Aquí la transcripción del programa de radio que dirige Benjamín y donde colaboran varios inmortales. Hoy el invitado es Louis.
Lestat de Lioncourt
Los programas de radio anteriores
habían sido meras reposiciones, atender llamadas de diversos
inmortales jóvenes para resolver su curiosidad sobre las nuevas
normas que pronto verían la luz, así como noticias diversas del
convulso mundo mortal. Talbot había retrasado la entrevista con
Louis, pero no fue por su entrevistado sino por una misión
importante que debía atender. Molloy, el viejo periodista que estuvo
tras el primer libro, también se marchó junto con el viejo director
de Talamasca. Ambos parecían decididos a colaborar en algo más que
las entrevistas y el guión de preguntas que habitualmente preparaban
a medias, pues se basaban también en el buzón de voz de la radio y
las que llegaban vía formulario web.
Benjamín estaba recostado sobre el
gigantesco sillón ejecutivo. Tenía su cabeza despejada, sin su
habitual sombrero. Su complemento estaba a un lado sobre la mesa, muy
cerca del micrófono. Así, con el cabello ondulado cayendo sobre su
frente, volvía a parecer el pequeño que rezaba por su “Dybbuk”.
Sólo llevaba unos pantalones cortos de color café y una camiseta
sin mangas blanca. Comenzaba la primavera y era cálida, casi
sofocante, e imposible de controlar. Fuera llovía otra vez, pero era
una lluvia que provocaba un bochorno insufrible. El tráfico era
lento y en las aceras pocos mortales iban y venían cargados con sus
pesados maletines de piel, sus bolsas de compra o simplemente
intentando ganarse la vida.
Al otro lado de la sala Sybelle se
encontraba vestida con un vaporoso vestido rojo. Antoine repetía
vestuario. Amaba ese traje blanco marfil y la corbata de seda,
también blanca, que le había obsequiado Armand. Ambos parecían una
pareja idílica de excelsos músicos. Si bien, eran algo más que
magníficos intérpretes. Las piezas que había escrito Antoine
estaban basadas en el sufrimiento de Louis, en su historia. Decidió
que debía ofrecerle consuelo en aquella terrible noche, pues las
heridas se abrirían de nuevo.
Junto a Benjamín ya estaba Louis
sentado mirando fijamente la cabina de la radio, donde se transmitía
todo y se redactaban los titulares que iban apareciendo
simultáneamente en la web. Él no había tenido curiosidad alguna de
indagar sobre esos misteriosos mundos. Para Louis era algo sin
importancia, salvo para conectar a todos entorno a la radio. Louis
seguía adquiriendo libros en papel, pese a que el propio Benjamín
le regaló un libro electrónico hacía unos años. Para él la
tecnología era importante, pero no para su vida diaria. Vestía una
camisa negra de chorreras y unos pantalones ajustados de vestir. Sin
duda era la imagen de la elegancia, pues el detalle del chaleco verde
provocaba que sus ojos, los cuales parecían piedras preciosas,
resaltaran.
Su viejo amigo Talbot, el cual le había
acompañado en el terrible descubrimiento del fantasma de Claudia y
sus siniestras intenciones, se hallaba al otro lado revisando las
anotaciones que había realizado conjuntamente con Molloy.
El programa dio comienzo con una música
suave, muy delicada, pero conmovedora. La pieza se llamaba “Oración
en las tinieblas”. Louis se quedó maravillado y observó a ambos
músicos con cierta curiosidad. No se lamentaba de estar allí,
aunque hubiese deseado que Lestat no se hubiese quedado al otro lado
de la puerta conversando con Viktor.
—Buenas noches queridos compañeros
de la tribu—dijo Benjamín echándose hacia delante—. Hoy tenemos
un invitado muy especial, pues es el culpable que todos estemos aquí
reunidos—explicaba mientras se acomodaba su sombrero—. Se trata
del inmortal que Lestat creó hace tanto tiempo y que rebeló la
existencia de los vampiros hace más de cuarenta años—habló al
micrófono con una maestría habitual en él, pero hacía énfasis en
cada palabra porque le emocionaba. Tenía ante él a un compañero
del cual había disfrutado de sus conversaciones y discusiones en más
de una ocasión.
—Así es—intervino David—.
Tenemos a nuestro amigo Louis de Pointe du Lac a nuestro lado,
dispuesto a contar todo lo que ha vivido durante estos siglos. Tan
sólo serán unas cuantas preguntas, las más importantes y
esenciales según muchos—su sonrisa amable tranquilizaba a Louis,
aunque no se mostraba nervioso—. Buenas noches, Louis. ¿Cómo te
encuentras?—era una pregunta de cortesía, pues sabía que Louis
agradecía ese tipo de gestos tan educados por su parte.
—Podría decir que me encuentro mejor
que nunca, con un optimismo extraño desde hace algunos meses—confesó
con una tímida sonrisa—. ¿Y vosotros?—preguntó mirando a
David, sobre todo a él—. Te ves muy elegante con esa americana
color chocolate y esa camisa blanca sin corbata. Si la viese Lestat
doy por sentado que la codiciaría—comentó antes de mirar a
Benjamín con cierta complicidad—. Espero que no hayáis discutido
ésta noche.
