Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 19 de junio de 2007

Descubriendo los sentidos


Imagen de deviantart Departure_from_Heaven_by_lone_momo

Capítulo primero


El comienzo del big bang


































Realmente no sé por donde comenzar esta historia, soy un inexperto y quizás cometa errores garrafales, pero quizás recompense todo por mi liberación. Estoy enjaulado en una historia que me ahoga, más bien, me devora. Quizás paso a paso será lo correcto, para ello tendré que hablar de mi vida anterior y de lo que normalmente hacía en lo cotidiano que ahora es pasado.

Yo era un hombre ahogado en la vida diaria, un empresario más en una empresa cualquiera y con una familia aparentemente perfecta. Tenía cuarenta años, aunque muchos solían decir que aparentaba casi diez años menos, y ya estaba cansado de todo. No había nada que me llenara de curiosidad o me hiciera explorar otros campos, tan sólo un maldito ascenso y conseguir un mejor salario. Mis hijos eran lo poco que dejaría tras mi muerte, el legado de sangre, y estos más bien eran extraños para mí. Joaquín de dieciocho años era un adolescente rebelde aunque aplicado en sus estudios, tenía una banda de música gótica y sus pintas eran la de un muerto viviente; Marta era la mediana de tan sólo doce años, pizpireta y sensible que soñaba con ser bailarina profesional; Eric, el benjamín, de apenas cinco años que solamente disfrutaba de mi compañía unas escasas horas semanales. Mi mujer, Marga, tenía treinta y cinco años pero aparentaba mi edad, quizás fruto de un desgaste excesivo entre su trabajo y la casa. Todos vivíamos en un apartamento bastante amplio de vistas a la ciudad cubierta de hormigón y que en la lejanía, si forzabas la vista, podías ver alguna zona verde. Los pocos amigos que conservaba eran del trabajo o de la universidad, ellos definían mi vida como perfecta. Durante años había ocultado secretos, apartado de mí todo tipo de libertades y me había encadenado a una familia que me destrozaba lentamente sin razón alguna.

Mi existencia estaba absorbida por la oficina, el automóvil y los intensos tascos mientras los cláxones destrozaban mis oídos, la cama y las pequeñas horas leyendo bajo los acordes de una pequeña radio de bolsillo. Solía desahogarme los fines de semana con un buen libro, letras de canciones de mi juventud y la luz tenue del flexo. Los programas sobre la vida cotidiana eran un desahogo, solía contemplar que había otros en mi misma situación y aquello me reconfortaba. Las llamadas anónimas tan amargas como desesperadas ante lo cotidiano, la desazón del corazón, el dolor de la perdida de un hijo o simplemente el regocijo de un nuevo nacimiento para dedicar una melodía de cuna me traían alas. Tenía un pequeño despacho insonorizado en aquel departamento a las afueras, una ciudad dormitorio llena de almas en pena.

A veces intentaba indagar que me sucedía, el porqué no sentía atracción por mi señora y mucho menos por mujeres que caminaban sinuosas por mi oficina. Busqué las soluciones obvias al problema, pero no parecían aliviar nada. Usé masajes para el estrés y bloqueo mental, métodos de ayuda y reflexiones en libros pero nada hacía efecto. En Internet se hablaban de estos casos de impotencia y desgana en el sexo, había cientos de páginas, sin embargo nada. Un día por casualidad llegué a una web de pornografía y comencé a ver videos, sin ninguna mejoría hasta caer sin previo aviso en uno de contenido homosexual. Nunca habría imaginado que me excitara aquellos movimientos, dos hombres en un sofá dándose placer sin más. Recordé que durante mi adolescencia creí estar enamorado de mi mejor amigo, Héctor, sin embargo comencé a salir con Elena, una chica con la cual acabé bastante mal.

Aquí comenzó todo, mi calvario aún más extenuante, y el deseo de sentir algo distinto. Durante semanas dudé de mi mismo y de todo lo que había construido; mientras el mundo seguía igual, girando como si nada. Me convertí en un asiduo a la red y a toda la amplia gama de contactos homosexuales, incluso llegué a practicar cibersexo con más de un joven mintiendo en mi edad. En la cama, con mi esposa, pensaba en tantos hombres que si cerraba los ojos podía dibujar el rostro de alguno. Me alisté incluso a varios foros homosexuales, aunque no me atrevía a decir nada. Para mi era demasiado duro entenderme a mi mismo. Jamás tuve nada en contra de los homosexuales, nunca; siempre decía que ellos eran tan libres como nosotros, que sabían bien lo que se hacían y sino era su problema, pero no el mío. Los chicos jóvenes eran los que más me atraían, sobre los veinte años, llenos de vida y belleza. No me atrevía a dar un paso hacia delante, me quedaba en silencio en mi pequeño refugio contemplando la pantalla. Podía pedir que un chico se desnudara para mí tras una pequeña cámara, sin embargo no era capaz de pedir que lo hicieran ante mí e hiciera todo lo que yo deseara.

Comencé a salir por las noches a deambular por la ciudad, necesitaba pensar. Me sentía extraño y extraviado en la maraña de ideas concentradas sobre un mismo tema, mi sexualidad. Solía quedarme parado frente a los modelos masculinos de los escaparates o espiando a los chicos jóvenes en las canchas de baloncesto. Necesitaba el contacto con otra piel, sentirme deseado y desear. Daba igual si el chico fuera un adefesio o el propio David de Miguel Ángel, tan sólo quería probar. Contratar a un chico en un prostíbulo no era la solución, pues yo quería entrega voluntaria y no por unos cuantos billetes. Mientras mi mujer no notaba nada, tan sólo que estaba algo distante aunque en la cama no lo parecía. Mis hijos seguían su vida, como siempre, sin importarle el tiempo que pasara o no en el despacho o en la oficina. Hasta que un día me decidí a quedar con un chico de Internet.

El encuentro con Javier fue rápido y satisfactorio, sus labios sobre mi miembro me enloquecían y sus nalgas fueron un manjar para mí. Todo ocurrió en un hotel a las afueras, para él no era la primera vez y tan sólo quería sexo sin compromiso alguno. Era un chico rubio de una piel lechosa y ojos miel, bastante atractivo a mi modo de ver. Javier tan sólo tenía veinte años y parecía disfrutar de mí en exceso, su lengua se enroscaba en la mía mientras sus manos manipulaban mi entrepierna. Ver como cabalgaba aullando por el deseo me hizo sentir vivo, aparte de joven y deseado. Tras el sexo besé sus labios y dejamos la habitación. No nos volvimos a ver, las condiciones eran esas y todo quedaba a expensas del mundo. Creo que en ese punto me di cuenta que ya no había vuelta atrás.

No quería divorciarme y perder lo poco que había conseguido, romper la unión familiar por escasa que fuera y tener que verme en un apartamento para solteros. Seguí con mi vida aparentemente, aunque cada vez deseaba más una relación estable con algún chico. Los amigos de mi hijo me hacían excitarme, eran bastante hermosos para ser simples mortales. Intentaba congeniar más con Joaquín para lograr acercarme a sus compañeros, quería saber que tipo de música hacía y si eran buenos o simplemente que tal le iban sus estudios. Él achacó todo a un remordimiento de conciencia y se rió en mi cara diciendo que yo no podía apreciar música gótica. Más de una vez me pregunté si mi hijo era gay o simplemente bisexual, su forma de vestirse y su mente abierta le hacían un blanco perfecto para ser de mi bando. Entre sus amigos sí había un homosexual, al menos no se reprimía en demostrarlo y dejar que su novio le trajera en moto. Era un muchacho enclenque melenudo y con rostro ambiguo, si bien con una voz que no hacía caber duda; si no recuerdo mal era el batería. Respecto a mi forma de relax seguía siendo la radio y en un par de ocasiones estuve a punto de entrar a la tertulia, pero siempre lo dejaba a un lado.

No sé si entenderán mi situación o la situación en la que vivía. Eran momentos duros y aún lo siguen siendo. Mi vida había cambiado por completo e intentaba satisfacer mis instintos sin dañar a nadie. Marga siempre fue una gran mujer, pero en esos instantes me di cuenta el porqué siempre había una ligera tirantez o un silencio incómodo entre los dos. El cariño era mutuo aunque no el amor, mucho menos el deseo. Ella había sacrificado mucho por la familia que teníamos, al igual que yo, e intentaba seguir adelante sin prestar atención a que yo me estaba apartando de su camino. Los chicos seguían con su vida, el pequeño estaba feliz en su colegio y la mediana había deslumbrado en una actuación de valet; Joaquín era el distinto, quien me vigilaba de cerca y se preguntaba el porqué de mis cambios continuos de humor.

En este suspenso en mi vida, un hueco o badén, comienza mi historia y el laberinto se fue haciendo más extenso. Un laberinto del cual no lograría salir.

1 comentario:

Lary dijo...

Wow, no se que decir; sencillamente que me encanto,que esta bellisimo. El personaje muy bien definido y no se, me senti como parte de la historia, no como lector ci no observador; y cuando pasa eso en una lectura, no se puede pedir mas, eso creo yo..

no note ningun error ni nada por el estilo, sencillamente alguien que engendro un personaje nuevo y unico.

Espero poder leer otro fragmento muy pronto.

Sigue escribiendo !!!!!!

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt