—¿En qué piensas?—preguntó.
Había estado en silencio por tres
largos días. Notaba ahí su presencia tocando mi cuello, como un
dedo frío, pero nada más. No se había pronunciado después de
acabar el último renglón de nuestra nueva vivencia. Quería gritar
para que me respondiera, pero preferí que fuese él quien dijese
algo. Él debía romper el hielo.
—En nada en concreto—respondí a
sabiendas que él conocía todos mis pensamientos, fuesen buenos o
malos.
Realmente intentaba no pensar en
Nicolas. Quería olvidarme de él. Últimamente venía a mi mente con
frecuencia su rostro, sus manos pellizcando las cuerdas del violín y
su figura alzándose más allá de los cielos de París.
—Oh, vaya. Es la primera vez en mucho
tiempo—comentó con una risa baja.
—Quizás estoy aguardando
algo—susurré con una sonrisa llena de misterio. No podía ocultar
nada, ningún desafío.
—¿El impulso de mi locura?—preguntó.
—Eres tú el motor, no yo—lo decía
por la última que habíamos vivido buscando la Atlántida.
—Oh, eso crees—dijo riéndose a
carcajadas.
—Las aventuras proseguirán—afirmé.
—Siempre—sentenció.
Seguirán porque soy un ser inquieto,
al igual que él. Deseo descubrir cada misterio por extraño e
imposible que parezca. Me quiero convertir en rey de los sueños,
portador de luz en la oscuridad y misionero de algo más que locura.
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