El mundo en el que vivimos no es
seguro. Siempre he planteado que vivimos en un hermoso jardín
salvaje lleno de bestias y esas bestias somos nosotros, los demonios
que paladeamos la sangre y nos dejamos llevar por el maravilloso
aroma de la oscuridad. A nuestro alrededor hay flores diversas,
algunas hay que arrancarlas y otras les concedemos el morir
marchitándose lentamente frente a nuestros ojos. Las criaturas que
aquí moran son diversas y poseen distintos talentos.
Hay quienes nacieron en un desierto de
esperanza que parece llenarse afortunadamente con aguas caudales, las
cuales rebosan las orillas y dejan al descubierto las raíces
profundas de su dolor y calvario. Surgen de entre las sombras estas
semillas, ya convertidas en flores de vistosos colores, y lo hacen
estirando sus brazos hacia el infinito cielo estrellado con luces de
neón y aroma a gasolina.
Las grandes ciudades son un buen
refugio para todos aquellos que hemos nacido en éste mundo. Nos
hemos convertido en depredadores de callejones oscuros, pero también
de recitales, fiestas de sociedad y restaurantes de lujo donde la
caza mayor se dispone a olvidar la maldad que yace en su corazón. Me
declaro un cazador sibarita. Reojo tiernas flores llenas de odio que
almacenan bestias tan terribles como yo. Es placentero dejarse llevar
por el olfato de los caros perfumes del odio. Muchos son miserables
asesinos, ladrones de guante blanco y mafiosos sin pudor. He matado
sin que ellos siquiera lo supusieran, pero también he saboreado en
más de una ocasión sangre de una víctima sin que ésta se percate.
Nací en una tierra llena de
imposibilidades y fue un logro vivir hasta mis veinte años. Cabalgué
entre los bosques, cacé conejos y pequeños animales, para
finalmente convertirme en el gran mito del pueblo al arrancarle la
vida a ocho bestias, ocho hermosos lobos, que tan sólo querían
sobrevivir alimentándose del ganado. Ahora soy como esos lobos, pero
a la vez sigo siendo ese joven. Mi espíritu es de una bestia que se
alimenta del ganado humano, el cual transita frente a él pensando
que es tan sólo un encantador muchacho, un chico atractivo con
insuflas de estrella del rock o del celuloide.
Muchos hablan de mí, se disfrazan con
atuendos similares y recitan mis frases como si fueran versículos de
la Biblia. Y, sin embargo, pocos me reconocerían si me tuviesen
delante. Tan sólo mi sonrisa llena de colmillos les diría: Es
Lestat y ha venido a por mi alma.
Somos demonios, bestias, flores
malditas... somos parte de un jardín inmenso y yo soy su príncipe.
Si no me conoces lo harás poco a poco, te concedo la ventaja de leer
mis libros y encararme nuevamente para darte la bienvenida a mi
paraíso de sangre y oscuridad.
Lestat de Lioncourt
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