Yo la verdad es que en parte le doy la razón...
Lestat de Lioncourt
Ya no existen las grandes proezas. La
mayoría de supuestos artistas son capaces de hacer una mancha en un
lienzo y proclamar que es su venganza contra la sociedad injusta,
clasista y vacía de moral. Si bien, venden estos cuadros por el
precio de un Dalí. Se quejan que muchos no ven su sufrimiento, pero
¿qué sufrimiento van a tener si ni siquiera son capaces de despegar
sus rostros de la pantalla del ordenador? La sociedad de hoy en día
vive en la cuerda floja y no se sonroja en admitir que las penas de
otros son inocuas.
La estupidez supina de algunos llega
hasta creencias baratas e injustas. Hay quienes creen que los pobres
lo son porque no persiguen metas, que los niños de la guerra toman
un rifle porque así lo han decidido ellos, que el musulmán siempre
es violento, y que una virgen, si la saca en procesión, lloverá
así como que la homosexualidad es moda. Contemplo este mundo que fue
cuna de grandes conquistadores, de reyes injustos pero eficaces, y de
batallas donde la sangre de hermanos fueron derramadas por un pedazo
de pan y siento lástima. Cometen los mismos errores, aislan,
embrutecen su discurso de miedo injustificado y aplauden el diálogo
que parece más apropiado a sus necesidades. Ya ni piensan por sí
mismos.
Hace tiempo que la sociedad dejó de
tener respeto hacia otros, pues no se respeta siquiera hacia sí
misma. Estoy en un mar de escándalos y mentiras. Todo es demasiado
mediocre. Y el arte, mi adorado arte, se ve ahí hundiéndose en brea
absorbiendo la oscuridad de almas que sólo crean por dinero, fama y
prestigio.
Muchos han olvidado que los verdaderos
artistas murieron de hambre, locura o injustos castigos. Hay miles
que tuvieron que ser enterrados fuera de cementerios porque hablaban
de poderes demoníacos o que no poseían alma, así como muchos
actores de otras épocas cercanas a la época medieval. Han
desterrado de su léxico la revolución para hacer vibrar almas, pues
lo único que desean es que vibre el teléfono móvil por los “like”
y “compartidos” en redes sociales. Así viven, así los crean, y
así son. Mediocres.
Hace tiempo leí que un imbécil dejó
un vaso de agua sobre una estantería y dijo que era arte. ¿Eso es
arte? Miguel Ángel se retorcía en su tumba al escuchar semejante
insensatez. Hay quienes toman un televisor y lo destrozan a
martillazos, echan un cubo de pintura por encima y la llaman “Ira
hacia la sociedad” y también es arte. ¿Cuál arte? Recuerdo
vivamente como algunos pasaban años frente a un lienzo, cosa que
hacen todavía artistas relevantes y apegados a la belleza de un
realismo extremo, para así plasmar cada pedazo de sus almas o las
almas de quienes han posado para ellos aunque fuese en sueños. Sigo
manteniendo la esperanza en el disparo de una fotografía en mitad de
una guerra, entre la naturaleza muerta o los altos edificios donde la
mayoría dejan que su tiempo muera malgastado.
Algunos dirán que quién soy yo para
juzgarlos. Es cierto, ¿quién soy yo? Sólo soy un demonio que
pintaba ángeles, un ser que todavía coloca a su musa en los cuerpos
de las Venus que va pintando en murales extraordinarios o el vándalo
que en Brasil pintaba hermosas flores silvestres en casas
abandonadas. Sigo siendo yo, Marius Romanus, adicto al arte y ajeno a
las modas pueriles. Yo, el amante del pincel.
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