—No—respondió con seriedad—.
Armand y yo no hemos discutido ésta noche.
Sabía perfectamente a qué se refería.
Él y Armand solían tener conflictos durante horas por cosas nimias,
pero era algo habitual en la convivencia. No era algo que no hiciesen
los demás. Sin embargo, sintió que Louis lo había dicho porque les
apreciaba y no por mera curiosidad como podía haberlo hecho otro.
—Has vuelto a vivir con Lestat, ¿cómo
te sientes al respecto?—intervino David, para de ese modo romper la
presentación del invitado y comenzar con la rigurosa entrevista—.
Durante años habéis convivido durante largos periodos de tiempo,
pero siempre ha ocurrido algo que os ha dividido.
—Oh, sí...—respondió frunciendo
ligeramente el ceño—. Pero no siempre es mi culpa—dijo antes de
sonreír sosegado—. Recuerdo que la última vez fue con motivo de
Memnoch y lo acontecido con nuestra damita...—murmuró
ensombreciendo ligeramente su rostro, dejando un ligero rastro
melancólico en sus ojos y provocando que la atmósfera se volviera
más delicada. En ese momento la partitura cambió y comenzó otra
algo más amarga. Acompañaban a los sentimientos de Louis. Antoine
quería decirle que estaba a su lado, que lamentaba su pérdida y que
le perdonara. Pero Louis ya le había perdonado hacía demasiado
tiempo—. Vivir con él siempre es una aventura diaria, una
discusión interminable y una pasión que no puedo calificar.
Disfruto de su compañía, pero también disfruto de las discusiones.
No sé como calificar lo que tenemos. Sólo sé que no sé vivir sin
él por mucho tiempo y que siempre regreso. A él le ocurre lo mismo.
—¿Te has perdonado alguna vez no
haber estado a la altura de las aventuras de Lestat?—preguntó con
voz tenue Benjamín.
—Muchas veces. Incluso se lo he
comentado a él—respondió sin rodeos.
—¿Qué sentiste al saber que Antoine
estaba vivo?—dijo David.
—Paz—dijo con contundencia—.
Sería una vida menos arrancada por mi parte, además él no lo hizo
con el propósito de hacernos daño. Él sólo quería ayudar a
Lestat a que no huyéramos y nos quedásemos con ellos. Comprendo
perfectamente sus sentimientos... —hizo un inciso para mirarlo.
Ambos se miraron unos segundos y sonrieron amistosamente. La música
ascendió como una vorágine de sentimientos y descendió quedando
suave como una llovizna agradable, muy distinta a la tormenta que se
descargaba allí fuera.
—Él sabía más cosas de Lestat que
tú, ¿por qué crees que fue?—preguntó nuevamente su viejo amigo
David Talbot.
—Él era músico como Nicolas. Quiso
mostrarle quizás lo que hizo por su viejo amante mortal, el cual
tuvo el coraje o la osadía de arrancarlo de Auvernia, llevárselo a
París e intentar el sueño de ambos. Es una lástima que Nicolas
pereciera—dijo con un tono de voz suave y muy sereno—. Pero su
muerte significó un cambio drástico en Lestat. Él dice que me amó
porque vio esa desesperación en mis ojos y creo que quiso compadecer
a sus propios demonios, pero a su vez se enamoró de mí. Admito que
yo me enamoré de él y que mentí a Daniel Molloy—miró a la
cabina y sonrió amistosamente—. Lo siento muchísimo porque lo usé
para que Lestat reaccionara. Quería que leyera mis memorias y diese
la cara. Estaba harto de su silencio.
—Silencio...—murmuró Benjamín
como un eco—. ¿Y qué sentías al saber que Claudia se manifestaba
para todos los que amabas salvo para ti? Tú padecías de un silencio
abrumador—hizo la pregunta con tacto, pero aún así vio cierta
melancolía en los ojos de Louis. Era muy expresivo y no podía
controlarlo.
—Conocía a Merrick desde que era una
niña. Habíamos coincidido alguna vez—recordó lo que ya le había
contado a David Talbot, él asintió a sus palabras y le dejó
proseguir—. No se lo dije a David, pues no creía que fuese
necesario ni fuese ella en la que pensara cuando le dije que quería
hablar con el espíritu de Claudia—las manos de Louis se colocaron
sobre la mesa, rodearon la base de su micrófono y acabó acaraciando
el pié de éste—. Me sentía frustrado, como bien sabes, y quería
hablar con ella. Merrick me ayudó y yo le di lo que ella deseaba.
Lamento muchísimo su muerte pues esperaba que lo que yo le había
dado, el don que le había otorgado, le diese cierta
esperanza—aclaró—. Sé que fue un momento duro para David, pues
ya había perdido a Lightner hacía unos años.
—Fue un momento duro para todos.
También lo fue para Lestat—añadió el viejo director de la Orden
de Talamasca, quien cuidó de Merrick como de una hija y la amó como
a una mujer. Nunca se perdonaría el haber permitido que se marchara
con Lestat y el no estar allí acompañándolos. Jamás se lo
perdonaría.
—¿Me vais a preguntar por Armand o
haréis rodeo?—dijo dando un leve golpecito al micrófono.
Los dos se miraron a los ojos, Benjamín
no sabía que decir y David mucho menos. Realmente no sabían como
atajar la pregunta. Era complicado preguntarle a Louis ciertas cosas,
pues sabían que era abrir heridas que podían ser terribles e
innecesario hacerlo.
—Bien, como no me hacéis la pregunta
os respondo yo mismo. Armand para mí es un buen amigo. Sé que sus
palabras en su libro, donde me tacha de débil y cínico, son
precedidas por un pequeño rencor al haberlo dejado solo. Comprendo
bien lo que es la soledad y lo que nos obliga a decir y hacer. No le
guardo rencor por lo de Claudia, pues intentó hacer algo bueno por
ella. Sin embargo, me molestó el hecho que él no me lo dijera.
Debió decírmelo. Sin embargo, esto y otras cosas más, las cuales
no tengo que revelar aquí, las hemos hablado en más de un millar de
ocasiones y todo ha quedado zanjado—explicó antes de cerrar los
ojos, bajando suavemente sus párpados, para emitir un ligero
suspiro—. Él me dio cobijo cuando sentí que no podía ni debía
permanecer con Lestat... —susurró abriendo los ojos y mirando
primero a David y después a Benjamín, para luego recostarse
ligeramente en el asiento esperando la siguiente pregunta.
—¿Qué sientes por Lestat? ¿Eres
tan celoso como comentan?—preguntó Benjamín.
—Siento amor. Es un amor extraño que
me hiere y me da fuerzas. No sé vivir sin amarlo. Y sí, algunas
veces siento unos celos terribles. Acepto que me controlo a duras
penas, pero no puedo evitar que él le diga a todo el mundo que los
quiere, los aprecia y los desea a su lado. Si bien, sé que él ama
muchísimo a su madre del mismo modo que me ama a mí. También ama y
respeta a David a su modo, así como lo hace con Rose o Viktor. Se
siente orgulloso de sus hijos, de sus creaciones, y son sus flores en
éste jardín salvaje. Si bien... él y yo...
—Sois amantes—declaró Talbot
provocando que él se ruborizara—. Deja de usar eufemismos. Yo amo
a Jesse del mismo modo que tú amas a Lestat. Déjate de juegos,
Louis—sonrió al comprobar que éste se sintió arrinconado—. La
última pregunta es para Benjamín. Adelante, hazla.
—¿Te sientes feliz por lo ocurrido?
Es decir, dices que te sientes optimista. ¿Es por todo lo que se ha
vivido en estos meses?—era una pregunta adecuada para cerrar la
entrevista, que pese a lo breve había tocado ciertos puntos muy
importantes.
—Sí. Siento cierta felicidad al
saber que muchos de los vampiros que murieron ahora son espíritus.
Para mí un fantasma o un espíritu es una forma de vida. Son almas
que están entre nosotros y manifiestan sus sentimientos. Me alegra
también saber que no somos criaturas muertas. También me siento muy
agradecido porque Lestat me ame como me ama. Al fin le he arrancado
unas palabras importantes en un momento crucial, no tras éste. Es
decir, he podido apoyarlo de principio a fin en su última gran
aventura. No me he comportado como un cobarde y eso me hace sentir
dichoso—dijo todo aquello sin mirar a nadie en concreto. Hablaba
apaciguado, sin alterarse en lo más mínimo, y sintiendo una paz
indescriptible.
La última obra que tocaba Antoine se
llamaba “Amor”. Para Antoine había muchas cosas, buenas y malas,
hechas por amor. Louis había hecho cosas buenas y malas, algunas
terribles, por amor. Esa melodía se la dedicaba a Louis, pero
también a Claudia y a Lestat. Para él aquel triángulo de vampiros,
esa pequeña familia, era amor puro e incondicional que Claudia no
pudo soportar. No se puede odiar a lo que no se ama y Claudia odiaba
a sus padres, pero a la vez los necesitaba y codiciaba. Ella no era
capaz de desvincular la rabia por su condición de niña inmortal, de
muñeca, de ser que no crecería por el amor que tenía ante el
cariño de ambos padres vampíricos. Por eso la melodía era suave y
poco a poco se iba acabando, no sin antes volverse precipitada y
angustiosa, para al final guardar silencio. Benjamín decidió ahí
aplaudir y dar las buenas noches.
Las noticias vampíricas se darían más
adelante. Quería guardar ciertos acontecimientos cuando Gremt, el
espíritu que formó Talamasca junto a otros dos seres, un vampiro y
el fantasma de una bruja que se convirtió en vampiro y murió a
manos de una vorágine de crueles mortales, estuviese presente.
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