
ansío, termino retrocediendo hasta las lágrimas. Recuerdo el
crucifijo de aquella miserable capilla, tan llena de humedales como
oscura. Apenas quedaban vidrieras, pues todas se habían ido
rompiendo con el paso de los años y mi padre no las había mandado
reparar. Casi no había dinero para pan, especias y vino así que
aquello era una minucia. Hacía frío, algunos copos de nieve
entraban en el lugar y se derretían en el suelo de piedra.
Ella parecía un ángel y yo era un
pequeño demonio. Era un ángel imparcial que me demostraría la
rectitud, reafirmando su actitud fría a la par que benevolente.
Sabía que me amaba, pues de eso no tenía duda alguna, pero su amor
era brusco y para nada acertado. Sólo tenía ocho años y quería
ser un hombre de bien, un santo, un ser que fuese amado con cariño y
educado con esfuerzo. Quise pertenecer a esa congregación porque por
primera vez alguien mostraba interés en mí, me decía que era bueno
y que hacía las cosas bien. Sólo quería amor y paz, pues eso era
la felicidad o a eso se asemejaba aquellos días. Además, no tenía
que llorar por pan y sopa. Allí tenía mis alimentos y cobijo.
Me tomó de los brazos, a la altura de
los hombros, y me agitó suavemente. Yo no reaccionaba. No decía
palabra alguna. Simplemente dejaba que mis cálidas lágrimas
calentaran mis mejillas. Finalmente me soltó y revolvió mis
cabellos rubios, tan rizados como los de un querubín, y besó
suavemente mi mejilla. Me besó como una madre besa a su hijo, con
ese amor y ese respeto inconfundible. Fue la primera vez que la vi
preocupada por mí, pues yo empezaba a comprender que vivíamos en
una cárcel donde moriríamos miserables.
Y ahora estoy de nuevo aquí. Estoy en
el mismo lugar. La capilla ha sido restaurada y las vidrieras, esas
que mi padre no quiso poner nuevamente, lucen radiantes a la luz
tenue de las velas. Hay un simple crucifijo en la pared y bajo éste
hay una decena de ramos de flores silvestres. Huele a incienso, cera
y flores. Huele a bondad y recuerdos. Ella no está aquí, sino con
las mujeres más fuertes de la tribu. Amel me confirmó que se reúnen
habitualmente para conversar de los progresos humanos, la miseria del
hombre y el arte. Discuten, ríen y se olvidan de sus vidas humanas
concediéndose el homenaje de ser vampiros, regalándose unas a otras
un sorbo de sangre y dejándose llevar por la paz de la música de
los eunucos de Notker.
Armand está frente a mí, con las
manos en forma de rezo y mirando la cruz con una pasión
inconmensurable. Creo que es uno de los pocos inmortales que aún
guardan su fe y la persiguen allá donde va. Él es el culpable que
la capilla luzca de este modo. Él y nadie más. Desearía
agradecerle su esfuerzo por traer incienso y flores, pero prefiero
dejar que siga pidiendo perdón por sus pecados. Yo le he concedido
el perdón hace tiempo por todos nuestros problemas, pero él no sabe
perdonarse así mismo. Dios no lo hará si él no se perdona, pues el
Dios que gobierna nuestro templo somos nosotros mismos.
Quisiera que ella estuviese aquí, pero
me conformo con Louis vigilándome desde la entrada y con Armand
rezando el rosario. David no está muy lejos, pues se encuentra en
una de mis bibliotecas discutiendo ciertos asuntos con Jesse, mi hijo
y Rose. El castillo cobra vida, se llena de aromas y recuerdos. No es
una cárcel, pues ahora es un árbol de profundas raíces y unas
ramas inmensas que abarcan nuestro legado, verdad y sentido.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario