Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 8 de marzo de 2017

Ayer y hoy

Daniel era un hombre abandonado de sí mismo y Armand alguien que fue abandonado demasiadas veces.

Lestat de Lioncourt

Saqué el brazo de debajo de las numerosas mantas que el duro invierno me hacía utilizar. Manoteé por encima de la mesa de noche para tomar las gafas y colocarlas mientras maldecía, después apagué el despertador que vibraba con ímpetu y me senté en el borde izquierdo de la cama. Sólo penetraba la luz de la marquesina de neón del hotel adyacente al cuchitril que llamaba hogar. Busqué mis viejas zapatillas y eché a caminar por la habitación en dirección a la cocina.

La luz del pasillo se encontraba encendida y al entrar el salón lo vi. Estaba en mi cocina sentado frente al frutero mientras jugaba a rodar una naranja por la mesa. Intenté ignorarlo. Detestaba que me hiciese esas visitas. Tenerlo allí era tener un grano en el culo.

Decidí hacer café, busqué por entre los muebles la botella que aún quedaba de whisky y la de bourbon. Encendí un cigarrillo, de la cajetilla que estaba en la encimera cerca de la tostadora, y comencé a fumar profusamente mientras me decía que mi vida se había ido al infierno. Aquello tenía que ser el purgatorio y sentía que me lo merecía.

Él no dijo nada. Sólo hacía rodar la puñetera fruta y de vez en cuando, con cierto cuidado y en silencio, me miraba con el rabillo del ojo intentando averiguar si iba a decirle algún improperio o no. Por supuesto que quería insultarlo, amedrentarlo y ponerlo de patitas en la calle. Sin embargo, guardaba las energías hasta que hiciese alguna pregunta estúpida mientras fumaba. Y cuando el cigarrillo se acabó me encendí otro.

Agarré el cuenco de cereales, lo llené con galletas rotas, boubon y dulce leche que había calentado en el microondas entretanto. Luego acabé dejándolo todo en la mesa y me serví café humeante con lo que quedaba de whisky. ¡Y ya estaba preparado para intoxicarme con un enérgico desayuno! Sin olvidar, claro está, el periódico que él había adquirido para mí y que yacía enrollado sobre la mesa.

—¿No me vas a decir nada?—preguntó con timidez.

—¿Y qué carajo quieres que diga?—dije apagando el cigarro en un cenicero atestado de colillas.

—No sé. ¿Buenos días?—comentó con una sonrisa estúpida.

—Son las ocho de la noche, ¿qué coño buenos días?—dije arqueando una de mis cejas, para luego fruncir el ceño y abrir el periódico tapando mi cara. No quería verlo.

—Bueno, te acabas de levantar...—murmuró incorporándose para arrastrar sus zapatillas deportivas, con pequeñas luces en los laterales, hasta mí.

—Y tú acabas de llegar para incordiarme—contesté bajando el periódico para luego dar un trago enorme al café y comenzar a comer mis galletas empapadas en ese mejunje similar al Manhattan Milk.

Se rascó su alborotada cabeza pelirroja, colocó sus codos sobre la mesa y apoyó su mentón bajo sus puños cerrados. Me miraba como un gato curioso con sus enormes ojos castaños. Creo que me volvía loco. No podía soportar que me viese de ese modo.

—¿Cómo se supone que vas a hacer una columna sobre lo que ocurre en la ciudad si no has salido de casa?

—Imaginación—dije.

—Oh...—masculló y añadió—, pero la gente quiere la verdad.

—Mi columna es sobre...—empecé a decir, pero luego me callé—. ¡No lo entenderías!— Exclamé.

—Tengo cinco siglos, ¿no crees que tengo capacidad para ello?—decía eso moviendo su nariz como un conejo. Supongo que estaba algo confuso. Además se irguió e intentó tocarme, aunque afortunadamente se lo impedí.

—Armand, aún me pides ayuda con el mando a distancia del televisor—chisté dejando el periódico a un lado—. ¿Qué demonios quieres hoy?

—No lo sé—susurró encogiéndose de hombros—. Tal vez un abrazo—dijo agachando la mirada.

En ese momento dejé todo mi mal humor, retiré unos centímetros mi silla de la mesa y lo coloqué sobre mis piernas. Tenía el aspecto de un adolescente y en ocasiones se comportaba como un niño, pero no dejaba de ser un adulto en busca del amor, respeto y admiración que todos requeríamos. Era un ser milenario al que nunca habían amado realmente, provocando que nunca comprendiese lo que era el amor.


Escuché entonces un gimoteo y me percaté que lloraba. Su corazón seguía lacerado. Creo que aún tiene el corazón hecho trizas. Su comportamiento distante conmigo en estos momentos se debe a que se percató que tengo nula capacidad para amar, al menos para hacerlo como él pretende. A veces echo de menos estos gestos cómplices que creía tan innecesarios en mi vida.   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt