Ya empezamos...
Lestat de Lioncourt
—¿Cuánto cuesta este ejemplar?—dije
llevando hasta el viejo mostrador colmado de folletos, tarjetas de
felicitación y marcadores de página de diversos materiales. El
libro era “Príncipe Lestat” y había aguardado algunos meses
para adquirirlo. No deseaba verme demasiado ansioso por tenerlo.
Tras el mostrador había una elegante
mujer de unos cincuenta años, con las manos algo arrugadas y
manchadas por la edad. Sus ojos eran color miel, muy llamativos,
debido al reflejo de luz de las diversas lámparas fluorescentes del
pequeño local. Llevaba un suéter simple verde botella de cuello
alto y punto pequeño. Estaba allí de pie observando a sus clientes
ir y venir.
Sonrió cuando me vio entrar y casi
aplaudió que decidiera adquirir un libro. Estaba en el montón de
viejas novedades, esas que son desplazadas tras más de un año en la
tienda. No obstante, se encontraban mucho más visibles que
porquerías literarias de otros supuestos “grandes autores”.
—El económico de bolsillo 15,90
euros, encuadernación dura 22,50 euros—respondió.
—Me llevo uno—dejé el de pasta
dura y moví inquieto mis dedos por el ejemplar.
—¿Desea que lo envuelva para
regalo?—preguntó tomando este para pasarlo por el lector de
códigos.
—No—dije—. Es para mí.
—Está bien—rió bajo y metió el
libro en una simple bolsa de papel con el logotipo de la tienda—.
Aquí tiene—añadió ofreciéndome esta.
—Gracias, pase un buen día—comenté
antes de encaminarme para la puerta de madera y cristal de la entrada
principal.
—Igualmente, no olvide en venir si
desea algún libro nuevo o de segunda mano—dijo antes de dar la
bienvenida a un nuevo cliente, el cual se llevaba otro de tantos
libros.
—¡Por supuesto!
Una vez en la calle encendí un
cigarrillo y di una honda calada. Llevaba conmigo las memorias de un
viejo desdichado, alguien que creyó que era más listo que el mismo
diablo. Reí bajo levantando las solapas de mi chaqueta de cuero con
tachuelas y eché a caminar a paso apurado.
Al girar la esquina desaparecí para
ojos mortales y sólo quedó el aroma a cigarro. Un cigarrillo que
cayó al suelo y quedó allí como único testigo. La colilla se
consumió por completo y fue desplazada por el viento.
Por mi parte caminé por un viejo
sitio. Uno lleno de ánimas y fuego. Pude haber leído antes el
libro, pero quería olvidarme de él y aparentar sosiego. Si bien,
era Lestat. Aunque admito que cuando al fin lo leí me carcajeé.
Ahora cree que sólo soy parte de un mundo espiritual distinto. ¡No!
Soy Lucifer. Únicamente está confundido al creer que también soy
Samael.
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