Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 15 de julio de 2015

Estoy aquí para ti

Había estado casi toda la noche fuera. Una noche estresante y delirante como cualquier otra. Mis escoltas me perseguían pisándome los talones, la harley rugía por el encantador asfalto de las carreteras y autopistas de París. El mundo estaba bañado en una ola de calor y luces palpitantes en cualquier dirección. El verano era sofocante, pero aún más era el saberme vigilado.

Dejé atrás la velocidad para abrazar los aires, las estrellas, la noche, el vuelo y el don que más apreciaba porque me permitía viajar rápido sin ser visto. Me sentía como tantos héroes del comic, como los muchachos de Peter Pan, y todo era porque conseguía lo que muchos famosos sin necesidad de un helipuerto y un costoso helicóptero disponible las veinticuatro horas del día.

Deseaba verlo a él. Sólo quería reunirme en sus brazos y olvidar las discusiones. La noche anterior había estado en Nueva York. Todo parecía un sueño. Antoine lloraba en mis brazos, rogaba que le aconsejara y decidí que él debía seguir su vida sin mis intervenciones. Él tenía que decidir intentar amar a un demonio con rostro de ángel o quedarse aislado con su violín, suspirando por melodías más atrevidas y una vida aún más impía.

Entré al salón principal. Él estaba allí ataviado con una de esas elegantes camisas de chorreras oscuras, sus pantalones de vestir y sus lustrosos zapatos negros. Parecía un cuadro de otra época. Era elegante, hermoso y sofisticado hasta los límites más extraños.

—Louis...

No respondió. Parecía inmerso en sus propias pesadillas. Tal vez eran pesadillas aún más terribles que las que yo vivía habitualmente. Amel solía contarme de sus sueños, de los sueños terribles que a veces poseía y que deseaba olvidar. Me confesaba el horror y el dolor que había vivido y lo maravilloso que era sentirse vivo a mi lado, acompañándome en cada segundo y sintiendo lo que yo sentía.

—Mon coeur...

—Oh...—dijo cerrando el libro que se hallaba entre sus manos, pero de inmediato lo abrió y ocultó su rostro como si intentase evitar el dirigirme la mirada y la palabra—. Estoy ocupado.

—Necesito que me abraces—susurré acercándome a él como un niño desesperado.

—¿Por qué no se lo pides a tu puta pianista?—respondió con el ceño fruncido—. No me apetece abrazarte, Lestat. No quiero saber de ti. El libro está demasiado interesante como para soportarte—dijo agachando la cabeza y ocultando sus ojos verdes, los cuales parecían diamantes verdes.

—Él lo ha hecho, pero no preciso de sus atenciones—dije sentándome a su lado—. No sabía que supieras leer con el libro invertido. Es una técnica nueva, ¿no?—susurré apoyando mi mentón en su hombro derecho mientras sonreía burlón.

—Púdrete.

Cerró el libro de inmediato y me lo arrojó a la cara. Con suerte pude esquivarlo mientras me regodeaba en el sofá. Disfrutaba de su compañía y de esas pequeñas discusiones frutos de sus terribles celos. Quedé recostado mientras él se movía indignado por la habitación. Caminaba con las manos colocadas en sus caderas, para luego abrazarse como si le doliera el alma. Me miró con un reproche indescriptible y luego quiso decir algo, pero guardó silencio. La ira le consumía.

—Louis, él no me quiere como tú lo haces. Me admira y nada más. Me quiere como me ha querido siempre David, por ejemplo—comenté apoyándome en el brazo del sofá.

Era un sofá que yo mismo había encargado a un anticuario. Pertenecía a mi época, la época en la cual los muebles se hacían para durar. Había sido restaurado en varias ocasiones. Se había tapizado con una tela similar a la que siempre tuvo. Era un burdeos muy intenso, con unos bordados dorados unas encantadoras patas de madera tallada oscura que parecían surgir del mármol de la estancia. Disfrutaba en aquel lugar. Gozaba del confort y su compañía. Me regodeaba en sus trágicos celos.

—Te abraza, Lestat. Y no me digas que te abraza como un hermano, pues esa golfa es capaz de abrazarte con las piernas—dijo furioso mirándome a los ojos. Estaba a punto de prender fuego a alguna de mis prendas, el sofá o las cortinas de terciopelo que había adquirido hacía unas semanas.

—Sí, la verdad es que sus muslos son cálidos y apetitosos—dije en tono burlón—. ¡Por el amor de Dios, Louis! ¡Ama Armand!—grité incorporándome para tomarlo de los brazos—. Mírame—susurré al ver que apartaba la mirada, como si le avergonzara o le hiriera mirarme.

—¿Para qué?—preguntó con la voz quebrada por unas lágrimas que intentaban, a duras penas, no surgir como un riachuelo rojizo manchando sus mejillas. Esas mejillas que se ruborizaban al tenerme cerca—. Márchate. Vuelve con él—dijo olvidando por un momento que estábamos en Auvernia, que era mi castillo y él mi invitado.

—Louis... deja de martirizarte... mi corazón es tuyo—susurré rozando sus labios, para de inmediato besarlo mientras colocaba mis manos sobre sus redondas y duras nalgas, apretándolas con deseo y necesidad—. Olvídate...—dije.

Ese beso me conectó a los recuerdos. Amel suspiró algunos versos en francés de canciones que amaba y odiaba a la vez, pues a veces describían lo que sentía por Louis y la tragedia apasionada de nuestra relación. Él me abrazó aferrándose a las solapas de mi chaqueta y me miró terriblemente angustiado.

—¿Me amas a mí? ¿Sólo me amas a mí? Dímelo...—susurró tirando ligeramente de la prenda.

—No. Amo a otros, pues son mis amigos. Pero Louis, por ti soy capaz de hacer mil locuras y aceptar mil remiendos. Hemos discutido acaloradamente, me has abandonado en muchas ocasiones y aún así acepto que regreses. ¿Cuántas veces te he dicho te amo? Creo que ya me duelen los labios de repetirlo como si fuese un mantra. Repito miles de veces tu nombre, un te amo sincero y miles de perdones. Si alguna vez te he herido ha sido inconsciente de mis actos, pues creía que sólo te salvaría de la oscuridad y la soledad que poseía—dije mientras acariciaba su rostro con la punta de mis dedos. Apartaba los mechones de su ondulado y sedoso cabello negro, para dejarlos recogidos tras su oreja. Tenía los ojos verdes, de un color intenso, y parecían hablarme de miles de recuerdos terribles y hermosos. Besé su frente y lo estreché contra mis brazos.

Él lloró. Yo lloré. Lloramos ambos. Nos desahogamos después de tanto dolor concentrado y de emociones que no sabíamos concretar. Repetimos de nuevo que nos amábamos. Dijimos te amo en más de un ocasión. Nos besamos una vez más y decimos ocultarnos del sol, el cual estaba a punto de llegar. Una vez en mi habitación bajo el castillo, con todo perfectamente cerrado, nos recostamos para soportar una vez más la mañana.

Por supuesto, él se durmió primero. Yo tardé en dormirme varias horas más. El sol despuntaba, las aves trinaban fuera, pero sólo me interesaba el murmullo de su corazón y su respiración calmada. Amaba esos momentos. No me importaba no ir más allá a veces. Sólo quería tenerlo a mi lado aceptando que le quería sin impedimento alguno.


Como dice la canción de Bon Jovi “I'll be there for you”... Now I'm praying to God. You'll give me one more chance. Sólo pido una nueva oportunidad. Una más. No necesito más. Él sabrá ver lo que siento con sólo una oportunidad, pues sabe bien lo que siento. Él por siempre será el causante de mis victorias y desgracias.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt