Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 6 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 1 - La llegada - Parte IV





Su forma de caminar era como la de un auténtico animal salvaje, sabía como captar mi atención por unos breves segundos para después desaparecer rumbo al piso superior. En ocasiones bebía de él algunos sorbos, hundiendo mis colmillos en su fría piel mientras el gemía como si pudiera tenerme en su lecho. Sabía que era su forma de regalarse a pesar de ser inaccesible para el resto.

Quedé en silencio con mis pensamientos, un brindis a la soledad y a mi amargo carácter que ni yo comprendía. Mis ojos café oscuro escrutaron cada rincón de la sala, como si jamás hubiera estado en ella. Apreté leve mis labios y relajé el rostro, para girarme hacia la ventana y seguir contemplando como el mundo seguía en apariencia imperturbable mientras cambiaba drásticamente en algún punto no muy alejado de nosotros.

El mundo cambiaba, mutaba como una fórmula de laboratorio expuesta a ciertos cambios de temperatura. Éramos como Frankenstein, trozos de mundos cosidos por ampollas que supuraban y cambiaban las cicatrices diariamente. Incluso los vampiros cambiábamos, nos volvíamos más crueles o más necesitados de algo que no poseímos jamás. El vacío de mi pecho, el cual se hallaba allí desde hacía siglos, comenzaba a tener mayor tamaño y el dolor era inmenso. La soledad me impulsaba a buscar objetos valiosos, discípulos de apariencia de hielo y pequeñas luciérnagas que quizás morían con las temperaturas del invierno.

Cuando era joven pensaba que ese vacío se podía llenar con peleas, batallas que surgían de la nada y se evaporaban tras dejar inconscientes a mis oponentes. Más de una vez fui yo quien besó el suelo y escupí mi propia sangre, en ocasiones envueltas con trozos de carne de mi contrario. Mordía, golpeaba, buscaba enterrar mis navajas o mi espada en alguien. De eso hacía más de cinco siglos, todos llenos de rabia y soledad. Luchaba supuestamente por mi honor, mi orgullo y los ideales en los cuales creía firmemente. Pensaba que cada batalla me haría inmortal, que hablarían de mí en libros de historia como el mayor guerrero de Japón. Si bien, aquello fue mucho antes de la llegada del cristianismo a nuestras costas y de una evolución hacia un mundo moderno e intransitable.

Huía cada vez más, como más prisa y miedo, de todo lo moderno. Las luces de la ciudad eran cegadoras, a pesar que no me dañaban me molestaban. La noche estaba tan iluminada como el día, cuando antes tenía ese toque mágico y tenebroso que tanto me recordaba a mí mismo. La oscuridad, el silencio brusco que te rompe los tímpanos, y la soledad intratable eran tan atrayentes como iguales a mi alma. Quería volver a los tiempos en los cuales la oscuridad lo envolvía todo, alejándome de la luz de los hombres y de sus inventos inútiles. Mataban la belleza del cielo con sus estrellas falsas, porque con luz el hombre cree que está a salvo y es falso. Sus junglas de hierros retorcidos y cristal a prueba de balas no les librará del mal.

En la carretera aledaña a mi mansión, cerca del bosque, en ocasiones podía sentir pasos sin percibir cuerpo o ser alguno. Sólo eran energía, ecos del pasado, incluso podía notar cerca de mí el aliento del alma atormentada de algún iluso. Fantasmas, hechizos honrando al maligno sea cual sea la religión de la cual provienen los hombres que lo ensalzan, vampiros succionando hasta la última gota y sensaciones indescriptibles... es todo lo que aún sucede cerca de mi vivienda, en la ciudad o en mi propia casa. Podía escuchar los escalones quejarse sin aguantar peso alguno, haciéndose notar alguien frente a mí sin estar.

