He perdido la fe el hombre, en la ciencia de mi palabra es la ley y en todas las religiones que ha inventado.
Anoche desperté en medio de un grito de ira. Mi mirada enloquecida en medio de una iglesia enferma llena de promiscuidad, de locuras en el nombre de Cristo y de la libertad. Corría por ende las bancas y mis pupilas se quemaban ante las pequeñas llamas de los cirios. El aroma de incienso bañaba mi cuerpo como si fuera una fragancia. Mi odio se acrecentaba ante las sentencias de una Biblia manipulada. Entonces recordé la frase más hermosa que jamás escuché: “La iglesia que más ilumina es la que arde”. Nadie entendería bien el significado, yo sí.
Según todos los creyentes la fe la llevan consigo a todas partes, no importan donde recen o donde clamen a su Dios. Sin embargo construyen fastuosos templos con el dinero de los más pobres. Me desagradan las imágenes de una virgen pura y de un Jesús impotente. Mentiras que se han regado en contra de la mujer, para hacerla sentir un animal bajo el dominio del varón. Según los dictámenes del hombre de la cruz todos somos iguales, criaturas de nuestro buen padre, por lo tanto no debemos de señalar a nadie por el color de su piel o su sexualidad. Sus palabras sobre la homosexualidad me suenan a las que tenían contra los negros, aquellos que usaban como esclavos y prostitutas privadas, en la época de las colonias.
Mentiras y más mentiras derramadas sobre un papel decadente, como su propia historia. Hace tiempo que deberían haber ardido todos los pilares de la blasfemia. Admitiré a la religión que no cargue de oro a sus dioses, que no compre o venda sus imágenes, que sea pobre y practique la humildad junto a la sabiduría de no prejuzgar. Hay frases en esos documentos que se han olvidado: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Aquí todos somos pecadores, de un modo u otro, por lo tanto no podemos crucificar a quien no nos guste por sus apariencias o su sexualidad.
Sigo en el templo contemplándolo todo antes de que la antorcha propague el incendio y todo quede a merced. Llevo siglos admirando al hombre equivocándose en el nombre de la Santísima Trinidad. Por ello recorreré todas las ciudades destruyendo los lugares de oración de todas las religiones, quiero que aprendan a escucharse antes de encomendarse a un cadáver llamado Dios y que consideren sus diferencias como parte del encanto del mundo.
En este siglo lleno de maravillas y guerras debemos unirnos para afrontar la verdad, la filosofía y aceptar que todos nos equivocamos. No podemos ser testigos y poseedores de la única verdad, porque en realidad no existe, sino el cúmulo de puntos objetivos dan una premisa cierta. Llamadme Demonio… ¿Sin embargo no es el demonio también criatura del buen padre?
¡Hoy arderá todo! ¡Todo!...
Anoche desperté en medio de un grito de ira. Mi mirada enloquecida en medio de una iglesia enferma llena de promiscuidad, de locuras en el nombre de Cristo y de la libertad. Corría por ende las bancas y mis pupilas se quemaban ante las pequeñas llamas de los cirios. El aroma de incienso bañaba mi cuerpo como si fuera una fragancia. Mi odio se acrecentaba ante las sentencias de una Biblia manipulada. Entonces recordé la frase más hermosa que jamás escuché: “La iglesia que más ilumina es la que arde”. Nadie entendería bien el significado, yo sí.
Según todos los creyentes la fe la llevan consigo a todas partes, no importan donde recen o donde clamen a su Dios. Sin embargo construyen fastuosos templos con el dinero de los más pobres. Me desagradan las imágenes de una virgen pura y de un Jesús impotente. Mentiras que se han regado en contra de la mujer, para hacerla sentir un animal bajo el dominio del varón. Según los dictámenes del hombre de la cruz todos somos iguales, criaturas de nuestro buen padre, por lo tanto no debemos de señalar a nadie por el color de su piel o su sexualidad. Sus palabras sobre la homosexualidad me suenan a las que tenían contra los negros, aquellos que usaban como esclavos y prostitutas privadas, en la época de las colonias.
Mentiras y más mentiras derramadas sobre un papel decadente, como su propia historia. Hace tiempo que deberían haber ardido todos los pilares de la blasfemia. Admitiré a la religión que no cargue de oro a sus dioses, que no compre o venda sus imágenes, que sea pobre y practique la humildad junto a la sabiduría de no prejuzgar. Hay frases en esos documentos que se han olvidado: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Aquí todos somos pecadores, de un modo u otro, por lo tanto no podemos crucificar a quien no nos guste por sus apariencias o su sexualidad.
Sigo en el templo contemplándolo todo antes de que la antorcha propague el incendio y todo quede a merced. Llevo siglos admirando al hombre equivocándose en el nombre de la Santísima Trinidad. Por ello recorreré todas las ciudades destruyendo los lugares de oración de todas las religiones, quiero que aprendan a escucharse antes de encomendarse a un cadáver llamado Dios y que consideren sus diferencias como parte del encanto del mundo.
En este siglo lleno de maravillas y guerras debemos unirnos para afrontar la verdad, la filosofía y aceptar que todos nos equivocamos. No podemos ser testigos y poseedores de la única verdad, porque en realidad no existe, sino el cúmulo de puntos objetivos dan una premisa cierta. Llamadme Demonio… ¿Sin embargo no es el demonio también criatura del buen padre?
¡Hoy arderá todo! ¡Todo!...
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