Mi padre Peleo siempre me mostró el camino hacia la victoria. Mi madre Thetis el camino hacia la protección de los míos. Entre ambos forjaron una unión, un hombre con una ninfa marina, y de ello surgí yo. La belleza de mi madre, con las virtudes de un dios, y la valentía de mi padre hicieron que fuera un héroe. Sí, un Héroe como Hércules, Teseo y mi propio padre. Sin embargo, mi madre no amaba a mi padre sino a Prometeo. Los dioses se aterraron ante la sola idea de un hijo de ambos, un hijo más fuerte que su propio padre, y la obligaron a contraer matrimonio con ese mortal. Pero mi madre decidió que yo sería inmortal, fue a la laguna Estigia y me sumergió por completo, aunque olvidó mis talones y esa sería mi perdición. Como habrán imaginado yo soy Aquiles, hijo de Peleo y Thetis, aquel que luchó en Troya perdiendo allí su vida.
Patroclo y yo decidimos ir a ayudar a quienes creíamos ofendidos. Pero fue un total error. Durante años estuvimos combatiendo, persistiendo y debo de decir que fueron los mejores de mi vida muy a mi pesar. En las noches me sentía más próximo a mi amigo y amante. Conversábamos sobre el campo de batalla, nuestros sueños y esperanzas, también nos prologábamos caricias durante todas las noches.
-Aquiles, ¿piensas alguna vez que esto se terminará?-era una noche extraña, el aire parecía enrarecido y sus preocupaciones afloraban, al igual que las mías.
-No lo sé, no sé si lograremos ver el mundo en paz.-murmuré recostándome sobre él, observando sus ojos pardos y su piel trigueña.
-¿Importa la paz para los líderes? Ellos no luchan las batallas, nos engañan y nos fuerzan a la guerra. Terminan muriendo sus hombres, sus aldeanos, todos…pero ellos no sufren Aquiles, sufrimos notros. Estamos en un mundo donde los Dioses manejan los hilos y los líderes los cortan.-comentó acariciando mi rostro, enredando luego sus dedos en mis hebras rubias y suspirando lleno de amargura.
-Patroclo, ¿qué ocurre?-pregunté demasiado extrañado ante lo que hacía y decía.
-Tengo un mal presentimiento.-murmuró en voz baja, para apartar las sábanas que nos dividían.-Hazme el amor Aquiles, sé tan apasionado aquí como en la batalla.-sus manos acariciaron mi torso y sus labios se enredaron en los míos. Nuestras lenguas luchaban como nuestras espadas, con fuerza y lujuria. Sus párpados cayeron y se permitió mostrarse vulnerable frente a mí, como cada vez que empezábamos el ritual.
-Lo haré.-susurré besando su cuello y morder el lóbulo de su oreja derecha.
Bajé mis manos desde sus caderas hasta sus nalgas. Allí comencé a acariciarlas lentamente mientras mis labios rodaban por su piel, mordisqueaba cada zona y me deleitaba con su sabor. Su corazón bombeaba a mayor velocidad, como los cascos de mi caballo cuando entraba en batalla. Echó hacia atrás la cabeza al notar mi lengua sobre sus pezones, hacía pequeños círculos en estos y luego tiraba de ellos con mi boca. Abrió mejor sus piernas, abarcando mi figura, levemente más corpulenta que la suya. Sus músculos eran recorridos con precisión por mis besos, mientras su boca únicamente dejaba al descubierto sus deseos. Jadeaba y rogaba a los dioses que la tortura no cesara. Bajé lentamente por su pecho hasta su vientre, mi lengua se fundió con su ombligo y luego mis labios llegaron a su sexo. Besé la punta de este y lo lamí, para luego acapararlo apretándolo con mi boca como si fuera una funda a medida. Allí encerrado en la profundidad de mi cavidad bucal le hacía desquiciarse. Sus manos fueron a mis cabellos, tirando de ellos y a la vez acariciándolos. Mis movimientos de cabeza iban de arriba a bajo con una velocidad lenta. No era por completo rápido, pero tenía un buen ritmo. Dos de mis dedos se fundieron en su boca, acariciando su lengua y luego introduciéndolo entre sus nalgas.
-Aquiles.-jadeó mirándome a los ojos para sonreír un instante.-Hazlo como si fuera la última vez.-enlazó mi mano libre con una de las suyas.-Te amo.
Aquellas palabras me devolvieron a la profundidad de la locura, esa que únicamente se cernía sobre mí cuando mataba. Devoré sus labios, ansioso de todo y de nada. La sed de sexo me llenó por completo y calentó mi piel. Esas palabras de afecto me transportaron. Saqué los dedos y, aún a sabiendas que no estaba acomodado del todo, entré enérgico. Lo más profundo de su ser me atrapó, al igual que sus piernas cruzadas agarrando mi figura y sus brazos alrededor de mi cuello, dejando sus manos sobre mi ancha espalda y arañando mi piel con desesperación. Mi ritmo fue profundo, certero en su próstata y con un ritmo algo rápido.
-Patrocles.-gemí intensamente buscando sus labios, deseando la miel de su boca.
Su sexo rozaba mi vientre y mis testículos su trasero. Eso era el sexo entre hombres, el sexo entre amantes, el sexo con amor. Con las mujeres jamás había sentido algo así. Me movía cada vez más rápido y él temblaba de placer, mientras ambos aullábamos gemidos que no nos dejaban a penas respirar. Sudábamos y el sudor se mezclaba entre nuestros cuerpos, me hacía sentir fundido en él. Al final eyaculé impregnando todo su interior con mi esencia. Él se vertió entre ambos y cayó agotado sobre las pieles y sábanas.
-No me olvides nunca Aquiles.-dijo tomándome del rostro mientras le cubría con mi figura y algunas mantas.
-Nunca lo haré.-sonreí feliz recostado en su pecho, sintiendo la leve brisa de la noche.
Si hubiera sabido que era nuestra última noche, la última de nuestras vidas juntos, jamás me hubiera permitido el lujo de dormirme sin contemplarle una vez más.
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Sé que en realidad no tuvieron otra oportunidad de renegar de aquello, de ir a la guerra y que no fue una decisión deseada por ambos...pero creo que así se forja mejor la leyenda de Dios entre los hombres, de Héroe.
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