Yo creo que Flavius es un gran hombre y hace honor a la palabra amigo.
Lestat de Lioncourt
—Mi señora...
Había observado tristeza en otros
ojos, estupor y dolor. No obstante, jamás se acostumbra uno a
contemplar semejante horror en unos tan intensos y enormes. Pandora
tenía la mirada más profunda que jamás he visto, podía consumirte
como una llama y destruirte igual que una terremoto. Me sentía
avasallado cuando se enfurecía, aunque jamás lo hizo contra mí o
mis compañeras esclavas. Nos trataba como familia, nos amaba como a
hijos y hermanos, y nos acompañaba en nuestras preocupaciones
mundanas. Si bien, ella era quien más sufría. Esos terribles sueños
resecaban su boca, agitaban su alma, hundían sus ojos en lágrimas y
sus manos temblaban buscando mis brazos deseando que la arropara.
Malditas sean las noches, pues tenía tantas pesadillas como
estrellas había cubriendo el firmamento.
—Pandora... Mi señora...
Mi voz se hundía en sus pesadillas,
rescatando a duras penas su dolor, mientras acariciaba sus mejillas
húmedas e intentaba que surgiera de ese trance tan terrible. Con
cuidado la tomé, como si fuese la princesa de Anatolia y yo el
criminal que osó ir en contra de los deseos de Afrodita. Parecía
estar en un sueño estigio, pero logré entre ruegos y caricias que
reaccionara.
—Flavius... la he visto otra vez.
Esas palabras se repetían como un eco.
Yo la sujetaba con firmeza y la levantaba ligeramente del colchón de
paja, me sentaba en él y la sostenía como se sostiene a un niño
recién nacido. Besaba su frente, acomodaba sus largos cabellos
oscuros y recitaba para ella. A veces sólo escuchaba esa pesadilla,
preguntaba sobre su procedencia y cualquier detalle de importancia.
Estaba segura que tenía algún cometido en esta vida para ese
monstruo, esa diosa, esa mujer tan poderosa como horriblemente
peligrosa. Y así fue. Akasha la buscaba y deseaba su compañía. Sin
embargo, yo no era capaz de averiguarlo. No en esos momentos.
Me convertí en su guardián, pero
jamás en su amante. Por mucho que ella besara mis labios y se
insinuase. La amaba, aunque nunca de forma carnal. Era un amor
sincero, fuerte, apetecible para un hombre que ha sufrido en el amor,
pues no podía uno dejar de amar a una mujer como ella. Era mi amiga,
mi hermana y finalmente fue mi madre, mi creadora, mi protectora...
Ella me dio el poder de vivir eternamente y sobrevivir hasta el
presente.
Pandora era algo más que mi señora.
Pandora siempre será algo más que una mujer.
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