Heme aquí rompiendo el silencio de tanto tiempo con la única finalidad de ofrecer un abrazo fraternal a un amigo. Heme aquí con un texto... que sea lo que Memnoch quiera.
—¿Qué haces?
Parecía que todo a su alrededor había desaparecido, pero en
realidad estaba conectado por completo con lo que ocurría más allá de las
avenidas. Estaba analizando hasta a las más pequeñas de las criaturas, las
hormigas, que se movían cerca de los hermosos maceteros que colgaban del
perfumado balcón.
Louis y él podían acompañarse en largos silencios. Ellos se
comprendían dentro de su dramático espíritu. Yo no. Jamás me daba por vencido
aunque el dolor me estuviera lacerando el alma, pues me habían enseñado que
tenía que permanecer en pie porque sólo de esa forma se sale adelante.
Él se sentía solo, pero ¿cuándo no? Podía apreciarlo por la
forma en la cual se colocaba el mechón rojizo tras su oreja derecha y la pose
arqueada que tenía su espalda.
—Observo—respondió tras un suspiro.
—La vida no va a cambiar mediante la observación—dije tras
una pequeña risotada. No me burlaba de él, sino que ya podía adivinar cada uno
de sus pensamientos y sentimientos. Armand era difícil de leer en un principio,
sin embargo ahora era una obra ligera de bolsillo. Como esas obras de
detectives o del viejo oeste que tanto me apasionaban y que siempre tenía
dentro de mi ataúd.
Bueno, sigo usándolo. ¿A alguien le parece desfasado? Tal
vez, pero el romanticismo de ese momento es tan atractivo que me niego a dormir
en una cama. Un ataúd es más cómodo y seguro.
—La observación es la madre de todas las ciencias—dijo sin
prestarme atención.
Creo, aunque no estaba seguro, que estaba observando a un
muchacho joven, apuesto, de la edad aproximada a la que él aparentaba
físicamente y que se reía de todo y nada en la acera, sentado en unos escalones
del edificio que teníamos frente a frente. Hablaba por el teléfono móvil, con
una de esas aplicaciones, y parecía absolutamente abstraído. Seguro que lo
miraba a él. ¿Qué estaría pensando? ¿En si debía comportarse así para parecer
más humano o si podía llevarse su vida, sus secretos y sueños, de forma
violenta y desesperada?
—No empecemos…
Fruncí el ceño y agité mi alborotada cabellera rubia, para
después apoyarme en la barandilla del mismo modo que él estaba haciendo.
—No, no voy a hablarte de ciencia—me advirtió—. Quédate tranquilo,
pues sé que esos temas pueden fascinarte pero sólo en su resultado y jamás en
su desarrollo. Al igual que arte plástico, al igual que muchas otras
cuestiones.
—Oh… —dije y después solté una carcajada enorme.
—Te conozco—dijo al fin girando su rostro hacia el mío. Sus ojos
me hirieron. Esa mirada melancólica era idéntica a la de mi Louis, pero a la
vez tenía una carga más dramática que me hacía un daño terrible. Siempre buscaba
amor, y podría decir que desesperadamente, pero sólo encontraba sus sueños
truncados—. Te he observado y te he sentido demasiado cerca y, por supuesto,
demasiado lejos.
—Yo sigo siendo impulsivo, pero tú hace tiempo que…
—Que me convertí en un adulto encerrado en un cuerpo de
niño—dijo con una sonrisa amarga.
—Palabras de Marius—añadí.
—Sentencia cruel—aseguró.
—Y correcta.
Mis palabras fueron dagas. Sabía que le había hecho daño,
pero soy un bocazas. He sido un bocazas toda mi vida, ¿acaso tengo que cambiar
ahora que tengo tantos siglos? Que sea ahora más responsable, pues he sido
padre de dos muchachos que han logrado sobrevivir a grandes tragedias como las
griegas, no implica que empiece a ser prudente. ¿Lestat de Lioncourt prudente?
¿Acaso soy la obra de un escritor adicto al crack que ha olvidado la
personalidad de su protagonista? Absurdo.
—Debo irme—susurró girándose para atravesar el balcón y,
sólo tal vez, ir a por su nueva víctima.
—Espera…—dije agarrándolo del brazo, para hacerlo girar
sobre sí mismo y poder retenerlo por encima de sus codos.
—¿Qué?—me lanzó junto con una mirada confusa, triste y
amenazante.
—Tienes un poco de tristeza en esa mirada—respondí.
—Típico en mí—musitó encogiéndose de hombros.
—En ambos, sólo que yo no sé expresarlo… Pero sé como
remediarlo.
El remedio era un beso en su frente y un abrazo. Puede que
sea simple, pero esa pequeña dosis de afecto hizo que se derrumbara llorando y
manchando, por supuesto, mi flamante camisa nueva. ¿Importó que la arruinara?
No. Me importaba más que sintiera que en mí había alguien que lo quería a pesar
de las discusiones. Lejos quedó los enfrentamientos en los cuales ambos
decidimos tirarnos el uno al otro por ventanas o intentar acabar con nuestras
vidas. Lejos, muy lejos. Y, aunque suene repetitivo, debo comentar que siempre
le he querido. Armand es mi hermano y como tal me veo obligado a hacer que sepa
que en mí tiene un aliado, un hombro en el cual llorar y un pequeño respiro.
Debo admitir que tardó en zafarse y cuando lo hizo se marchó rápidamente, como si fuera la exhalación final de un moribundo.