Aún no tengo claro si los ángeles existen y tampoco si el demonio, tal como cientos de religiones lo dibujan, es real, o sólo lo son los hombres que actúan en su nombre. Si bien, he llegado a sentir paz en cementerios cubiertos por la nieve y protegidos por ángeles de piedra de mirada inquietante, como si me escrutaran y preguntaran “¡¿Quién va?!”. Si bien, he sentido pánico en medio de un bosque donde sólo debía existir animales de los cuales alimentarme. Podía notar los ojos inyectados de una fiera cuyo rostro no lograba apreciar. Soy un vampiro, pero no inmortal. Los vampiros también podemos morir y he llegado a temer por mi vida, a pesar que a veces la desprecio porque me cansa seguir vivo. Es cansado seguir vivo cuando todo cambia sin poder evitarlo, pero tú físicamente sigues igual pase lo que pase.

A mi espalda estaba la escalera hacia los dormitorios, así como la trampilla que daba a la bodega donde yacía cada mañana. Faltaban unos minutos, podía ver como empezaba a clarear mientras mi cuerpo se sentía pesado. Deseé ir hacia la escalera y correr hacia el lecho de Frederick, merecía una disculpa por ciertas palabras por muy ciertas que fueran. Si bien, ya no quedaba tiempo y creo que aunque hubiera dicho algo no tendría sentido. Abrí la trampilla y me deslicé por la escuálida escalera de piedra, cerrando a mi paso la pesada hoja de madera.

Bajo la casa existía otra muy distinta, donde debía encontrarse la bodega con los vinos más selectos. Allí bajo aquellos tablones gruesos, se hallaba mi cámara funeraria. Un ataúd sencillo forrado de terciopelo rojo y de un tamaño muy superior al mío. Odiaba sentirme estrecho cuando descansaba, por eso encargué uno de altura y anchura mayor. Junto al ataúd se encontraban varias hileras de libros, todos muy antiguos, donde contenía la historia de cinco siglos. Eran mis viejos manuscritos, muchos escritos en mi lengua materna y otros en inglés o español. En el fondo de aquella galería se hallaba un piano, el cual sólo usaba cuando la melancolía me arrojaba a intentar interpretar algún tema. Y en uno de los rincones donde se hallaban aún las tablas de la bodega, de aquellas botellas de diferentes licores y fragancias, se encontraban apilados sobre estas libros de distintos autores, los cuales pertenecían a fechas y épocas muy diversas.

Di un largo suspiro y dejé que mi ropa cayera al suelo, como si mi piel fuera resbaladiza y no pudiera contener mis prendas. Mi cuerpo se mostraba como un bloque de mármol frente a la intensa oscuridad de aquel recinto. Allí podía aspirarse el aroma de cada hoja, tinta y tintero que se refugiaba de ojos curiosos como los de Frederick. Tomé la bata que siempre se hallaba colgada cerca de las escaleras, era de terciopelo rojo como el forro del ataúd.

Mientras anudaba el cinturón de la bata pensé en los ojos amargos de la pequeña, esa mirada de dolor incesante e inquietante, que me taladraba el alma perforando exactamente en el vacío que siempre había sentido. Mi mano fue directa a mi corazón, el cual no latía salvo cuando se alteraba ante el deseo de la caza, la cacería en sí y la sangre cuando brotaba directa hacia mi garganta. Palpé mi cuerpo, duro y frío, cerrando mis ojos paladeando ese dolor intenso. Aquella mirada me torturaba y desde aquel instante me acompañaría como un pequeño crespón fundido a mis miserias.

Unos minutos más tarde me encontraba tumbado en el ataúd, deslizando la tapa mientras intentaba evadirme en viejas guerras, las cuales siempre me hacían sentirme vivo y con el coraje suficiente como para emprender cualquier viaje, fuera cual fuese. Batallas que libré y que son parte del legado de una historia que nadie recuerda. Mis sueños eran prácticamente inexistentes, y si los tenía eran sólo menos recuerdos. Aquella noche volví a ser un soñador sin sueños, un viejo vagamundo de mirada huraña perdido en la fría estepa de la nada.

1 comentario:

MuTrA dijo...

Cada vez me gusta más este peculiar personaje bebedor de sangre... Estoy segura de que me llevaré muchas sorpresas a lo largo de la novela a medida que vaya leyendo. ^^

Besotes. :*******

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt