Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 25 de diciembre de 2009

Dark City - capitulo 12 - El ojo del huracán (XXVIII)

Tú eres mi mejor fantasía y realidad Miho...


-Estás cerca de la zona más rural, la conozco porque allí di a parar con mi coche la primera vez que decidí dar una vuelta por la ciudad. Estuve horas bajo la lluvia hasta que di con un local abierto, ese lugar de mala muerte es como una terrible pesadilla de bravucones y de fiebre del dorado.

-Justo así la he definido yo, como el nombre de una de esos bares de piratas. Es curioso, su decoración tampoco dista demasiado de la concepción cinematográfica.-murmuré dando al final un trago de la lata y la dejé sobre la barra.

-No te muevas, iré para allá y estaré allí como en una hora.-escuché de fondo ruido de papeles, di por hecho que estaba componiendo algo y le había tomado en plena oleada de inspiración.

-De acuerdo.-dije antes de colgar y seguir bebiendo mi refresco.

El ambiente estaba tranquilo, aunque algo enrarecido, y aquel borracho seguía berrando incoherencias en el suelo. El humo de los cigarros habían amarilleado las servilletas de papel, los cuales casi ni usaban, y las cortinas. La barra del bar estaba hecha con maderas de tonel, pero la placa de arriba parecía la cubierta de un viejo barco bucanero. Pasaban los minutos y yo estaba allí esperando a Kamijo, mientras el resto seguía a lo suyo. El sonido de la tragaperras era incesante, como también las monedas que caían y hacían temblequear al jugador.

-Ya la tengo caliente.-murmuró pegándose a ella como si fuera una fulana que se abriera para él en una cama desecha de un motel.

-Eso dices siempre y siempre pierdes.-recriminó el borracho que intentaba levantarse del suelo.-Siempre pierdes porque eres un perdedor como todos los que estamos aquí.-se aferró al taburete y consiguió levantarse.

-¡Cállate! Yo aún tengo esposa e hijos.-murmuró con los ojos clavados en las cerezas y campanas, en las luces que recorrían aquella máquina y en los botones que le llamaban para que él los pulsara ya de forma ilógica.

-Un día te quedarás sin ellos, sin trabajo y sin nada.-parecía ser la voz de la experiencia.-Yo estaba como tú, pensaba que el alcohol sería sólo un divertimento y mírame.-se recostó en la barra y allí se quedó quieto, además de jadeante.

-Todo en exceso es malo en esta vida.-comentó el dueño mientras intentaba limpiar aquellos vasos, vasos que no parecían demasiado limpios.

-La buena vida jamás es mala en exceso.-murmuró el borracho aferrándose a su vaso de whisky barato.

-Depende lo que llames tú buena vida.-intervine jugueteando con la lata sobre la barra.-Unos piensan que la droga, el sexo y la música es buena vida. Otros creen que la vida espiritual, sin sexo y sin divertimentos, es la mejor de todas. Los hay quienes caminan por el sendero del desenfreno, aún peor que los primeros; y los que viven temerosos de cualquier cosa, incluso de las que desean.-sonreí de lado arrancando la anilla de la lata.-La mejor es ser sincero con uno mismo, con el resto, y tener en cuenta los riesgos para aceptarlos sin terminan intentando ahogarte. Hay que saber llevar una balanza equilibrada y eso no tiene nada que ver ni con el dinero, ni con tener muchos amantes o tener grandes pertenencias.-me giré hacia ellos y los observé.

-Ya, claro.-reprochó aquel hombre con un aliento tóxico, me recordó al de mi padre cuando llegaba de aquellas suntuosas cenas y golpeaba a mi madre hasta el cansancio. Los malos recuerdos me envenenaban la sangre y los pensamientos, por ello cerré los ojos e intenté dejarlos pasar.-Un reloj caro, ropa cara de marca, peinado a la última y bien alimentado. Sí, claro, seguro que no llevas una vida cojonuda con tu cojonuda mujer y tus cojonudos millones.

-Tuve un padre que golpeaba a mi madre, que pensaba que atizarme a mí también le haría un buen hombre. Yo era una pertenencia, como lo fue mi difunta madre y mi difunto hermano.-lo miraba clavando mis ojos en él.-Se me negó el derecho de amar libremente, me echó de casa por ser rebelde y amar el rock.-sonreí de lado de forma agria.-Hice durante años lo que quería mi suegro, porque me casé, y fui el yerno perfecto. Era el hijo que jamás había tenido y me olvidé de mis raíces, porque deseaba tener un padre.-apoyé mi codo en la barra y proseguí con seriedad.-Mi madre murió de cáncer, hace un año mi hermano sin poder disfrutar de su hijo y sin yo poder disfrutar de su juventud.-tomé aire y lo dejé ir.-He arruinado la vida de mi esposa, porque me di cuenta de que todo lo que hacía por ella, por nosotros, arruinó lo que sentía. A la vez he arruinado la infancia a mi hijo pequeño, he sido un padre ausente para mi hija mayor y el mediano se parece tanto a mí que verlo me duele... temo que terminen siguiendo mis pasos y arruinando su vida. Todo porque creen que deben hacer algo contrario a lo que desean.-di un trago, el último, a mi refresco y lo alcé en alto.-La vida es como esta lata, se mantiene a flote sólo si seguimos los pasos que deseamos y que a la vez sopesamos. Si llevamos una vida desenfrenada o vivimos la vida de otro.-la dejé caer entonces estrellándose sobre aquel suelo lleno de colillas.-cae, explota, se rompe y todo lo que tienes a tu alrededor también sufre los defectos que tú has hecho.

-Muy filosófico.-murmuró el barman.-Pero este mugroso borracho ni nadie de aquí entiende eso, no han tenido un duro en la vida y salen de las alcantarillas. Todos los que vienen aquí han vivido de sus manos, de la tierra, de la industria minera y la siderurgia. Muchos han terminado en las afueras buscando ser mano de obra barata para el campo, pero se la llevan los inmigrantes con menos nivel monetario que usted.-aquello sonó a reproche, a racismo.-Igual que la mafia, igual que todo, este país se está yendo a la mierda por culpa de los extranjeros.

-¿Sí?-interrogué con una sonrisa.-Hemos tomado los trabajos que menos han agradado, ustedes se han acomodado y ahora algunas empresas se resienten por la mala marcha del país.-apoyé mis codos sobre la barra y mi mentón sobre mis manos juntas.-Tengo multitud de empresas, al igual que mis viejos amigos.-dije con tranquilidad.-Sus empresas se han hundido, las mías no. Yo intento que haya variedad en mis empresas, que no tengan que depender de otras y las hago fuertes. Por ello jamás se hunde porque un banco te de una hipoteca con intereses absurdos, no por lo bajos sino por lo alto.-me levanté y me quedé de pie.-Vuestro país no es fuerte en tecnología, ni en industria, ni en energías limpias, ni en infraestructuras para trabajos de investigación y desarrollo.-dije serio con los ojos fijos en él.-Vivís del ladrillo, de subvenciones al campo y del turismo. ¡Que vengan las suecas! ¡Vivan las alemanas!-alcé los brazos.-Pero claro, lo mejor es echar la culpa a la mano de obra que han explotado durante años ¿no es así?

Nadie dijo nada, todos quedaron en silencio meditabundos. Mis ojos rasgados se fijaron en cada uno de ellos, los que no habían dicho nada tan sólo agacharon la cabeza y los que habían intervenido se quedaron en silencio como si nada hubiera pasado. Me senté de nuevo en el taburete y esperé a Kamijo nuevamente.

-Si le ofendí, lo lamento.-murmuró en tono bajo aquel hombre orondo mientras seguía intentando limpiar los vasos.

-Su comentario es tan retrógrado, racista y estúpido que no ofende, da risa.-respondí inclinándome para recoger la lata y dejarla en la barra.-Póngame otro refresco, por favor.

No obtuve respuesta, simplemente una expresión de asombro por las mías. Yo era demasiado terco y también orgulloso, era un hombre de mundo junto a pequeñas moscas que se creían el centro de la mierda. Habían nacido en una ciudad, crecido en esta y jamás explorado lo que había a su alrededor. Seguramente creían a pies puntillas todo lo que le habían dicho sus padres, abuelos y hermanos mayores. No era el culpable de ser diferente, ellos tenían la culpa de no intentar modificar su alrededor y tampoco de no sentir deseos de aprender de otros.

Cuando entró Kamijo al lugar hacía varios minutos que todo estaba en calma, un riguroso silencio de cementerio se había hecho con cada uno de aquellos hombres. Caminó sereno hacia mí y tocó mi hombro con una leve sonrisa. Sus ojos rasgados pero azules, su piel cara y sus cabellos dorados junto a sus rasgos asiáticos, en los pómulos y frente, era la demostración de que la mezcla hacía perfecto al hombre.

-¿Me llamabas?-preguntó con un tono dulce.-Hermano.

-A veces me pregunto si eres un hombre o un ángel.-comenté tocando su mano donde ya estaba su alianza.

-Simplemente soy tu consejero, aunque eres tú quien debería darme consejos a mí.-comentó tomando asiento a mi lado.-¿Deseas hablar aquí o fuera?-interrogó aquello con tanta quietud que parecía que nada podía alterarlo.

-¿Qué deseas hacer?-pregunté sacando mi cartera para dejar un par de billetes como pago, mucho más del precio por el trato recibido y por las bebidas.-Quédese la vuelta, quédesela y recuerde que se la dio un inmigrante que con sus empresas da de comer a cientos de ciudadanos de su gran patria.-me levanté y miré a Kamijo.-¿Dónde deseas conversar?

-¿Qué tal si hablamos una botella de vino mientras nos acompaña mi amado piano?-preguntó con una sonrisa leve.-Debo de contarte muchas cosas, y tú creo que debes contarme otras tantas. Hoy estoy en calma, de buen humor, y creo que sería perfecto para tomarnos las cosas con paciencia.

-La paciencia.-murmuré.-Cosa que yo no tengo ni por asomo.-él comenzó a reír a carcajadas cuando dije aquello.

-¡Al fin lo reconoces!-dijo alzando los brazos para girarse y marcharse hacia la puerta.-Ven, tengo algo que mostrarte y necesito el piano.

-¿Estamos lejos del centro?-pregunté caminando tras él.

-No demasiado si tomamos un atajo que conozco, además iremos en mi coche.-comentó girándose para pasar su brazo sobre mis hombros.-Atsushi tengo que confesarme porque he pecado, he estado pecando todos estos días y soy un hombre nuevo.-al decir aquello en susurros empezamos a reír antes de salir de aquel lugar de ambiente enrarecido.

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Lestat de Lioncourt