Claudia
Te echo de menos desde que no estás. Aún recuerdo el perfume de tus cabellos, la sonrisa en tu rostro de porcelana y la fingida inocencia. Recuperé el traje amarillo de la última vez, lo usé para un conjuro y esperé. Lo guardé en el fondo de mi armario en una caja del color de tus ojos, la tapé con cientos de libros releídos durante los años que nos han separado.
Eras nuestra hija, mi princesa y su muñeca. ¿Cuántas veces vi sonreír a Louis mientras te cepillaba el cabello y tú recitabas poesías? En ocasiones cierro los ojos y por arte de magia vuelvo a estar en ese edificio de Nueva Orleáns. Allí donde fuimos tan felices, donde tuvimos ese sueño de setenta y cinco años. Puedo observarte en el piano tocando conmigo, tus frágiles dedos pulsando cada tecla y yo asintiendo. Louis, mi amado Louis, recostado en el sofá sonriendo mientras nos contempla. Parecíamos padre e hija, más allá de nuestro vínculo en las tinieblas. Eras de cabellos dorados, ojos azules y piel delicada. Si Gabrielle te hubiera conocido pensaría que te tuve con alguna mujer y te oculté de ella.
Te oculté tantas cosas, mentí tantas veces y todo mientras te trataba como a una niña. Nuestro juego favorito, el de Louis y mío, era comprarte muñecas. Nos ilusionaba verte como a nuestro maniquí. Sin embargo, eras una mujer y deseabas que te miráramos como tal. Nos amabas como ama una mujer y yo te dañaba. Te hice mil crueldades, te grité a la cara que jamás serías como las chicas que veías pasar. Pero es que, tú nunca lo serás. No por tu cuerpo, no por tu inmortalidad, sino porque eras nuestra pequeña. Por mucho que un hijo crezca para un padre siempre será un niño, y tú eras nuestra niña. Jamás dejarás de ser mi pequeña, mi dulce niña eterna. Aunque te haya hecho volver, aunque estés viva, no dejaré de tratarte como a mi hija e intentaré protegerte de mí.
-Te quiero.-susurraste sin más. Era como si en tu inconsciencia pudieras encontrar palabras que removieran los cimientos de mi alma.
-Y yo más.-murmuré inclinándome mientras cerraba el ataúd.
Era casi el alba, sí el alba. La mañana ya estaba comenzando y nosotros en la cripta. Te había arrastrado conmigo por todo el país. No querías estar a mi lado y sin embargo estabas. Es algo extraño. Alguna fuerza te impulsaba para permanecer a mi lado y eso me hacía feliz. Sí, irónicamente me agradaba poseerte contra tu voluntad. ¿Por qué no fuiste jamás capaz de decirlo despierto? Eso me enfurecía, quería indagar en tus sueños y no podía. Era frustrante. Me dolía. Nunca sospechaste cuanto anhelaba que lo hicieras y cuando decías que parte de ti se sentía atado a mí sonreía, pues tenía la ligera idea que era un sentimiento de afecto. Yo sí te lo dije, yo sí fui sincero…¿y tú? ¿Alguna vez me quisiste como dijiste?

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