Allesandra volvió a la vida y me cautivó. Al menos a mí me cautivó.
Lestat de Lioncourt
La lluvia caía fuera agitando la
ciudad, provocando que las pisadas rápidas de los ciudadanos sonaran
como aplausos en el foso de un escenario. El murmullo del tráfico
agitaba el montón de huesos que de las catacumbas. Los turistas
bajaban amontonados, en pequeños grupos, para observar de frente la
muerte y comprender la realidad de una época, pero también la
realidad que les tocará “vivir”. La humedad era intensa, casi no
dejaba respirar.
Había despertado tras varios siglos
olvidada. Apenas lograba recordar quien era. Me esforcé por saber mi
nombre. Pero dentro de mi cabeza, bajo mi cráneo, alguien me hablaba
con una voz masculina tan seductora como la del propio Lucifer.
Fue extraño. Sentí sed tras más de
dos siglos. Me incorporé y salí fuera, arrastrándome entre la pila
de huesos. Sólo recuerdo que el sabor de la sangre me hizo vibrar,
la noche parecía distinta y París ya no era el estercolero con buen
nombre de años atrás. Había vehículos extraños que sólo había
escuchado mientras descansaba, así como luces. La noche estaba más
iluminada que nunca. Corrí libre, casi desnuda, y luego las llamas.
¿Por qué las llamas?
Supongo que soy la culpable de la
muerte de decenas de jóvenes. Fui de nuevo la muerte. Una muerte
horrible. Creo que maté al compañero de Bianca, pero no estoy
segura. Sólo sé que algo en mí me hizo salir y olvidar mi
descanso. Me convertí en un cadáver bien conservado corriendo por
las calles, desatando el pánico, creando horror y finalmente una
tragedia. Me da miedo preguntar qué sucedió, pues carezco de
recuerdos exactos. Sin embargo, prefiero creer que al menos estoy
viva teniendo otra oportunidad de proteger, amar y consolar.
Han pasado un par de años y ya sé
quién soy, qué hacía y por qué estaba en ese suelo, rodeada de
cadáveres convertidos en puro hueso, aguardando que la eternidad no
fuese tan dolorosa, como las llamaradas que una vez consumieron mi
cuerpo. Soy Allesandra. Ofui princesa merovingia, hija del rey
Dagoberto I, iniciada en la Sangre en el siglo VII por Rhoshmandes, y
arrojada a las llamas frente a Lestat cuando vino a destruir la Secta
de la Serpiente.
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