Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 7 de julio de 2015

Adoración

—Deberías darme las gracias—dijo con el tono más frío y áspero que recordaba. Sus ojos grises parecían contener una tormenta atroz. La ira recorría cada parte de su frágil y torturado cuerpo. Sus manos blancas, como si fueran nieva, se abalanzaron sobre mí y en vez de abofetearme, como tanto temía, me tomaron del rostro y secaron mis lágrimas—. Llorar no te servirá de nada, ¿me oyes? De nada. Mientras tú lloras otros consiguen sus sueños—se arrodilló frente a mí, me besó la frente y me abrazó.

Me sentía condenado. Creo que jamás dejé de estarlo. Por más que he intentado encontrar el camino de lo correcto, aquel que posiblemente me daría la felicidad que tanto ansío, termino retrocediendo hasta las lágrimas. Recuerdo el crucifijo de aquella miserable capilla, tan llena de humedales como oscura. Apenas quedaban vidrieras, pues todas se habían ido rompiendo con el paso de los años y mi padre no las había mandado reparar. Casi no había dinero para pan, especias y vino así que aquello era una minucia. Hacía frío, algunos copos de nieve entraban en el lugar y se derretían en el suelo de piedra.

Ella parecía un ángel y yo era un pequeño demonio. Era un ángel imparcial que me demostraría la rectitud, reafirmando su actitud fría a la par que benevolente. Sabía que me amaba, pues de eso no tenía duda alguna, pero su amor era brusco y para nada acertado. Sólo tenía ocho años y quería ser un hombre de bien, un santo, un ser que fuese amado con cariño y educado con esfuerzo. Quise pertenecer a esa congregación porque por primera vez alguien mostraba interés en mí, me decía que era bueno y que hacía las cosas bien. Sólo quería amor y paz, pues eso era la felicidad o a eso se asemejaba aquellos días. Además, no tenía que llorar por pan y sopa. Allí tenía mis alimentos y cobijo.

Me tomó de los brazos, a la altura de los hombros, y me agitó suavemente. Yo no reaccionaba. No decía palabra alguna. Simplemente dejaba que mis cálidas lágrimas calentaran mis mejillas. Finalmente me soltó y revolvió mis cabellos rubios, tan rizados como los de un querubín, y besó suavemente mi mejilla. Me besó como una madre besa a su hijo, con ese amor y ese respeto inconfundible. Fue la primera vez que la vi preocupada por mí, pues yo empezaba a comprender que vivíamos en una cárcel donde moriríamos miserables.

Y ahora estoy de nuevo aquí. Estoy en el mismo lugar. La capilla ha sido restaurada y las vidrieras, esas que mi padre no quiso poner nuevamente, lucen radiantes a la luz tenue de las velas. Hay un simple crucifijo en la pared y bajo éste hay una decena de ramos de flores silvestres. Huele a incienso, cera y flores. Huele a bondad y recuerdos. Ella no está aquí, sino con las mujeres más fuertes de la tribu. Amel me confirmó que se reúnen habitualmente para conversar de los progresos humanos, la miseria del hombre y el arte. Discuten, ríen y se olvidan de sus vidas humanas concediéndose el homenaje de ser vampiros, regalándose unas a otras un sorbo de sangre y dejándose llevar por la paz de la música de los eunucos de Notker.

Armand está frente a mí, con las manos en forma de rezo y mirando la cruz con una pasión inconmensurable. Creo que es uno de los pocos inmortales que aún guardan su fe y la persiguen allá donde va. Él es el culpable que la capilla luzca de este modo. Él y nadie más. Desearía agradecerle su esfuerzo por traer incienso y flores, pero prefiero dejar que siga pidiendo perdón por sus pecados. Yo le he concedido el perdón hace tiempo por todos nuestros problemas, pero él no sabe perdonarse así mismo. Dios no lo hará si él no se perdona, pues el Dios que gobierna nuestro templo somos nosotros mismos.


Quisiera que ella estuviese aquí, pero me conformo con Louis vigilándome desde la entrada y con Armand rezando el rosario. David no está muy lejos, pues se encuentra en una de mis bibliotecas discutiendo ciertos asuntos con Jesse, mi hijo y Rose. El castillo cobra vida, se llena de aromas y recuerdos. No es una cárcel, pues ahora es un árbol de profundas raíces y unas ramas inmensas que abarcan nuestro legado, verdad y sentido.


Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt