Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 10 de marzo de 2017

Paraíso

Ashlar y Morrigan eran una gran pareja, al menos así me pareció. No los conocí con vida, si bien sé que eran el uno para el otro.

Lestat de Lioncourt



Lluvia de odio ácido arrebatando tu felicidad,
la cual fue nuestra por unos instantes
mientras me llamabas “querido amante”.
Te convirtió en un ser envenenado de frivolidad.

Y tú dices ser mi salvador.

Lluvia de sentimientos cayó sobre tu rostro,
lluvia de dolor y angustia que penetró como daga
más allá de los infiernos y sus monstruos.
Te convirtió en un alma frustrada y encerrada.

Y tú dices ser mi gran amor.

Una ventana al paraíso de sueños rotos,
primaveras olvidadas y alas cenicientas...
Las mismas que cargas en tu espalda; no mientas.
Esas que te anulan desde tiempos remotos.

Y tú dices ser de mis mejillas su color.

«Quedó sumergida en ese poema como si fuese un mar bravío. Sus enormes esmeraldas parecían opacas, más frías y oscuras que nunca. En ese momento no parecía una mujer, sino una de las muchas muñecas que yo coleccioné en el pasado. De esas hermosas y primorosas niñas eternas que yo fabricaba para mantener la ilusión en los corazones de los niños.

Deseé sostener su mano, pero lo vi inútil. Algo en ella se quebró. Tal vez todos esos sueños que creía poder alcanzar la sepultaron demasiado rápido. Tan rápido como un suspiro en mitad de una noche turbia.

Las olas rompían contra las rocas y la espuma llegaba a la orilla dorada donde estaba sentada, desnuda y con los dedos enterrados en la arena. Recitaba una y otra vez esos versos y de vez en cuando decía con firmeza que ella era mi reina, que yo sería su rey y este sería nuestro reino sucediese lo que sucediese.

Creo que vio el final de los días más allá de aquel rojo atardecer. Lo vio. Pudo ver en sueños lo que ocurriría. El paraíso se convertiría en infierno, nuestros hijos no serían la salvación de un pueblo sino sus verdugos, y nosotros seríamos testigos de dolor y miseria. Ella lo pudo ver, igual que su tatarabuela pudo ver el final de un camino emprendido tras un baile entre las mágicas rocas de un rincón perdido.


Por mi parte, sólo entoné una vieja canción sin letra. Era sólo un murmullo en el viento. Se recostó en mi torso desnudo, como si fuese Adán y ella Eva, y le dije que nada turbio nos alcanzaría. Mentí. Ella sabía que mentía. Aún así en ese momento se echó a reír y acarició su vientre lleno de vida. Debíamos creer esa mentira antes de hundirnos en la miseria. Debíamos tener fe.»

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt